Apocalipsis de andar por casa

Miguel Vila parte de la pandemia de covid para introducir en una extraña distopía a las personas que habitan en esa Padua protagonista de sus anteriores obras

Noelia Ibarra álvaro pons

El género humano presenta una extraña pulsión por suicidarse como especie, rasgo que podemos constatar a través de su historia o mirando cualquier noticiario actual, pero con un claro síntoma en su querencia por cualquier ficción catastrófica, a ser posible apocalíptica. La pasión autodestructiva ha encontrado metáforas variadas en zombis, meteoritos o incluso alienígenas, pero tuvo que enfrentarse en esa Realidad® que vivimos a un minúsculo virus que casi destruye la sociedad obligándonos a confinarnos en casa, en un escenario cotidiano muy alejado de los muertos vomitando sangre por las calles que prometían las películas.

Comfortless, de Miguel Vila (Ediciones La Cúpula, traducción de Gema Moraleda), parte precisamente de la pandemia de covid para introducir a las personas que habitan en esa Padua protagonista de sus anteriores obras en una extraña distopía in crescendo acelerado, desde la que realiza una disección tan aséptica como desoladora del ser humano. El dibujante italiano ya había demostrado en sus obras anteriores su inquisitiva capacidad de observación de la sociedad, desde la que caracterizaba a sus integrantes mediante la mezquindad cotidiana propia de nuestra especie, de esos minúsculos «ismos» que parecen todavía más pequeños con el prefijo «micro», pero que conforman una verdad muchas veces deplorable.

En manos de Vila, el final de los tiempos sigue la vía planteada por Žižek y se convierte en una ficción retransmitida por las redes sociales, donde la historia se construye desde los bulos, desde el despropósito que acepta el relato único con mirada acrítica, en un apocalipsis de miserias humanas. Hace muy poco hemos comprobado en carnes cómo el desastre puede manipularse y tergiversarse hasta fundar un relato propio que anula la memoria y se convierte en la nueva verdad.

Los protagonistas de Comfortless son lo más alejado de los héroes fílmicos: no existe sacrificio heroico campbelliano que redima desde la épica, sino un concierto de personalidades cuyo común denominador reside en el egoísmo y la sordidez, que olvidan la realidad que les rodea, el desastre, para centrarse en la inercia de su existencia cotidiana, dinamitada ahora por el aislamiento. Si Raymond Briggs nos enternecía con los protagonistas moribundos de Cuando el viento sopla, Vila nos conduce a un paradójico camino contrario, de rechazo ante una verdad que se torna incómoda, dado que refleja comportamientos reales, tan profundamente humanos que nos recuerdan que esa mediocridad bosquejada somos nosotros.

No sabemos si la zona afectada por la catástrofe es global o solo lo que nos muestra Vila, pero en el fondo, no importa: el mundo se reduce a una inmensa caverna en la que solo contemplamos las imágenes proyectadas por las redes sociales desde la comodidad de un sofá, aislados e indolentes a si fuera de nuestras ventanas hace sol o llega el invierno nuclear.

El dibujo hipernaturalista de Vila atiende precisamente a las imperfecciones, huyendo de la mirada idealizada que representa el cuerpo según un canon normativo. Los personajes caracterizados responden a seres anónimos con los que el lector puede cruzarse por la calle y que nunca protagonizarán la portada de una revista de sociedad, en un estilo que contrasta con fuerza con una composición de viñetas arquitectónica de acuerdo con las enseñanzas de Chris Ware, enfrentando la limpia experimentación narrativa a ese trazo orgánico y vibrante deudor de Crumb, avivado por una paleta de colores pastel en la que triunfa el color de una carne rosa y palpitante. Como resultado obtiene una explosión visual, una lucha entre formas que se convierte en parte de esa narración que nos lleva a las emociones más bajas del ser humano, a las que de verdad mueven la vida sin atender a razonamientos, solo a pulsiones sin control.

Una excelente obra, cruelmente irónica, que nos obliga a mirar al precipicio de la estupidez humana.

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