Rodoreda ‘in love’

Eva Comas-Arnal recrea la escandalosa relación de la escritora con Joan Prat

en ‘Mercè i Joan’, Premi Proa de novela

Personaje mayor de las letras catalanas, Mercè Rodoreda (Barcelona, 1908-Girona, 1983) se alza todavía como un misterio que ahora Eva Comas-Arnal (Gavà, 1975) trata de desvelar en Mercè i Joan, novela ganadora del Premi Proa de novela. Es cierto que se han escrito unas cuantas biografías sobre esta intelectual, una de las contadas mujeres de su generación que lucharon –¡y consiguieron!– forjarse una carrera de escritora en un entorno masculino, pero nunca había sido objeto de una novela en la que aparece convertida a su vez en personaje.

Mercè i Joan se sumerge en un momento histórico muy concreto de su vida, el exilio en Francia en 1939, que la llevó a Roissy-en-Brie, Ville Rosset, París, Limoges, Burdeos y de nuevo París, y posteriormente la Segunda Guerra Mundial, que vivió en Francia huyendo de los nazis con algunos episodios dignos de una novela de épica. La obra se centra no tanto en su recorrido como escritora, sino en su relación extramatrimonial con Joan Prat (Sabadell, 1904-Viena, 1971), más conocido como Armand Obiols, un enamoramiento absolutamente escandaloso, condenado por el entorno social y con un hombre que no se decidía a abandonar a su mujer y su hija recién nacida que se habían quedado en Catalunya tras la Guerra Civil. Asimismo, Comas-Arnal hace hincapié en la pasión que impulsaba a Rodoreda a escribir en medio del caos vital e histórico, aunque fuera por las noches y con los dedos doloridos de tanto coser.

A partir de ese contexto histórico tan efervescente de acontecimientos dramáticos, con pasajes ciertamente novelescos como, por ejemplo, la temporada que pasó en la casa de Roissy-en-Brie, donde acogieron a los intelectuales catalanes y españoles refugiados, la novela consigue recrear e insuflar vida a esos días que, si bien estaban velados por la incertidumbre, también fueron alegres y propiciaron amores como los de Joan y Mercè y Anna Murià y Agustí Bartra. En este sentido, la novela se podría tomar como base para un guion de una película, hasta tal punto contiene detalles de vida e imágenes impactantes.

Comas-Arnal cuenta en una nota final qué la motivó a escribir este libro: como estudiosa de Rodoreda, había recorrido de arriba abajo y de abajo arriba la documentación de la escritora, sus escritos personales y su correspondencia, y tuvo la idea de darle vida a través de la ficción, una buena manera de recoger las mil anécdotas curiosas de su existencia personal y sentimental e dar vida a un personaje recreando todo el universo de impresiones sensoriales que acompañaron su trayectoria vital. Enamorada ella misma de Rodoreda, Comas-Arnal ofrece el retrato de una mujer entusiasta, determinada y, más relevante, libre en una época en que no era habitual que una madre tuviera relaciones con hombres casados; de hecho, en el caso de Prat, se muestra cómo luchó por apartarlo de su esposa. Por otro lado, de Joan se ofrece la imagen de un hombre absorbido por su trabajo, ingenioso y bromista, un poco cobarde y perdido entre dos mujeres y, por encima de todo, contradictorio. La autora aborda también el tema de su relación con el nazi Otto Warncke, la Organización Todt, encargada de construir la base de submarinos en Burdeos, y su faceta como responsable del campo de trabajo de Lindemann. En cierta forma, justifica esta implicación, mostrando las dificultades que tenían los refugiados españoles para sobrevivir, y tampoco indaga en la opinión de Rodoreda al respecto.

A nivel narrativo, la autora, que ha publicado dos obras sobre Rodoreda pero no novela, ha forjado un relato fluido, atravesado de detalles que le dan vida y con una lengua rica. Se puede percibir incluso la influencia de la misma Rodoreda en su estilo a medida que narra en paralelo la vida de los dos protagonistas cuando estos se han visto obligados a separarse. Pero la conclusión no está tan bien resuelta: la relación queda un poco oscura, deja al lector con ganas de saber más. Sin olvidar que Comas-Arnal, protegida por el caparazón de la ficción, se toma licencias y pasa de puntillas por aspectos delicados, como la relación de Rodoreda –o ausencia de ella– con su hijo, que dejó al irse a Francia en el Casal Gurguí, en el barrio de Sant Gervasi de Barcelona. En definitiva, la novela no deja de limar la complejidad psicológica de unas vidas tormentosas en una operación arriesgada por la talla de los personajes, pero consigue ofrecer un retrato documentado, amable y veraz, y así es como hay que leerla.

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