Lo que calla el silencio

En ‘La extraña aparición de Tecla Osorio’, de Mercedes Deambrosis, el mutismo pesa más que la verdad

Mercedes Deambrosis

Mercedes Deambrosis

Marta Marne

València

El 14 de abril de 1998, Tecla Osorio desapareció. Los testimonios de los vecinos fueron contradictorios. Unos la vieron subirse al coche de línea camino de Buitrago en un punto; otros, en otro. Tampoco hubo consenso sobre su aspecto. Algo que nos hace pensar que Tecla nunca fue el centro de las miradas. Sea como fuere, los días pasaron y no se supo más de ella. Si se fue por voluntad propia. Si alguien se la llevó.

El 14 de abril de 2009, Tecla Osorio reaparece. En la misma parada del coche de línea donde algunos la vieron por última vez. La Guardia Civil no sabe bien qué hacer. Hablamos de una mujer adulta. ¿Deben reabrir el expediente? ¿Llevarla de vuelta a casa o dejarla en el cuartelillo a la espera de algún requerimiento? Finalmente, la encierran en uno de los despachos –no vaya a ser que vuelva a desaparecer– y llaman a sus padres para darles la buena nueva. Unos padres que, más que una reaparición, esperaban otro tipo de noticia, un final, un alivio: la certeza de que por fin podrían encargar una lápida con su nombre.

La extraña aparición de Tecla Osorio, de Mercedes Deambrosis (Madrid, 1955), plantea un juego poco habitual. Tenemos a una mujer que, tras más de una década de ausencia, regresa a su casa, a su pueblo. Está más delgada, pero nada indica que haya sido retenida contra su voluntad. Nadie se atreve a atosigarla con preguntas. Pobre, es mejor que descanse. Esa intencionalidad de no molestar, de no sacar a la luz un tema difícil de afrontar, es la que construye la intriga de la novela. ¿Sabremos finalmente dónde ha estado y por qué desapareció?

La acción transcurre en apenas 24 horas. Aunque los hechos tienen lugar en 2009, bien podríamos pensar que estamos en otra época. La forma de relacionarse entre vecinos y familiares, los silencios, la desconfianza implícita en todo ello. «Nada había cambiado, pero nada seguía igual», se nos dice en un momento de la historia. Y es que, más allá de la inauguración de un supermercado de una conocida cadena española, todo parece estar congelado en el tiempo.

Pese al reclamo comercial que sitúa esta obra en un universo cercano al de David Lynch, hay fragmentos que recuerdan más al cine de José Luis Cuerda. No sorprendería encontrarse aquí a un hombre sembrado como si fuera una col. Sin llegar al absurdo, la historia coquetea con el humor y la extrañeza. Y funciona como un reloj. Tanto que, llegado un punto, al lector deja de importarle dónde ha estado Tecla Osorio y empieza a preguntarse qué la empujó a desaparecer.

A través del retrato de los Osorio y de los agentes de la Guardia Civil, la novela dibuja un reflejo de las familias y la sociedad española. Aunque su atmósfera remite a tiempos pasados, bien podríamos encontrar esta misma forma de vivir en muchas localidades pequeñas, donde el silencio y la culpa pesan más que las palabras. El miedo a hablar de ciertos temas, el machismo, la desvinculación entre familiares, los secretos que nadie se atreve a cuestionar. Deambrosis logra plasmar todo ello con una precisión asombrosa, construyendo su narración sobre lo que no se dice, sobre los vacíos en la conversación y en la memoria.

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