Animalada

El periodista John Carlin y el ilustrador Oriol Malet ofrecen en ‘Bestias’ un grito de alerta ante un mundo en el que, cada día más, las democracias sucumben a las tentaciones del poder

Animalada

Animalada

Álvaro Pons y Noelia Ibarra

La todopoderosa Disney ha conseguido homogeneizar la imaginería popular de los cuentos protagonizados por animales antropomorfos y dejar en la lejanía esa función moral que ha protagonizado desde las mitologías a los relatos de Esopo. Sin embargo. nuestros peludos compañeros favorecen la aproximación a los problemas mediante la ruptura de toda suerte de fronteras y crean miradas universales, no necesariamente centradas en la moraleja, para saltar incluso a la denuncia o la reflexión política. No se trata de un recurso moderno, ya en el siglo XIII El libro de las bestias de Ramon Llull abordaba el poder y corrupción mediante la personificación en animales como metáforas de las miserias humanas, abriendo un camino que en el siglo XX seguiría George Orwell con Rebelión en la granja.

En el cómic los animales antropomorfos han llegado a configurar un género propio, los funny animals, que ha abordado desde la crítica política de actualidad como hacía Pogo, de Walt Kelly ya en los años 50 hasta la metáfora empleada por Art Spiegelman para hablar del Holocausto en la fundamental Maus, pasando por todos los géneros imaginables. En esa tradición política hay que enmarcar Bestias, de John Carlin y Oriol Malet (edición en castellano de Astiberri; edición en catalán de Comanegra), que parte directamente del clásico de Orwell para lanzar un ácido acercamiento a la infinita capacidad del poder de corromper ideales. En esa dualidad que ya Camus indicó entre rebeldía y revolución, los autores parten de un referente claro y real en la transformación de la revolución sandinista a lo ya conocido como el régimen Ortega-Murillo. Sin necesidad de nombres concretos o rasgos geográficos específicos, el trazo de Malet consigue, a través de la elección de protagonistas animales, convertir en universal el mensaje y que la fábula sobre cómo el poder corrompe cualquier ideal por noble que fuera en su inicio, trascienda el tiempo y el espacio. La sátira potencia y amplifica el mensaje, directamente relacionado con la obra de Orwell que identificaba a los cerdos como los dictadores, pero también establece ese contraste tan hábilmente usado por Spiegelman para definir el enfrentamiento entre ratones y gatos. Pero, además, Malet logra mantener la referencia original: Carlin es uno de los grandes especialistas periodísticos sobre la deriva política en Nicaragua y conocedor de su realidad actual y sus protagonistas, perfectamente reconocibles tras la máscara animal. Una doble perspectiva que dota a su denuncia de mayor potencia, pues la fábula se nutre de una realidad palpable que despierta un inquietante escalofrío con la lectura de las páginas de Bestias. La moraleja de los cuentos presenta una oscura contraparte en este caso: no es un aviso profético que nos proteja del mal, el mal ya está instalado a nuestro alrededor. Un anclaje que las viñetas refuerzan con decenas de guiños a esa larga tradición de los animales antropomorfos, pero también a la cultura popular, desde el cuento de Blancanieves a las series de Disney.

No obstante, Malet y Carlin no solo se centran en la política, pues su relato se extiende a todo aquello contaminado por el poder, incluyendo esa denuncia brutal de los abusos sexuales infantiles personalizados en la hijastra del dictador; de la perversión de la persona y la traición capaz de transformar el amor de una madre en moneda de cambio para escalar y obtener mayores cuotas de poder. La narrativa de Malet no necesita recrearse en detalles sórdidos para encoger el corazón del lector en algunos momentos esbozando el terror fuera de plano.

Bestias nos recuerda que las fábulas siguen vivas, y que su papel para recordarnos la razón de nuestra sociedad está vigente y es necesario.

Suscríbete para seguir leyendo

Tracking Pixel Contents