entrevista

Lorenzo G. Acebedo: "No sé si vender es bueno o malo para el ego"

Lorenzo G. Acebedo (seudónimo)

Lorenzo G. Acebedo (seudónimo) / Levante-EMV

Inés Martín Rodrigo

Inés Martín Rodrigo

La historia de la literatura, reciente y no tanto, está repleta de autores y autoras que, por diversos motivos, obligadas, en el caso de muchas de ellas, pues no había otro modo de hacerlo, recurrieron al seudónimo para publicar sus libros. Incluso los hay que no se escondieron, desde el principio dijeron que eran ellos, y no otros, quienes estaban detrás de ese nombre, como John Banville, cuya faceta más negra, y comercial, viene firmada por Benjamin Black. A J. K. Rowling el intento le salió mal y se vio forzada a reconocerse en las novelas de Robert Galbraith, mientras que Elena Ferrante sigue en el anonimato en el que sus lectores la descubrieron. En España, superado el trauma de Carmen Mola, Lorenzo G. Acebedo se ha convertido en el mayor enigma de nuestras letras, y de su mundillo. Según su editorial, Tusquets, estamos ante «un escritor que abandonó en su juventud los estudios teológicos por el retiro monacal y, algún tiempo después, el retiro monacal por una mujer». «Reside en un pueblo de La Rioja» y es de suponer que allí ha escrito las dos novelas con las que ha logrado un éxito notable, La taberna de Silos y La Santa Compaña, de las que ha vendido más de 60.000 ejemplares. Es esta la primera ocasión en la que el creador de la serie de Gonzalo de Berceo acepta ser fotografiado, aunque su rostro continúa siendo un misterio.

Gonzalo de Berceo, el protagonista de la saga, es «un monje observador, descreído, enamoradizo e interesado». Lo describen como un Philip Marlowe de la Edad Media. ¿Cómo y por qué llegó a él?

La primera vez que lo vi, lo vi muerto. Llevaba tiempo con la idea de hacer un libro de viajes y aventuras que me permitiera trabajar por episodios, sin jaleos de argumento, y pensaba en un poeta goliardo, una especie de François Villon, pendenciero y hasta asesino. Lo imaginé peleando por un pellejo de vino con otro vagabundo como él. Escribí la pelea y cuando quise darme cuenta el otro había sacado un cuchillo y se lo había cargado. Luego estuve buscando poetas medievales reales para intentar perfilarlo un poco y someterme a la historia. Por mi triste y breve experiencia como monje, y porque su poesía siempre me ha seducido, me decidí por Berceo.

¿Qué le atrajo de ese tipo tan particular de novela negra? Me refiero a los thrillers medievales. ¿Por qué un investigador del siglo XIII?

La Edad Media se parece mucho al siglo XXI: la seguridad de que el mundo se va a acabar enseguida, por nuestra grandísima culpa, y el inevitable florecimiento de locos, profetas, timadores y santurrones que se hacen con el control de la vida social en cuanto les dejan un hueco. Fue Berceo quien me obligó a trasladarme al siglo XIII, yo andaba pensando en el XV, que me parecía un tiempo tenso de transición, pero luego me di cuenta de que con la aparición del gótico era mucho mejor: es un Renacimiento improvisado, natural, con menos cuento y aspavientos. Y el thriller fue una forma de librarme de la novela episódica, dándole un destino al personaje. Requiere mucho más esfuerzo, pero desde el principio sabes que aquello tiene que tener un final.

Por cierto, ¿cuándo empezó a escribir y en qué momento se planteó la posibilidad de publicar?

Me planteé publicar cuando tuve la primera novela, inocentemente. Yo he escrito siempre. De niño llevaba un diario con la seguridad de que mi madre lo leía, así que escribía para ella. Pensaba que cuando me dormía o estaba en el colegio, mi madre leía el diario y se asombraba de las hazañas que vivía su hijo, sin darse cuenta de que eran inventadas.

¿Y cómo llegó a Tusquets? Porque si lograr publicar un primer libro ya es difícil, hacerlo bajo seudónimo debe de ser aún más complicado... a no ser que detrás haya un escritor muy conocido.

Se la envié a Tusquets porque me parecía la editorial más adecuada. Y varios meses después recibí un mensaje en un correo. Ya está. Pero entre el envío y la publicación del libro pasó más de un año.

¿En algún momento le plantearon la posibilidad de desvelar su identidad desde la editorial?

No hubo problema ahí tampoco. Yo no quería publicar firmando, me habría negado absolutamente. Pero no hizo falta. Escucharon las razones y les pareció bien.

¿Y sus editores saben quién es?

Sí. Con el contrato firmado quedamos a cenar en un restaurante del centro de una ciudad. Y de vez en cuando repetimos.

Con más de 60.00 ejemplares vendidos de La taberna de Silos y La Santa Compaña, ¿se arrepiente del seudónimo? Porque ego ha de tener, obviamente…

No sé si vender es bueno o malo para el ego de un escritor. Siempre he oído por ahí que vender mucho es de mal gusto, si se trata de novelas o poesía. Y sé de alguno que perdió a sus amigos letraheridos tras perpetrar, sin previo aviso, un best seller.

Sus dos novelas han conseguido ser un éxito de ventas sin autor, sin presentaciones, sin firmas, sin entrevistas de radio o tele... Una operación casi de antimárketing, vaya. ¿Cómo lo ha vivido usted?

Con sorpresa y nervios, pero a salvo de todo, afortunadamente. Soy bastante vago, no tengo costumbre de hablar en público, y menos aún si se trata de hablar de mí.

Lo sucedido con usted puede replantear las estrategias de promoción de las editoriales. Pienso en las maratonianas jornadas de entrevistas promocionales que los autores asumen con cada novedad. ¿Qué piensa cuando ve las agendas de sus colegas escritores?

No las veo. Mis amigos no son escritores. Y he conocido a algún escritor, pero siempre me ha dado la impresión de que llevan una vida poco ajetreada. Lo cierto es que estamos en una época un poco oscura, en la que uno mismo tiene que venderse haga lo que haga, y eso, con una novela en la mano, no me apetece nada.

¿Qué le diría a quien piense que, en realidad, su seudónimo forma parte de una operación promocional, de comunicación?

Pues no sé mucho de eso, ni cuánto cuesta una operación promocional para vender un libro. Pero imagino que diría que en ese caso ha salido muy barata.

¿Se lleva mejor el éxito sin que a uno lo reconozcan? El ejemplo paradigmático es Elena Ferrante: ha logrado que la dejen tranquila pese a lo mucho publicado, y especulado, sobre su identidad.

Lo de Elena Ferrante es difícil de superar. La localizaron, pero amenazó con dejar de escribir si la molestaban, y entonces todos hicieron como si no supieran quién es. Me parece una historia enternecedora. Dudo que a mí me saliera tan bien.

Y ahora viene la pregunta que todos en el mundillo editorial se siguen haciendo, y seguramente también sus lectores: ¿por qué eligió el anonimato?

Lo mío es muy peliculero, tanto que nadie me cree. No quiero encontrarme con cierta persona llamando a la puerta de casa y pidiéndome saldar unas cuentas que son más espirituales que materiales y que por tanto soy muy libre de no saldar. Intuyo que la cosa podría acabar muy mal, y no por mí, que he pasado página. Aunque estoy empezando a pensar que es extraño que no me haya localizado ya. Pido disculpas por no entrar en detalles de un conflicto en el que mi papel no es indigno, pero tampoco para andar presumiendo.

En ese sentido, ¿cree que el seudónimo cambia la relación entre el autor y sus lectores? ¿Cómo afecta su anonimato a esa relación que normalmente es bidireccional?

La principal relación entre el autor y el lector ha sido siempre el texto, ¿no? Lo demás es ruido. Las novelas no son nada hasta que alguien las lee, y a eso me aferro para no dar la cara. Yo adoro a Valle-Inclán como lector, pero no me gustaría irme de copas con él en absoluto. Lo que me lleva a la última conclusión: leer un libro es bidireccional incluso cuando el autor ha muerto hace muchos años, también si es anónimo o seudónimo.

Hace poco discutí con un compañero, gran lector, sobre si el sexo del autor puede determinarse una vez leído el libro y sin saber su identidad. ¿Usted qué cree?

Creo que nadie tiene el mismo sexo que otro ni tampoco un sexo muy distinto del de los demás. Es una cuestión de grado, pero no solo de más o menos masculino y más o menos femenino, sino también de muchas otras cuestiones. Eso hace que las diferencias entre hombre y mujer sean en el fondo menores de lo que nos parecen. Aparte de que, como todo, el sexo se nos va modificando con el tiempo, igual que nuestra relación con el placer es variable, por fortuna. En el fondo nunca sabes en qué tipo de armario puedes andar metido. Y por otro lado, los narradores necesitan travestirse para escribir, como los actores. Narrar historias, como leerlas, es jugar a ser otros.

¿Y considera que es fácil, o factible, determinar la identidad sexual del autor de una obra en función del estilo y/o del contenido?

No. Insisto: imposible. Y me parece que plantearse la posibilidad es dejar abierta la puerta a los muchos prejuicios con los que nos han educado sobre la supuesta escritura de los hombres y de las mujeres.

¿Cree que las críticas que ha recibido hubieran sido distintas de haberse conocido su identidad?

No soy capaz de suponer en qué podrían cambiar. Me parece que los críticos hacen lo que pueden en un tiempo en que su trabajo es precario y nada valorado, lo que ayuda a que tengan a veces más importancia los prejuicios que los valores o las fallas de una obra concreta. Apenas hay formación para realizar crítica profesional (mejor deberíamos decir para realizar reseñas profesionales), como no la hay tampoco para los escritores, es una maldición antigua. Lo que mejor resultado les da es hacer listas de libros, por lo que veo.

He leído la biografía de la solapa de sus libros, pero me gustaría que me describiera a la persona que los escribe. ¿Cómo es usted?

Intento ser una persona normal y solo lo consigo de vez en cuando, como todo el mundo. Quien vive conmigo y mis amigos y amigas me quieren, y yo a ellos. Me gusta pasear tranquilamente, pensando o charlando con alguien. Ya he dicho que soy vago pero lo compenso durmiendo fatal y así me salen más horas de vaguear pero también de trabajo. Como autor soy fundamentalmente un lector. Y en una sesión de escritura estoy más rato levantado paseando que sentado escribiendo.

¿Y qué y a quién lee el autor que está detrás de Lorenzo G. Acebedo?

Soy ecléctico. Clásicos y contemporáneos, pero casi nunca novedades de temporada: dejo que se asienten los libros y leo cuando me los recomiendan por más de un lado. Leo muy desordenadamente y casi siempre más de un libro a la vez. Ahora, por ejemplo, estoy con la novela de Colm Tóibín sobre la vida de Thomas Mann, El mago; con un ensayo de Adrados sobre la historia de la fábula, que es lo más original que tengo entre manos. Y lo alterno con las Fábulas de Fedro. Uno de mis agujeros negros en lectura es la poesía de ahora pero no sé muy bien por dónde tirar. Este fin de semana voy a empezar a leerme Viejos tiempos, la obra de Harold Pinter. Iré a Madrid en marzo a ver la representación.

Se lo preguntaba porque la referencia de El nombre de la rosa de Umberto Eco es indudable. Hábleme de esa inspiración, y de otras.

Sí. Umberto Eco era un maestro. Pero no leo ni mucha novela histórica ni mucha novela negra, aunque en la serie de Berceo haya también algo de Chandler y del Chesterton del padre Brown. Más allá de eso no sé muy bien cuáles son mis influencias. Para inspirarme sobre Berceo leo a Berceo y todo tipo de narrativa medieval, en prosa y en verso. Y luego artículos y ensayos sobre distintos asuntos de la Edad Media.

La última: ¿qué futuro le augura a la serie de Gonzalo de Berceo?

No lo sé. Pero ojalá pueda ser un futuro largo. ¿Qué voy a escribir yo cuando se acabe la saga? Confieso que eso sí me preocupa.

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