Piera II

Cuatro décadas más tarde de aquellos tiempos de esperanza, Josep Piera escribe unas memorias de evocación íntima y una lúcida crónica social.

Piera II

Piera II / Jaime Siles

Jaime Siles

Este segundo tomo de las memorias de Josep Piera tienen un alto valor historiográfico en la medida en que constituyen un testimonio sobre el final del franquismo y los primeros años de la Transición, contemplados desde una conciencia comprometida y crítica, que va recordando y analizando a la vez hechos significativos tanto de la política como de la literatura, de los elementos de la realidad que van cambiando y de cómo el autor los siente, los interpreta y los ve. En este sentido es también una interesante reflexión sobre su propia obra, el desarrollo y evolución de su lengua y su escritura y acerca del modo en que asume la necesidad de «convertir els paisatges en símbols, les soledats en presències, i els records en metàfores» en un ejercicio de máxima lucidez, desde el momento mismo en que decide «sentir mentalmente: sent-i-ment»- como él dice- y, acorde con ello, decide que su «poesía no ha de ser entessa com a missatge, sino com a invitació a l’esperança».

La unión de «jo» y «lloc», que conforman dos de los parámetros creativos de Piera, se articulan aquí en lo que él llama «Droveria», que es -más que una simple percepción- «una melodía» que recorre las páginas del texto, dotándolas de su sustancia más profunda y de su calidad mejor. Lo que apunta sobre las Fallas en Gandia, la construcción de su casa, personalidades como la de Sauret, las visitas de amigos, l’escola de Barx en aquel nuevo horizonte didáctico, el colectivo de maestros de La Safor, empeñados en introducir un nuevo modelo de enseñanza, el I Encontre d’Escriptors, Antoni Pous, la revista Reduccions o Juan Gil-Albert una crónica de época, como las noticias que da sobre Francesc Miret y Eduard Banyuls aportan interesante información para comprender las figuras en torno a las que escribirá una de sus novelas. Muchos son los nombres de poetas, escritores, periodistas, políticos, músicos y cineastas que aparecen en estas páginas: tantos que son una guía no diré «telefónica”» pero si real de la Valencia de aquellos años. Un valor especial tiene lo que apunta a propósito de la antología Carn fresca y la huída, más que el rechazo, del realismo social de los poetasen ella antologados. Pero no menos significativas son las definiciones que Piera va dando de la poesía: «la poesía -afirma- és una fotografia de paraules»; o «l’única veritat vàlida és el poema»; o «paraula feta música que emociona»: o «música aparaulada que el lector interpreta». La poesía es para él: «paraula escrita en vers des del silenci, que tant pot ser llegida en soledat, com recitada en veu alta en una plaça, en un teatre» y que «pot servir per llançar una consigna, per expressar una emoció o una percepció singular de la vida, una recerca de la bellesa o la verbalizació d’una idea».

Los meses de reclusión impuestos por la covid también son objeto de análisis aquí y, a la luz de los versos de Ausiàs March, los somete a meditación: «Del món present no em trobe satisfet,/sí del records que en tornen al passat. /Així pensant, m’hi trasllade de ment, /i el que va a ser se’m mostra clar i ras». Piera se muestra partidario del campo frente a la ciudad, por más que los viajes le hagan contemplar espacios y urbes diferentes con las que también encuentra una profunda relación: sobre todo, con las del Mediterráneo.

Uno de los capítulos históricamente de mayor importancia no para la política pero sí para la literatura es el titulado «My Generation», donde relata su encuentro con Fuster y la discusión con él sobre la poesía. También lo que comenta sobre los primeros libros de poemas de Joan Navarro y de Salvador Jàfer, la revista Cairell o su vista a Robert Graves.

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