Elogio del escritor raro

El argentino César Aira, el gran candidato al Nóbel en lengua española, publica sus disertaciones literarias entre 1989 y 2021

El escritor argentino Cesar Aira

El escritor argentino Cesar Aira / FERRAN NADEU

Manuel Peris

Manuel Peris

València

César Aira (Coronel Pringles, 1949) no es un escritor excesivamente conocido. Y pese a ello, cuando llegue el mes de septiembre y se acerque la fecha en la que la Academia Sueca anuncie la concesión del nuevo premio Nóbel de literatura, el escritor argentino aparecerá de nuevo en las quinielas. Ahora, Penguin Random House publica Actos de presencia, donde recopila once intervenciones orales, pronunciadas en diversos foros entre 1989 y 2021, en las que reflexiona sobre distintos aspectos de la literatura, como ya hizo en La ola que lee: artículos y ensayos, publicado por la misma editorial hace cuatro años.

Que se hable de su posible condición de premio Nóbel es algo que no debe gustarle mucho al propio Aira. Juega a su favor el hecho de ser argentino y la deuda que la Academia sueca tiene con su literatura cuando se lo negó a Jorge Luis Borges. Pero el Nóbel de literatura tiene siempre algo de geopolítica y César Aira no es un escritor que se haya distinguido por su proyección cívica. Es más, siempre ha renegado un poco de ello: «No esperen de mí loas a la democracia o los derechos humanos, no me interesa lo más mínimo. Como ciudadano puede ser, pero como escritor no». Cuando en 2021 le dieron el Premio Formentor, le preguntaron por la posibilidad de que le concedieran el Nobel y su respuesta fue tajante: «No me lo darán porque para ello necesitan una justificación no literaria, nunca se limitan a decir ‘porque este tipo hace buenos libros’». Una respuesta que a Javier Cercas le extrañó, «viniendo de un hombre tan inteligente como Aira», porque, añadió, cabe la posibilidad de que la Academia Sueca no considere sus libros lo bastante buenos como para distinguirlos con el Nobel… En fin, todos los ingredientes para un buen plato de egos revueltos, que como tiene escrito Juan Cruz, es el desayuno favorito de los escritores.

César Aira no es un escritor «normal», no es un narrador al uso. Todo lo contrario. Ha publicado un centenar de novelas. Apenas suelen sobrepasar las cien páginas. Él las llama con modestia «mis novelitas». Son historias cortas, sí, pero nunca simples. Siempre raras. Aira lo asume: «Me llaman raro. Pero, si un escritor no es raro ¿qué es? Convencional, como todos los demás. Así que asumo con gusto el adjetivo y me gustaría ser rarísimo».

Bueno, pues César Aira es un escritor tan raro como para hacer verosímil que se puede clonar a Carlos Fuentes (El congreso de literatura, Penguin Random House) o para hacernos creer que vivir En El Pensamiento (título de su última novela) es una de sus humoradas. Cuando lo bien cierto es que El Pensamiento es una aldea de apenas unas casas en torno a una estación de tren cerealista perdida en la Pampa argentina, próxima a su ciudad natal Coronel Pringles. Allí, en su primera infancia, el narrador descubre lo inerte de la tierra frente a lo mecánico del tren. «Opuestos que se devolvían sus significados» construyendo una lengua. De manera que la quimera del ferrocarril, lejos de ser una invención futurista, «era real y creaba realidad a su paso». Lo cual, por otra parte, no deja de ser una imagen de lo que es la literatura. Y para muestra esta «novelita», con un final tan sorprendente como creativo en el sentido literal de la palabra.

Volvamos a dirigir la mirada hacia la península escandinava y proyectemos sobre ella la poética de César Aira. «Al fondo de lo desconocido para encontrar lo nuevo!», el último verso de Las flores del mal, es la divisa del escritor argentino. Ese es su programa literario como explica en una de las disertaciones de Actos de presencia. «La innovación comienza cuando el escritor reúne el valor de rechazar a los maestros que más ama, a los que está condenado a seguir amando hasta el final, no a los que puede llegar a superar o abandonar (con estos sería demasiado fácil)». La sombra de Jorge Luis Borges, como la del ciprés de Delibes, también es alargada. Puede que un día se proyecte sobre la Academia Sueca. Porque si a lo largo de los años algo ha aprendido César Aira es que «el arte es la máquina de extraviar intenciones». 

Tracking Pixel Contents