Escribir como modo de supervivencia

Manuel Vilas ofrece en ‘El mejor libro del mundo’ su particular visión del mundo de los literatos, haciendo gala de su escritura clara y espontánea, aunque reflexiva

Manuel Vilas.

Manuel Vilas.

Javier García REcio

Manuel Vilas (Barbastro, 1962)lo ha vuelto a hacer y en este El mejor libro del mundo arma un ingenio literario similar al que le llevó a escribir en 2018 Ordesa, la extraordinaria novela que le catapultó al cuadrilátero de los grandes escritores españoles. En las páginas de El mejor libro del mundo nos volveremos a encontrar con esa escritura clara, aunque reflexiva y a un Manuel Vilas luminoso, convertido en un escritor al desnudo que hace de la literatura su fuerza vital, su motor. La vida es Literatura, sin Literatura no hay vida. Es el mensaje que nos traslada.

Como Ordesa, también El mejor libro del mundo es una novela de inspiración autobiográfica, pero novela al fin recorrida por una subjetividad solo posible en clave novelística. Narra los miedos, los anhelos, de una persona , un escritor, al traspasar la barrera de los sesenta años. Narra la cara A de ese escritor: la agitada vida social, los agasajos y encuentros en ágapes literarios, los viajes y presentaciones; pero también la cara B: la vida privada, las dudas ante cada nuevo trabajo, los miedos a perder el favor de los lectores, las inseguridades en suma.

El escritor se abre en canal y cuenta lo que nunca ningún escritor ha contado sobre el oficio, ni sobre su vida de escritor. El libro está escrito a modo de grandísima comedia. Él pone del revés la vida del escritor llamado Manuel Vilas, dando un vuelta total a esa pareja que forman realidad y ficción. La ficción se plantea al inicio con el artificio del anuncio de la muerte del escritor Manuel Vilas días después de cumplir sesenta y un años. Y el libro sería entonces el testimonio sincero de alguien que va a morir y que por eso mismo no miente. El artificio cumple con la idea de que cuando uno está a las puertas de la muerte, ya no importa nada y nada hay que ocultar, y el deseo de decir todo lo que no se ha dicho surge como un león y lo cuenta todo sin filtros ni sordina; sin la más mínima autocensura de modo que todos sus pensamientos surgen de forma limpia, poniéndolo todo negro sobre blanco. Un libro donde no hay mentiras ni camuflajes.

Utopía fracasada

El libro, por tanto, supone también el ansia de un escritor llamado Manuel Vilas, que llegado a la crisis de los 60, intenta escribir el mejor libro del mundo, como una obsesión, como una utopía que de justificación a tu vida, aunque sepa que fracasará en el empeño, porque sabe que no podrá escribir el mejor libro del mundo ya que piensa que a los sesenta años se ha quedado sin futuro, ya no cabe la ilusión de que mañana será el mejor día de mi vida. Escribe este libro a los sesenta años y ya todo le da igual y se pueden decir pequeñas verdades con ánimo de que le sirvan a alguien, con «ese ánimo escribo todo, para que le sirva a alguien».

Recuerda al inicio su discreta vida de escritor, una vida tranquila, alejada de la mirada pública, hasta que con 55 años publicó Ordesa, una novela autobiográfica. La novela es un éxito que el agradece pero le depara un conflicto social al ver como a «un muerto de hambre», le empiezan a cambiar la cosas. Gente que le llevaba ignorando ahora le saludan, le invitan a festivales literarios. «Me volví visible». Lo agradece, aunque echa de menos la vida anterior: «La discreción y la invisibilidad son dos lugares donde he residido cincuenta años; dos excelentes y enormes habitaciones soleadas en donde vivir, respirar y estar en paz con todo».

Ahora percibe que no hay mejor manera de saber qué tal te va en el oficio de escritor que ver cómo te tratan los colegas de profesión. Antes era el último mono con una vida consagrada, como la de casi todo el mundo, un intento desesperado de no ser el último mono.

Desde esa perspectiva, se ríe de todo ese mundillo de oropel de las fiestas literarias y afirma sin rubor que «yo voy a los festivales no para ver y ser visto, como casi todos. Voy porque me ahorro la comida, no tengo que hacerme la cama y me meten en hoteles con habitaciones con baños relucientes».

También ve ridículo que los escritores escriban porque quieren hacerse famosos, ganar dinero y tener prestigio, aunque también comprende ese sueño de los escritores de pasar a la posteridad por sus obras. La fama permite también distinguir el amigo leal del oportunista. Tenía amistad con un escritor importante, aunque el otro era más famoso y vendía más libros, pero eran buenos amigos. Pero cuando le llegó el éxito con ‘Ordesa’ la relación se oxidó. El otro tenía mucho éxito, pero el enfriamiento vino porque tenía oculta una comedia, «la comedia de la vida».

Siempre funcionario

Y es que en España nos gustaría ser Jack Kerouac o William Faulkner o Ernest Hemingway, pero en España «solo se puede ser funcionario de la literatura, funcionario de izquierda avanzada y progresista, pero funcionario. Feminista, pero funcionario. Comunista, pero funcionario. Premio Cervantes, pero funcionario». Recuerda al escritor amigo, Fernando Marías, fallecido en febrero de 2022 , con menos fama literaria que Javier Marías «de una amabilidad fría como el mármol», que sí conoció el éxito, Fernando dedicó más tiempo al amor que a la literatura.

Pero para él, en literatura, solo hay una cosa cierta : El destino de los escritores españoles es el olvido profundo, del que solo se han salvado dos en quinientos años de soledad: Miguel de Cervantes y Federico García Lorca. Los demás somos acompañantes silenciosos de ambos. Aunque con el tiempo Lorca se irá también desvaneciendo y solo quedará Cervantes, más bien don Quijote.

Señala con el dedo a T.S. Eliot que no quiso publicar a Luis Cernuda. Él no ve en la poesía de Eliot que sea superior a la de Cernuda, salvo el éxito de haber nacido en Estados Unidos. y la desgracia de haber nacido en España. Y ya se sabe que «el prestigio es siempre el dinero con apariencia de otra cosa». Nos habla de su admirado John Fante, de Friedrich Nietzsche, de Dante, de Antonio Escohotado, de Giovanni Battista, de Burroughs, de Arthyr Rimbaud, de Javier Marías, de su admirado Jaime Gil de Biedma, de Roberto Bolaño.

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