La identidad de las letras

Chispitas de carne

Chispitas de carne

Joan-Carles Martí

Joan-Carles Martí

Tras el éxito de su primera novela, Yeguas exhaustas (Pepitas de Calabaza), Bibiana Collado Cabrera (Borriana, 1985) ha vuelto a publicar poesía, un ecosistema donde vuela libre. Los versos de Chispitas de carne (La Bella Varsovia) expresan esa exquisita maduración cotidiana del amor desde el ángulo liberador de la mujer. «Yo quiero tocar / la orilla mojada, / tu labio caliente, / la pulpa que lamas. / Yo quiero que mires / con fuerza, con ganas, / mi carne de hija / tal vez transformada / en carne de madre / temida, deseada». (Nana de la hija-madre).

Bibiana Collado Cabrera entró por la puerta grande de la narrativa con Yeguas exhaustas, una metaficción reivindicativa del origen inmigrante en una población naranjera como su Borriana natal, donde pasean un rosario de mujeres extenuadas. Orgullosa de clase y género –«Cuando me baja la regla, no me retuerzo entre espasmos de dolor», es la primera frase del libro–, la novelista debutante es una enérgica trabajadora de las letras. Licenciada en Filología Hispánica, doctora en Literatura Hispanoamericana y profesora de Lengua y Literatura en un instituto de València. Siempre atenta a los nuevos narradores de la otra orilla del Atlántico junto con su cómplice Andrés Neuman, el autor hispano-argentino.

Antes del éxito de Yeguas exhaustas, había publicado los poemarios Como si nunca antes (34ºV Premio de Poesía Arcipreste de Hita; Pre-Textos), El recelo del agua (accésit del Premio Adonáis; Rialp), Certeza del colapso (Premio Complutense de Literatura; Ediciones Complutense) y Violencia (La Bella Varsovia). Mientras en su penúltimo poemario, Violencia, se centraba en el tema que le da el título, su novela es una historia protagonizada por Beatriz, una mujer marcada por una relación sentimental tormentosa y las desigualdades de clase social entre otras heridas. Un asunto familiar que hace colectivo. En una escena de la novela, Beatriz afirma: «Teníamos la misma edad. Vivíamos en el mismo país. Habíamos llegado al mismo nivel de estudios. Si había que marcar diferencias, mis calificaciones eran más altas. Entonces, ¿por qué no sabíamos lo mismo?, ¿qué había hecho yo mal?».

Muy preocupada por el ascenso de la extrema derecha en las aulas, donde observa aterrada cómo se consume un ideario de ascenso social imposible, porque, como explica siempre que puede, sus alumnos no pueden ser peritos lingüísticos si no saben que existe ese trabajo. Por eso se ha propuesto hablar a las hijas de los cabreros sin traicionarlas. Un intento de autenticidad que admite la banda sonora de Camela con ese estilo tecno-rumba por el que siente auténtica fascinación. Con la misma energía de esas canciones sencillas de amor y desamor, se pasea por los clubes de lectura de media España, por las bibliotecas de barrio y las librerías periféricas, siempre con la sonrisa del agradecimiento.

La escritora, que reivindica y practica el plurilingüismo periférico sin matices, todavía se pregunta por su eclosión narrativa, cuando la respuesta está en su valiente denuncia de la agresión de la cosificación de las mujeres, que como se sabe es muy transversal. El gran triunfo de Camela fue grabar las letras de sus canciones en la cabeza de una generación sin apenas publicidad, a base de conciertos en directo y versiones de verbena. Aquellos cantos de carencia afectiva en los 90 escondían un agujero de identidad que ahora ha sacado a la luz Bibiana Collado Cabrera.

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