Odios ocultos
Sorprende la facilidad con la que Hafid transforma la sencillez de una línea en una reflexión sobre los mecanismos naturalizadores de la discriminación

Odios ocultos / Levante-EMV
Álvaro Pons y Noelia Ibarra
Es difícil no ver en las impolutas paredes de la multinacional Angle Group que dibuja Nadia Hafid en Mal olor (ApaApa Cómics; versión en catalán de Editorial Finestres) claras referencia a ese ideal de empresa tecnológica moderna, donde el neoliberalismo se viste con la piel de cordero de una utopía que reconvierte las jornadas interminables en agradables veladas familiares y esconde tras un supuesto ambiente familiar y de buen rollo los discursos empresariales tradicionales.
Apoyada en su dibujo de perfecta geometría y asepsia narrativa, Hafid comenzará a construir la historia de una joven empleada racializada, envuelta en una imagen casi clónica de mujeres blancas y rubias que van poniendo las piezas de un opresivo ambiente opresivo, pese al candor aparente de su paleta de rosas y amarillos pastel. Piezas suficientes para que la novela gráfica, ganadora del Premio Finestres de Novela Gráfica 2024, vaya descubriendo al lector sus retos: Hafid no persigue la reducción a una moraleja, sino que provoca que sea la propia lectura la que vaya componiendo un discurso que revela y cuestiona las profundas raíces del racismo y el machismo en la sociedad. Un trazo que se detiene en esos gestos cotidianos aparentemente nimios y sin importancia, pero impregnados de rechazo y miedo a la diferencia y que también se fundamenta en la necesidad de ser aceptado en una sociedad negada a la admisión de todo aquello discrepante con una integración absolutamente hegemónica.
En ese contexto, la autora catalana acierta en esa mirada donde el microbullying al que esta somete a la protagonista no nace de una campaña de odio abierto, sino del miedo profundo a una identidad no comprendida. En un consciente juego gráfico, Hafid renuncia a la expresividad del rostro y opta por borrar sus trazos distintivos como representación de la pérdida de individualidad y reconocimiento de una identidad negada desde la diferencia. El color con el que vemos a la protagonista o ese peinado característico actúan más allá del simbolismo cuando aparece un elemento fantástico perturbador, ese olor acre que va filtrándose por cada resquicio de la empresa hasta contaminar la viñeta. El color, de nuevo, constituye la clave para descifrar la metáfora en torno al fétido hedor que desprenden las cloacas de una sociedad que esconde sus miedos e intolerancias sin resolverlas, simplemente negándose a verlas, emparedándolas hasta que se pudren. Al llevar esa idea a la viñeta, se dinamita la hipócrita actitud mantenida desde el prejuicio no asumido, en el «yo no soy… pero», tras el que maquillan todas las intolerancias como ajenas, como parte de un remoto discurso lejano que legitima desde la inacción, desde la ambigüedad de una supuesta equidistancia que tan solo busca que la realidad se carcoma para no verla tras las brillantes fotos de unas redes sociales que se integran en la narrativa visual como un elemento más.
Las páginas de Mal olor sorprenden por la facilidad con la que Hafid transforma la sencillez de una línea en un conjunto de ideas que obligan a la reflexión sobre la sociedad y sus mecanismos naturalizadores del prejuicio y la discriminación: feminismo o antirracismo restan como palabras huecas cuando se enarbolan desde un sentimiento de aceptación condicionada a mantener el status quo, de simple bandera decorativa que maquilla la deserción de cualquier principio en favor de la apariencia.
Con apenas tres obras en el mercado, Hafid se consolida como una voz necesaria del cómic, que desde propuestas gráficas tan rompedoras como personales y reconocibles, van directamente al cuestionamiento de las debilidades de una sociedad resistente al cambio, que se presenta como activa defensora de la lucha contra el odio cotidiano, pero se limita a ocultarlo tras gestos milimétricamente medidos para transmitir confianza sin resolver los problemas.
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