Maryse Condé da vida y alma a su abuela cocinera

En ‘Victoire. La madre de mi madre’, la autora guadalupeña nos regala la existencia llena de emoción de

su antepasada materna, que desde sus pobres raíces logró convertirse

en una cocinera de postín

javier garcía recio

Hace casi un año, el 2 de abril de 2024, murió a la edad de 90 años Maryse Condé (Pointe-à-Pitre, 1934-Apt, 2024), la escritora que desde su Guadalupe natal dejó un legado literario que aún sigue creciendo en reconocimiento, un reconocimiento tardío que va ampliándose a medida que el alcance de su extensa obra va conquistando nuevos territorios. Este cada vez mayor conocimiento de su trabajo permite señalar que Condé ha sido la gran escritora de la literatura francófona y criolla. Autora de una amplísima obra, pese a que no comenzó a publicar hasta pasados los 40 años, con novelas, ensayos, obras de teatro y artículos periodísticos, ha retratado sin clemencia los estragos del colonialismo en los países africanos y caribeños, la dureza de las condiciones de vida de las personas de raza negra y la indiferencia de Occidente por estas devastaciones.

Nos detenemos ahora en su última novela publicada en castellano que, como en ocasiones anteriores, viene de la mano de la editorial Impedimenta, gracias a la cual se ha abierto paso en España la producción de Condé. Victoire. La madre de mi madre, que vio la luz inicialmente en 2006, es el fascinante retrato de su abuela materna, que alcanzó en todo el Caribe fama de gran cocinera. Murió antes de que Condé naciera. Solo tenía una imagen de ella, una fotografía posando junto a un piano aún joven, con un rostro que llamaba la atención y resaltaba; era imposible dejar de mirarla.

«La madre de mi madre», como la llamaba Condé, era la única blanca en una familia de negros caribeños. La describe de una blancura australiana y con unos ojos pálidos, «como los de Rimbaud», tan achinados que apenas se reducían a dos hendiduras. Claramente desentonaba en un mundo donde todos eran de tez negra sin matices. Se llamaba Victoire Élodie Quidal. Nunca supo leer ni escribir, apenas supo hablar en francés, pero tenía un don, su destreza culinaria, que gracias a su tenacidad le permitió convertirse en una cocinera muy estimada y, lo más importante, lograr introducir a su hija en la naciente burguesía negra de la isla de Guadalupe.

De manera seductora, con un estilo en el que se superponen y mezclan la ficción y la realidad, dados los pocos datos precisos que Condé logra averiguar de su abuela, la existencia de Victoire cobra vida y alma en la pluma amorosa de su nieta escritora. Todo un lujo.

Victoire, analfabeta y sacudida por la vida y la pobreza de su entorno, encontró en la cocina una maravillosa manera de expresar lo que es incapaz de expresar con palabras. Trabajando toda su vida en la cocina de la familia blanca de los Walberg, supo gracias a su ingenio e intuición culinaria inventar nuevos platos y renovar otros con un virtuosismo que se extendió rápidamente por la buena sociedad guadalupeña, que la reclamaba para sus fiestas y convites. Este conocimiento culinario, intuitivo y racial, le permitió no solo afrontar con resistencia la desgracia, sino trazar un futuro distinto para su hija. Y siempre guiada de manera instintiva por su convicción de que ninguna labor es humilde si con ella avanzamos.

Además, mientras traza la vida de la distinguida cocinera, el recuerdo de su vocación le permite a Condé recorrer la vida de sus antepasados, llena de dolores y obstáculos, y nos deja vislumbrar su destino, a través de su amor por la cocina y el arte culinario. Esboza así a grandes rasgos, a veces duros y agudos pero nunca cínicos, el retrato de su propia madre, Jeanne, incapaz de compartir sus sentimientos pese a sus brillantes estudios y de una impecable carrera docente.

La obra tiene como escenario finales del XIX y principios del XX, cuando las huellas de la esclavitud, pese a su abolición reciente, siguen estando omnipresentes y rigiendo las relaciones entre blancos y negros que intentan con esfuerzo asimilarse a la pequeña burguesía blanca que establece el orden en la isla.

La historia busca también de manera solapada solucionar la inquietud de la escritora, gran amante también de la cocina, sobre si se debe priorizar la pasión por la literatura a la culinaria, o al revés. En esa tesitura viene a decir que compartir mesa significa compartir ideas.

«Cocinar –dijo Condé en una entrevista– es también inventar, adaptarnos a lo que encontramos, innovar. El deseo de creatividad que mueve al escritor y el del cocinero son exactamente los mismos. Uno usa palabras, el otro usa ingredientes, sabores y especias para crear belleza, placer, retener a las personas, darles placer. Hacer un tayín con mezclas inesperadas y un libro con un tema impactante, metáforas, imágenes, es lo mismo».

Condé nos regala páginas de emoción en esta simbólica aventura que fue la vida de su abuela materna, gracias a un talento innato para contar historias que quizá por su lejana procedencia antillana del archipiélago de Guadalupe han retrasado el descubrimiento de su auténtico valor. Pero una vez descubierto el tesoro, las joyas literarias van revelándonos su enorme importancia. Toca seguir leyendo, seguir descubriendo el mundo fascinante que Maryse Condé nos ha legado en sus relatos.

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