Misterio y desafío
‘Lo que una ama’ (como tantos) son esos «cofres llenos de misterios y desafíos» que son los libros.

Libros de una biblioteca. / E.P.
Las citas que encabezan algunos libros -incluso los espacios en blanco que ‘llenan’ algunas páginas- forman parte del texto. Nada es inútil en el proceso de escritura. Todo tiene un sentido. O debería tenerlo. Si no lo tiene, mejor encestar lo que escribes en una papelera y a ver qué se te ocurre luego. No sé si en algún libro encontré una cita de encabezamiento tan apropiada como la que abre Lo que una ama, el libro con el que Miren Billelabeitia obtuvo el Premio Euskadi de Ensayo en Euskera hace dos años. Hay un subtítulo añadido: Pensar la palabra, vivir la lectura. La palabra. La cita que les decía pertenece a Camuflaxe, el libro de poemas de Lupe Gómez y éste sería un resumen que hace suyo Billelabeitia: «El arma de los pobres se descubre en las palabras… construir el arma de los pobres, construir las palabras y formar frases, imaginarlas en un folio en blanco y que sean leídas y reinventadas por los demás». También podría apuntar aquí un posible título para este libro: Historia de una maestra. Y no andaría errado. Porque sé de lo que hablo. Yo mismo lo fui durante unos años. Y leer ahora Lo que una ama me ha llevado a tantos años atrás, al tiempo en que mis estudiantes de 8º de EGB leían La metamorfosis aunque algunas familias protestaran, o los poemas de Rimbaud que ni yo mismo entendía, o las locuras de Lovecraft y los delirium tremens de Edgar Poe cuando soñaba cuervos parlantes en las ventanas del insomnio. Por eso -y por muchas más razones- puedo decir que Lo que una ama es lo que tanta gente hemos amado durante nuestra larga vida lectora y, sobre todo, un libro fascinante.
Una profesora -la misma Miren Billelabeitia- organiza durante trece años ‘tertulias’ con sus estudiantes. Los libros como protagonistas absolutos. Y quienes se enfrentan a sus lecturas, al principio con el morro torcido y luego como abducidos por las historias que leen para cada una de las sesiones. Se rompe el mito de que leer muy temprano a los clásicos hace que se acabe odiando la literatura. Pues ya ven: las tertulias empiezan nada menos que con Las Troyanas, de Eurípides. Y siguen con Las Mil y Una Noches. Y con La metamorfosis. Y con Hamlet. Y con La Odisea. Y con Kaváfis. Y con Virginia Woolf… Todo con estudiantes de Secundaria que, según esas estadísticas que siempre van a piñón fijo, les gusta leer lo mismo que a mí que ganen el Real Madrid y Florentino Pérez sus partidos de fútbol. O sea: nada. Los gustos lectores han sido construidos según la ‘comprensión’ de los textos. Cómo van a comprender los jóvenes estudiantes lo que se esconde en las tragedias griegas o en el alma atormentada de un escarabajo. Es el mantra que lleva a despreciar las lecturas ‘difíciles’. Yo no seguí ese mantra en mi juventud docente y salieron de aquellas clases lectores, escritores, y sobre todo nadie que odiara la literatura el resto de su vida. Pues lo mismo en las tertulias de esta profesora enamorada de los libros, de esos «cofres llenos de misterios y desafíos», esa maestra que rompe, con su amor a la palabra y su apasionada manera de «vivir la lectura», el tabú de que «sólo nos agrada lo que se entiende». Una profesora de euskera que llegó a su propia lengua a los veinte años y sabe de la dificultad que supone descubrirte en otra lengua que es la tuya y era como un mundo aparte, condenado a la extinción.
No faltan -y cómo se agradece el detalle- incursiones lectoras en la Historia y la Memoria de este país al que le chifla el olvido. Una y otra no son lo mismo. Pero codo con codo se ayudan en la necesaria superación de la mentira con la que el franquismo contó nuestro pasado y lo convirtió en una exaltada y demoníaca parada de los monstruos. Leer las aportaciones de quienes, desde una curiosidad admirable, participaron en las tertulias organizadas por Miren Billelabeitia es un gozo difícilmente superable. Una vez le escuchó decir a Siri Hustvedt que «le resultaba difícil imaginar cómo se enfrentaría a la vida si un día no pudiera leer». Pues eso mismo se lo aplica la autora de Lo que una ama y, de paso, también será eso lo que intente transmitir a su jovencísima troupe entregada a la lectura. Otro mito que se desmiente en este libro inacabable: los jóvenes no leen. ¿Y los adultos? ¿Y qué leen los adultos que leen? Hasta Hamlet estrellaría la calavera contra el suelo cabreado por la respuesta.
Como escribía Harkaitz Cano de sus trabajadores en los tejados: hay que ir poco a poco por los caminos difíciles. También por los libros. Sin quemar etapas a lo tonto. No se trata de llegar los primeros a salvar Troya, sino de disfrutar de la aventura sin saber cuándo y hasta dónde llegará el final del viaje. Recuerden la cita: «El arma de los pobres se descubre en las palabras». No la desperdiciemos. Leer es importante. Aún lo es más volcarnos en el inmenso placer de las relecturas. Y una conclusión que nos acerca Lo que una ama por encima de ninguna otra: «La lectura, la literatura, el debate nos llevan al esplendor de la palabra y, por medio de ella, deberíamos lograr ser personas libres, cultas, sabias, críticas y autónomas, capaces de reflexionar». Leer. Leer. Leer. El cofre del tesoro lleno de misterios y desafíos. Vivir la vida misma. Y otras vidas. Muchas otras vidas. Muchas.
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