Hypericon

Una de esas obras que deja poso de verosimilitud, de haber leído algo que pudo haber sido, quizás a la vuelta de la esquina o, quizás, un recuerdo que nos hubiera gustado tener de nuestro pasado.

Hypericon

Hypericon / Elena Martínez

Álvaro Pons

El 4 de noviembre de 1922, el arqueólogo Howard Carter miraba a través del pequeño orificio que habían hecho en el muro que habían encontrado. La lánguida luz de una vela descubría uno de los grandes tesoros de la humanidad: el sueño de inmortalidad del faraón Tutankamón. Casi al final del siglo, la brillante estudiante Teresa llega a Berlín con una beca para atisbar a través de la espontánea libertad de Rubén otro sueño, el que le llevará a encontrarse con el futuro por el que quiere caminar. Con este punto de partida, Manuele Fior vuelve a demostrar su pulso para transmitir sentimientos con silencios en Hypericon (Salamandra Graphic, traducción de Regina López Muñoz), la nueva obra del autor italiano que abandona el camino de la fantasía que practicó en las sugerentes La entrevista o Celestia para volver al relato de los amores discretos, como hizo en la extraordinaria 5000 km por segundo. Más de una década después de la obra que le valiera reconocimiento internacional en el Festival de Angoulême, Fior compone de nuevo un relato de inquietudes y aspiraciones íntimas, de personas que se encuentran desde caminos muy diferentes, en el que los sentimientos y las pasiones afloran poco a poco. Su elegante dibujo es perfecto para trasladar la sensación de ese primer sexo apresurado e improvisado, la sensualidad espontánea que arrebata a los enamorados, pero también para hacernos llegar la mirada de la distancia y el miedo al siguiente paso. La investigación de Carter en el pasado es un referente del trabajo presente de la joven estudiante, pero actúa en el relato como el sueño inalcanzable al que Teresa parece renunciar de forma fisiológica: su insomnio crónico es una barrera para entrar en los dominios de lo onírico, pero también transforma la realidad en una pesadilla de grandes ojeras y cansancio eterno en el que trabajo y deriva personal se entrecruzan para desviar la línea recta que había sido hasta el momento su vida. Tras una magistral portada inspirada en Hopper, la paleta elegida de tonos cálidos contrasta con el clima berlinés para arropar el relato y convertirse en parte de la narración, envolviendo a los personajes para que cuenten su historia sin necesidad de palabras, con esas miradas vivas que acompañan a unos silencios llenos de historias apenas esbozadas en murmullos, pero que llegan al lector con claridad y complicidad. Las imágenes del pasado y del presente se entrelazan para recordarnos que sueños y realidades son solo matices de una memoria que reconstruye nuestro presente, como esa hierba que sobrevuela toda la obra, el hipérico, con el poder de relajar hasta llegar a esa somnolencia donde las imágenes alcanzarán su poder total, como bien describieron los griegos al denominarla hypereikon, «más allá de lo imaginable». Fior sabe llevar al lector por una ruta de connivencias con Teresa y Rubén, convirtiéndolo en un amigo silencioso que acompaña a reflexiones que podrían ser propias, por momentos en que amagamos un intento de avisar a los protagonistas de su error o alegrarnos de su felicidad. El poder del trazo del italiano es acoger al lector como uno más en la historia hasta reconocerla como próxima, como reconocible, tanto en ese pasado faraónico que nos parece de lejana fantasía, como en ese presente de amor que vive con naturalidad la montaña rusa de las primeras pasiones de juventud, en ese aprendizaje de un amor que se forja sobre lo compartido desde la diferencia.

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