Construir historias

Dos buenos relatos de Daniel Torres y Luis Durán para intentar comprender una realidad de un tiempo que muchas veces supera la ficción

La portada de Daniel Torres sobre las memorias de Roco Vargas

La portada de Daniel Torres sobre las memorias de Roco Vargas / Levante-EMV

Álvaro Pons y Noelia Ibarra

Como bien nos enseñó Michael Ende, las buenas historias son tan solo un camino que nos descubre muchísimas tramas, a veces escondidas tras la maleza, otras como una puerta que espera que alguien la cruce. Las ficciones se tornan orgánicas y crean un tupido ecosistema a su alrededor, con el autor convertido necesariamente en demiurgo de un universo en el que cada detalle se diseña con minuciosidad a sabiendas de que luego tomará vida propia. 

Las grandes sagas de la historieta cumplen con esas enseñanzas, como la de Roco Vagas creada por Daniel Torres hace ahora 40 años. El momento perfecto para mirar atrás y regalar a los lectores los secretos de esa serie en Roca Vargas Memoria. El futuro que no fue (Norma Editorial). El dibujante valenciano vuelve a jugar con una historia dentro de otra historia, enfrentando al protagonista de sus cómics con una joven versión de sí mismo que debe aceptar el reto de realizar la adaptación a la historieta de las aventuras de Armando Mistral. Un metajuego que le permite descubrir ante el lector todo el proceso creativo de una ficción, jugando con la ilustración y el cómic para dessarrollar todo un abanico de nuevas historias, de todo ese entramado que envolvía las bambalinas de las entregas que aparecían en la revista Cairo, tiñendo la realidad de los brillantes colores de la ficción mientras el blanco y negro se queda restringido a la ficción de la realidad. Una desbordante panoplia tras la que se desvelan las referencias que componen el universo del artista en un trayecto que va de la imaginería de los años 50 a la ciencia, de Calatayud a Caniff, de la ciencia ficción al diseño y la arquitectura. Todo va tomando forma mientras los límites de la imaginación se explotan y exploran desde la documentación para reescribirse desde la creatividad. 

Pero existen otras posibilidades para investigar esas ficciones, como la que plantea Luis Durán en Los pájaros que al surcar el alba (Dolmen). Como siempre en la obra de este autor, las historias se convierten en protagonistas del relato, gracias a la búsqueda de ese preciso punto donde los senderos de los relatos confluyen, a veces como líneas paralelas que parece que nunca convergerán, pero otras encontrando una intersección inesperada en la que las vidas de sus protagonistas se cruzan para cambiar y luego desaparecer. Durán construye su escenario en los años 60, con un sereno que se mueve en la noche como punto de conexión entre todas esas vidas escondidas de la mirada social, desde la del adúltero a la de la periodista que se infiltra en un psiquiátrico persiguiendo el reportaje de su vida, ficciones de unas realidades en las que el lector se torna cómplice de ese narrador silencioso, de ese demiurgo que sabe que el destino de los serenos es desaparecer, por mucho que el protagonista crea en la importancia de su trabajo; que nunca es buena idea hacerse pasar por loco cuando el mundo ya ha perdido la cordura. Y como en otras de sus obras, el tiempo vuelve a erigirse como actor fundamental, dejando en este caso ese poso de melancolía irrefrenable desde el que el lector constata cómo su paso inexorable transforma en insustancial todo aquello en lo que creemos, a lo que nos aferramos. 

Dos obras profundamente diferentes, pero que demuestran cómo las ficciones nos explican y construyen, cómo nos permiten leer la propia biografía y comprender nuestro contexto, reflexionar sobre nuestro tiempo. Eso que llamamos realidad y no deja de ser, también una ficción a la que aspiramos. 

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