Una poética odisea en el cosmos

‘Orbital’, de Samantha Harvey, no siente la necesidad de contar nada concreto, ni de atarse a una trama convencional

SERGI SÁNCHEZ

Orbital podría ser una novela ambient, porque, como la música que imaginó Brian Eno, existe para crear atmósferas envolventes, abrazándose más a repeticiones y texturas sonoras que a complejas progresiones armónicas. No es extraño, pues, que el texto parezca adquirir las formas elipsoidales de las órbitas que, durante un día, la Estación Espacial Internacional dibuja en el cosmos. Hay un retorno de lo mismo –diríamos que una fe de la literatura en el horizonte, en el amanecer y el atardecer, en la vida cotidiana de la galaxia– que hace que la lectura del texto sea similar a escuchar una marea nocturna acunando al cosmos. Una novela que, por supuesto, se siente cósmica porque mira el planeta desde la insignificancia de lo humano, pero siempre que lo humano se haga las preguntas correctas, que, como no podía ser menos, son las metafísicas. «¿Cómo estamos escribiendo el futuro de la humanidad?», se pregunta Shaun, uno de los seis astronautas de Orbital.

Hay algo refrescante en la novela de Samantha Harvey (Kent, 1975), último premio Booker. En un ecosistema literario saturado de relatos-río, de laberínticas puestas en abismo, de épicas gestas históricas, Orbital no siente la necesidad de contar nada concreto, ni de atarse a una trama convencional más allá de sus meditaciones sobre quiénes somos, adónde vamos y de dónde venimos, y las elaboradas descripciones del planeta Tierra visto desde las alturas, donde la formación y desarrollo de un tifón puede parecer el proceso de floración de una planta carnívora, y la cartografía del cambio climático, dibujada por la contaminación lumínica de las grandes urbes, puede ocupar páginas y páginas de prosa poética. Porque no es una novela de tramas, sino de ritmos. No es ciencia ficción, más bien un ensayo ecocrítico que pone en valor nuestra responsabilidad para con la tierra que pisamos y el cielo que respiramos, sin que sintamos que el texto nos sermonea. No lo hace porque está demasiado preocupado buscando su propia voz, su propia poética, que combina lo trivial y lo cósmico como fórmula magistral de supervivencia en un mundo que agoniza.

Seis astronautas son los protagonistas de Orbital. Harvey se ocupa de darles un espacio a cada uno de ellos, como si su procedencia determinara el registro de su voz literaria. Si nos tenemos que guiar por el teatro del absurdo de la geopolítica, los rusos de la expedición tienen su propio baño nacional, pero la realidad se impone, y vivir sin fuerza de gravedad es algo democrático, no hay nada más solidario y cómplice que beber la orina reciclada de tu compañero, poco importa dónde nació o a quién votó. Establecer diferencias, viene a decirnos Harvey, cuando la Tierra, tan azul, nos mira al otro lado de la escotilla, no tiene mucho sentido. El resultado es que todos los astronautas parecen cortados por el mismo patrón, hablan con el mismo acento lírico y forman una comunidad sin mácula. Esto, que hasta cierto punto contribuye a la tesis de la novela –la de una humanidad que necesita estar en armonía para combatir las consecuencias de sus propios errores ecoplanetarios–, tiende a veces a homogeneizar en exceso el estilo de una prosa que, aunque clara y hermosa, echa de menos más rayos y truenos, más borrascas, más lluvia maleducada.

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