Llegan a las librerías, con apenas unos días de diferencia, tres obras firmadas por autoras que ejemplifican la evolución autoral que están protagonizando las artistas de cómic de nuestro país, en un continuo surgir de nuevos nombres que debutan con fuerza mientras otros se asientan definitivamente, en un mecanismo continuo que todavía tiene camino que recorrer hasta la igualdad, pero que ya no teme a ningún techo de cristal impuesto.
El cuerpo de Cristo (Astiberri) es la primera obra en castellano publicada por Bea Lema, que readapta y perfecciona la propuesta con la que ganara hace unos años el premio Castelao de novela gráfica. Una arriesgada apuesta autobiográfica que narra la convivencia con la enfermedad mental desde la voz de una niña que intenta entender el delirio de su madre. Lema sorprende con la introducción del bordado como técnica gráfica, que a través de la fotografía transmite su textura orgánica y conecta automáticamente con los recuerdos del hogar, con esos trabajados hilvanados que nos llevan automáticamente a sensaciones cálidas y próximas, rompiendo por completo la barrera entre la autora y sus lectores y consiguiendo empatizar con la historia que nos plantea, aunque no se hayan padecido las consecuencias de la enfermedad mental. El juego simbólico que permite el contraste entre las técnicas gráficas tradicionales y el cosido a mano resulta tan sugerente como potente en sus resultados.
Por su parte, Tiburón Blanco (Sapristi, en catalán por Ed. Finestres) confirma la brillante trayectoria de su autora, Genie Espinosa. Si en Hoops nos deslumbró con su refrescante versión empoderada de Carroll, en esta nueva obra se decanta por una temática mucho más intimista: el duelo por una pérdida. Sin embargo, Espinosa opta por evitar las tradicionales fases del proceso de asimilación del luto y plantear un camino de descubrimiento personal, de búsqueda a través de la remembranza del pasado de retazos que vayan componiendo una mirada íntima, un espacio de reconciliación con un dolor que se creía inexistente. Y para ello, elige un planteamiento gráfico tan arriesgado como deslumbrante, con un uso del color y de las formas como guías de una narración que encuentra sustento necesario en ese apartado visual, hasta hacerlo indisoluble de lo que está sucediendo.
Con Walicho (Salamandra Graphic), Sole Otero se consolida como una de las autoras más interesantes del panorama actual del cómic. La historia de tres hermanas acusadas de brujería se expande por el tiempo a través de relatos conectados por la extrañeza, por el misterio, jugando con el canon del género para transportar al lector desde el siglo XVIII a la actualidad y modernizar una mirada demasiado sesgada por el mito. Para cada relato, Otero plantea un reto narrativo, una elección gráfica en la que el color toma relevancia como protagonista mientras el contexto genera soluciones expresivas diferenciadas, en muchos casos atrevidas, pero siempre exitosas. La brujería se va conformando no solo desde una visión animista de la sociedad, sino desde su relación con la persecución del empoderamiento de la mujer a lo largo del tiempo, creando una sugerente correlación entre la religión, la represión de la mujer y el paganismo como respuesta. Otero opta por hilar los diferentes capítulos desde la respuesta temerosa del hombre: con mucho humor, los personajes masculinos de Walicho articulan su relación con la mujer a través de un sexo estereotipado que deconstruye la figura idealizada del semental, del macho de potencia inagotable, que se reconvierte en simple instrumento de una realidad escondida a lo largo de los siglos.
Tres autoras que representan tres momentos de evolución autoral, pero que deslumbran en todos los casos con sus propuestas.