Como un lobo entre dos ataques
En la hermosa novela de Susana Fortes sobre los amores invencibles entre Albert Camus y María Casares se presenta la muerte a traición

Sólo un día más / Levante-EMV
Pero el amor, esa palabra…
Julio Cortázar
Rayuela
Las novelas son verdad. La ficción nunca miente. Por eso las novelas cuentan historias que formaron parte de una vida. O de muchas vidas. Que nos ayudaron a entender mejor no lo que les pasa a los personajes sino, y a lo mejor sobre todo, a quienes los acompañamos en su viaje a través de la lectura. En el prólogo a la edición alemana de los poemas de su amigo René Char, escribía en 1958 Albert Camus que la verdad es nuestra patria. Y también que «el sol a veces es oscuro». La luminosidad de las sombras en la obra de uno de los más grandes poetas que he leído nunca. En la Resistencia contra los nazis Char y Camus cuando los tiempos de la ocupación. En la vida que les tocó vivir, ahí estuvieron salvando los abrazos en medio del anchuroso bulevar gauche de las traiciones. Los dos nombres, Camus y Char, regresan desde mi memoria cada vez más lejana en las páginas de la nueva novela de Susana Fortes: Sólo un día más. El tiempo entre ayer y mañana: con el amor en medio.
Hace dos o tres años, en una de mis visitas a la Universidad de Brest, fuimos a Camaret-sur-Mer, un pequeño pueblo bretón del Finisterre francés. Alguien lo dijo: en esa casa vivió María Casares. Después de la comida, la profesora María Lopo dio una magnífica conferencia sobre esa inmensa actriz nacida en A Coruña en 1922 y exiliada en Francia al poco del golpe de Estado fascista. Su padre, Casares Quiroga, ocupó altos cargos en los sucesivos gobiernos de la Segunda República. No sé si en alguna ocasión iría a esa casa con Albert Camus, el amor de su vida. Yo no sabía nada de esa relación. A partir de entonces intenté acercarme a ella, conocer de cerca o lejos los sitios en los que estuvieron, saber de qué manera algunas vidas ajenas tienen que ver con las nuestras porque los libros son precisamente ese territorio mestizo donde se juntan la realidad y lo que nos inventamos. Lo mismo hizo Susana Fortes cuando tuvo en sus manos las cartas que se escribieron María Casares y Albert Camus en los dieciséis años que duró su relación, hasta que un accidente de automóvil acabo con la vida del autor de El extranjero el 4 de enero de 1960. Ponerse, después de esa lectura, a recrear y fabular -las dos cosas a la vez- esa historia de amor y, en paralelo, otra que la protagonista vivió con W, un escritor del Este lleno de zonas oscuras desde su encuentro, tres años antes, en un festival literario de la Val d’Aran. Dos historias que son como una sola historia. La seguridad de que el tiempo de quien escribe va más allá de lo que dura la propia escritura, cuando se ancla sin compasión alguna en la conciencia: «Todos los novelistas saben que las historias son siempre una prórroga. Nos permiten vivir un día más, una noche más…».
Así los cuatro -mejor, los seis- personajes principales de esta novela que conmueve y nos llena a ratos de desasosiego, que no construye techos falsos para cobijarlos contra la intemperie, que se reconoce en la sencillez de la escritura y para nada elude la complejidad de unos sentimientos que hacen crecer la historia desde los cimientos más primarios del relato. Y uno de mis mayores gozos: reconocer los sitios en los que me detenía a cada instante porque los sitios de muchas novelas también son o se parecen a los nuestros. Las calles de un París en que me veo -con permiso de Baudelaire o Walter Benjamin- como un flâneur sin brújula ninguna, con esa Rue de Vaugirard que descubrí antes que nada en la Rayuela de Julio Cortázar; el mercado de Buci donde me pasé tantas mañanas hace muchos años; esa comida de la actriz y el escritor en Cordes-sur-Ciel, el pueblito del Tarn que es como un museo medieval en una empinada cuesta interminable; las montañas de Aran y esa Artiga de Lin con el glaciar al fondo del Aneto. Y Johnny Cash formando dúo con Bob Dylan en esa canción inolvidable que también cantó Cash con Joni Mitchell: The Girl From the North Country: «Dale recuerdos de mi parte a una chica que vive allí / porque ella fue una vez mi amor verdadero». Los sitios y las canciones en Sólo un día más, la hermosa novela de los amores invencibles aunque la muerte se presente a traición, como son en realidad todas las muertes al menos en la literatura del romanticismo.
Porque por encima de todo lo demás, la novela de Susana Fortes es una historia de amor. O de desamor, que a fin de cuentas viene a ser ser lo mismo. El miedo persistente en las noches solitarias y en el tiempo que duraban las ausencias. Y de nuevo regreso a René Char, a esa poesía que nunca deja de deslumbrarme en su insistente misterio y extrañeza: «Nuestro sueño era un lobo entre dos ataques». Creo que es ese verso lo que mejor puede definir esta novela cuya escritura se adivina apasionada, admirable en su complejidad sencilla a los ojos de quienes la leemos, segura en lo que las novelas tienen de prórroga para intentar salvar, aunque sea a la desesperada como en las novelas románticas, la desesperación de los amantes: «sólo un día más». Lo dijo «bajito» María Casares en una de las despedidas sin fecha de retorno. Los sueños que no se acaban nunca en un hospital de Sarajevo o en el cabezazo de un auto contra el tronco de un árbol plantado allí no se sabe si por el azar o por esa fatalidad que a veces y violentamente es la vestimenta aciaga del destino.
Cuando regrese a Brest en mi próximo viaje, les diré a los profesores Iván López Cabello y Fátima Rodríguez -y a mi gente de MERE29 (Memoria del Exilio Republicano Español)- que me lleven de nuevo a Camaret-sur-Mer. Y ahora que lo pienso: qué frío hacía y con qué ganas llovía en ese pueblecito del Finisterre donde María Casares, no sé si con Albert Camus en algunas ocasiones, se asomaba a la ventana de un pequeño hotel tal vez para prorrogar el tiempo que se vive antes de las despedidas. Esa prórroga que Susana Fortes exige como condición a las novelas no es sino la necesidad de que el amor, sea donde sea, se perpetúe sin límites de tiempo ni fronteras. Aunque ahí esté el puto lobo, siempre al acecho y dispuesto a saltar sobre sus presas. Ni más ni menos que como mandan los cánones de las novelas excelentes que hablan del amor. Esa palabra…
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