Las voces ya calladas
La memoria de la trayectoria de Lola Gaos. «mucho más que una actriz», desde su llegada a Madrid a principios de los cuarenta hasta su muerte en 1993

Lola Gaos es una escena de ‘Tristana’.

Y era triste pensar, sentir que el mundo impávido seguía
su rotación perenne.
Angelina Gatell
Poema del soldado
Lo dice Áurea Ortiz Villeta en el prólogo: «Lola Gaos fue mucho más que una actriz». No es que fuera poca cosa eso de ser actriz en unos tiempos difíciles como los del franquismo. Pero es que, después de desaparecido el dictador en noviembre de 1975, Lola Gaos siguió siendo mucho más que una excelente actriz. El tiempo se le amontonaba en la espalda. Mejor sería decir: los tiempos. Todos los que vivió esa mujer nacida en València en 1921, «en el seno de una saga de la burguesía ilustrada española». Una familia muy numerosa que se vería rota tras la derrota de la República en 1939. Algunos de sus hermanos brillaron entre la intelectualidad de entonces y el exilio fue el destino que los esperaba en México, como a tantos hombres y tantas mujeres que allí encontrarían su país de acogida. Hace cuatro años, Margarita Ibáñez Tarín publicó Los Gaos, el sueño republicano. Historia de una familia de la burguesía ilustrada fracturada por la guerra civil en Valencia. Ahora regresa a las librerías, sin salir de la vieja casa familiar, con Lola Gaos. La firmeza de una actriz: «El propósito de este libro ha sido recomponer la trayectoria biográfica de la actriz Lola Gaos desde su llegada a Madrid a principios de los años cuarenta hasta su muerte en 1993». Y añade pocas líneas después: «una mujer imprescindible… hoy casi olvidada por las nuevas generaciones». Aquí nadie se acuerda de nada. Somos un país plusmarquista en las pruebas atléticas de la desmemoria. Y así nos va. Cincuenta años de la muerte del dictador. ¿Y?
Se fue de València a Madrid en 1943. Buscarse la vida en el teatro. No era fácil. La posguerra era una sombra que lo ocupaba todo. En 1945 se casa con Gonçal Castelló, un abogado de Gandia que había estado en la cárcel con su hermano Ángel. Su separación, muchos años después, sería traumática para ella. Todos sus alrededores eran antifranquistas. Ella no perdería nunca esas raíces. Le costó meter cabeza en ese mundo de la farándula: «La profesión de actriz en los años cuarenta en España era vista como un oficio problemático que contradecía los cánones de feminidad construidos por el patriarcado, como el recato, la sumisión al hombre y el confinamiento en la esfera doméstica». Nada que ver con lo que siempre fue Lola Gaos: independiente, con un sentido de la libertad bien aprendido en el ambiente familiar en el que había crecido. Poco a poco fue ocupando escenarios en el teatro y platós en el mundo del cine y la televisión. Muchas películas, aunque tal vez no tantas como se merecía. Los malditos estereotipos. De repente te conviertes en un personaje, sólo en uno. Una de sus películas inolvidables es Furtivos, de José Luis Borau. Ganó el Festival de San Sebastián, pero nadie del equipo acudió a recibir el premio en solidaridad con los cinco jóvenes de ETA y FRAP asesinados el 27 de septiembre de 1975. La otra película por la que será principalmente recordada es Viridiana, de Luis Buñuel, que ganó la Palma de Oro en el Festival de Cannes en 1961. La ironía del director aragonés le gastó una de las buenas al franquismo. Por eso fue prohibida aquí durante dieciséis años, como casi todo lo que no olía a incienso, susurro de confesionario y otras beaterías. Con Buñuel también haría Tristana, basada en la novela de Pérez Galdós. Y nunca dejaba de meterse en charcos que la salpicaban y no precisamente de agua de rosas. El incansable antifascismo de Lola Gaos. Siempre esa lucha.
La huelga de las gentes del teatro en 1975. La explotación. No eran considerados trabajadores. Eran sólo «artistas» en el lenguaje bucanero de los empresarios y los periodistas a sueldo de ese lenguaje. Fue Lola Gaos una de las destacadas, con Tina Sainz, con Juan Diego, con Juan Margallo, con Concha Velasco, hasta Lola Flores y Lilian de Celis pararon y Sara Montiel y Rocío Durcal y tantos otros nombres de relumbrón se plantaron para mejorar las condiciones de trabajo. No lo consiguieron todo. Pero algo consiguieron. Por encima de todo: romper la tranquila rutina de ese mundo artístico al que la dictadura consideraba un escaparate de lujo, su spot publicitario. Y más de ese compromiso si hablamos de Lola Gaos: su militancia en las filas de la izquierda que se consideraba radical. En las primeras elecciones generales -junio de 1977- formó parte de la Candidatura de Unidad Popular (CUP). Partidos que seguían en la ilegalidad en esas fechas se juntaban bajo siglas que permitieran su inscripción en el registro electoral. La escuché en Chinchón. Un mitin. Aquella voz…
«Los últimos años de la actriz estuvieron marcados por la enfermedad y por la soledad», escribe Margarita Ibáñez Tarín al final del libro, un libro que cuenta lo que cuenta desde una brillante sencillez, sin perder nunca el hilo principal que es el de la vida y la obra de Lola Gaos, esa mujer «imprescindible». Una mención lo mismo de imprescindible en las páginas que recomiendo en estas líneas: el actor Abel Vitón, que estuvo con ella hasta sus últimos días, y su sobrina Elena Salcedo Gaos, testimonio directo de mucho de lo que sale en este libro. Y siempre, también, el nombre de Juan Diego, otro de los grandes, de los necesarios, que «nunca dejó de interesarse por ella». Lo recuerdo y lo quiero. Dejó escritos Lola Gaos dos poemas. Salen en las últimas páginas. Acabo este recorrido con una estrofa de uno de ellos titulado El miedo a las palabras: «Callan, una vez más, las voces ya calladas, / la justicia les niegan a los muertos, / mientras vierten torrentes de palabras / que nada dicen, en falaz intento / de borrar la memoria de los pueblos». Como si esos versos hubieran sido escritos ayer mismo, ¿no les parece? O esta misma mañana…
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