Carla Carmona

jaime siles

Para muchos- como antes también para mí- Carla Carmona (Sevilla, 1982) era una profesora de filosofía en la Universidad de Sevilla, estudiosa de Egon Schiele y de Wittgenstein, y traductora de los ensayos de Katthleen Raine sobre William Blake. Sin embargo, la reciente publicación de su primer libro de poemas, preludiado en parte por un sólido y personal ensayo en la revista Pasajes de nuestra Universidad, me ha hecho reconsiderar mi anterior imagen de ella y empezar a verla y a mirarla como lo que tal vez más que ninguna cosa es. Mi visión de ella se ha ampliado ahora añadiéndole una nueva dimensión, que, sin renunciar a sus demostradas dotes de estudiosa, se ve enriquecida por un nuevo modo de acercarse tanto a la literatura como a la realidad, dos elementos sustentantes de toda creación y escritura poéticas. Por eso mismo, al iniciar mi lectura de su libro de poemas, he tenido pero que muy en cuenta dos observaciones de Italo Calvino sobre la operación y el hecho de leer. Según él, «leer es ir al encuentro de algo que está a punto de ser y aún nadie sabe qué será», formulándose de paso una pregunta, cuya entonación y sintaxis no pueden ser sino afirmativas: «¿Qué es la lectura de un texto -dice- sino el registro de ciertas repeticiones temáticas, de ciertas insistencias en formas y significados?».

Yo-Ellas, articulado sobre los dos pronombres que conforman su título, es, desde luego, la suma de lo que indica él y, como advertía Goethe, intentando resolver la antinomia fondo/forma, «nada hay dentro que no esté fuera». En este sentido, lo primero que llama la atención es el modo en que ha sido concebido: su alternancia - tal vez mejor sería llamarla sucesión- entre poemas largos y breves. El primer poema acota un territorio: la felicidad y la capacidad para reconocerlo. El segundo inicia esa especie de sístole y diástole, marcada por el preciso ritmo de un sistema constituido por un diálogo entre la brevedad y la longitud de sus tres tipos diferentes de textos. Los más breves son condensados y de una economía lingüística extrema, próximos en ocasiones a los haikus. Los más largos se asemejan en su desarrollo a la estructura de la elegía. Y los que podríamos considerar como intermedios entre unos y otros son de igual de concentrados que los primeros, pero de menor longitud que los segundos: de hecho, están más próximos a los primeros, pero dotados de un mayor volumen lingüístico que funciona a modo de estrambote. Como ejemplo de los primeros podrían dictarse estos dos versos de «Recuerdo»: tu silueta/mi horizonte. Como ejemplo de los segundos podrían valer «Llanura despojada» o «Pérdida», siempre y cuando el lector sepa distinguir sus diferencias, que son las siguientes: en el primero aparece uno de los rasgos distintivos del libro - la oración nominal, hecha de infinitivos-, la frase cortada, heredada de la poesía pura y la disposición en bloques visuales como en los planos del cubismo -Completa inundación/ de lo existente-, mientras en «Pérdida», aunque se mantienen no pocos de estos mismo recursos, el tono es más íntimo y la lengua también más coloquial: no en vano, el espacio en que la acción se centra es la penumbra de un comedor/ adormilado todavía por la siesta y el deseo es beber café con una persona que ya no está. Este elemento elegíaco viene ya anunciado por estos versos finales del poema que media entre los dos citados: desde ellos veo /aquellos días y estos. Y esa alternancia entre estos tres tipos de poema se mantiene a lo largo de todo el libro, aunque con alguna que otra ligera variación, que incide en lo elegíaco (Miro por la mirilla/ de un concepto/ la vida vivida/ treinta años después; o Me duelen las edades/ que me dicen silencios. Recuerdo el tiempo/sentado junto a mí/ esperándome-/esperando/ (hoy lo sé)/ este rayar el alba. Magritte es uno de sus no queridos referentes, como lo es también la mitología en su voluntaria «Ariadna renacida». Los hallazgos abundan por doquier como en tintineos inaudibles de deseos ya exhaustos. «En el Qutab Minar, de nuevo» se sirve de la arquitectura (Paisaje de pilares en hilera/estancias verticales de memoria. /Intransitables espejos/ de otras épocas) para deambular por la propia vida y advertir que todo lo vivido/puede acontecer en un instante. La emoción del tiempo y la emoción del yo confluyen en una amplia serie de percepciones que la persona poemática ve reflejadas en experiencias de otros, como Anne Sexton, Sarah Baartman. Lisi Estaras o Helen Oyeyemi, que funcionan aquí como correlatos objetivos de posibles identificaciones. A veces un dístico le basta: Ser una carne/ con la noche; otras consigue, con una técnica próxima a la de la escritura automática, tiradas de versos de una extraordinaria perfección formal: morder risueñas el dibujo perseguir/ hasta la superficie sus partes deleitadas/ soplar exhalaciones explosivas/ hinchar nuestros pulmones/ espolvorear nubes turnerianas. Culturalismo y dolor se dan aquí la mano en una escritura decididamente feminista, cuyo dilema es ser mujeres o no ser. Con este libro de poemas Carla Carmona se afirma -y me atrevería a decir que se consagra- como una de las voces poéticas más singulares, lúcidas e inteligentes de hoy.

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