Chantal Akerman, la cineasta rebelde

Cincuenta años después de ser estrenada, ‘Jeanne Dielman’ está considerada la mejor película de la historia. Enguita la programa en Lisboa

Delphine Seyrig

Delphine Seyrig / Levante-EMV

Manuel Peris

Manuel Peris

València

El cine de Chantal Akerman (Bruselas 1950-París 2015) no deja indiferente a nadie, despierta amores profundos y odios viscerales. Ahora, cuando se cumplen diez años de su suicidio y setenta y cinco de su nacimiento, las plataformas televisivas vuelven a programar sus películas. También una exposición que se ha podido contemplar en el Museo de Bellas Artes de Bruselas (Bozar), en el Jeu de Paume de París y que hasta el 7 de septiembre estará abierta en el Museo de Arte Contemporáneo de Lisboa, repasa la trayectoria de esta singular cineasta que nunca ha dejado de programarse en las mejores filmotecas del mundo.

Esa exposición no la podremos ver en Valencia. Una consecuencia más del sectarismo cultural del gobierno de Carlos Mazón, que forzó la dimisión de la directora del IVAM Nuria Enguita, aduciendo insidiosas denuncias a las que la justicia ha dado carpetazo. Ha sido ella quien la ha programado ahora en Lisboa como nueva directora del museo portugués. Enguita conoció personalmente a la cineasta, ya que el IVAM programó la exposición ‘Rozando la ficción: D’Est de Chantal Akerman’, cuando ella era conservadora del museo en 1996 y Juan Manuel Bonet su director.

En cualquier caso, la mejor forma de acercarse al cine de Chantal Akerman es entrar en la plataforma Filmin, donde hay disponibles quince películas suyas. Entre otras, Jeanne Dielman, 23 quai du Commerce, 1080 Bruxelles de la que se cumplen cincuenta años y a la que el New York Times y Le Monde consideraron la primera obra maestra en femenino de la historia del cine.

Desde 1952, cada diez años, la revista del British Film Institute Sight & Sound organiza una votación entre críticos, historiadores, programadores y cineastas de todo el mundo para elegir la mejor película de la historia del cine. En la última, celebrada en 2022 y que contó con la participación de 1639 especialistas, saltó la sorpresa. En la cima ya no estaban Ladrón de bicicletas (Vittorio de Sica, 1948) ganadora en las votaciones de 1952; Ciudadano Kane (Orson Welles, 1941) ganadora en las votaciones de las cinco décadas siguientes; o Vértigo (Alfred Hitchcock, 1958) ganadora en 2012. En lo alto del podio aparecía Jeanne Dielman, 23 quai du Commerce, 1080 Bruxelles y la polémica estaba servida, porque para no pocos especialistas el encumbramiento de la película de Akerman respondía a la influencia de lo ‘woke’. Algo que podría acabar convirtiéndose en un lastre para muchos espectadores que pudieran acercarse por primera vez a este film.

Pero, no. La película de Chantal Akerman no es ni mucho menos un film ‘woke’. Entre otras cosas porque los melindres de lo políticamente correcto no existían hace cincuenta años. Jeanne Dielman, como todo el cine Chantal Akerman, es una película rebelde, radical y feminista. Tanto en su forma como en su contenido.

Protagonizada por Delphine Seyrig, Jeanne Dielman cuenta la vida cotidiana de una joven viuda que, para mantener económicamente a su hijo, se prostituye en su propio domicilio mientras el joven estudiante asiste a sus clases. La película dura tres horas y veinte minutos en los que podemos ver al ama de casa, a través de largos planos fijos filmados en tiempo real, durante tres días. Tres días en lo que hace las labores del hogar, cena con su hijo, o mantiene discretos encuentros a media tarde.

Para Akerman fue la primera ocasión en la que pudo rodar en condiciones normales de producción, tras un año en Nueva York en el que rodó artesanalmente tres cortos y que fue decisivo para sus búsquedas formales. «Para mí -dijo cuando se estrenó- es el encuentro entre un tema y una forma». El hiperrealismo de sus imágenes busca que sea el espectador quien haga su análisis. La larga duración del plano le permite escoger y contemplar aspectos parciales de la escena y «montar» su propia película.

Ese «trabajo» del espectador es para una parte del público algo insufrible. No es de extrañar que haya algunas reacciones airadas que hablan de sus películas como «una tomadura de pelo» o como «cine para gafapastas». Y es que, como ha explicado Isabelle Huppert, a diferencia de las series, que son puro placer inmediato y no implican ningún esfuerzo, «siempre te aburres más con una buena película que con una mala, las malas no aburren porque están hechas para captar la atención, mantener los sentidos alerta. Y también sucede lo contrario: hay películas muy buenas que provocan somnolencia».

Pero la gloria de Jeanne Dielman no debería ensombrecer el resto de su filmografía. En la que, entre otras películas memorables, vale la pena apreciar la frescura de Je, tu, il, elle, estrenada un año antes y que a lo largo de 82 minutos en blanco y negro nos muestra la crisis de una joven, su partida, el encuentro con un camionero que la coge en autostop y el reencuentro con la chica que quiere. La película se cierra con una lírica secuencia en la que la cineasta está en la imagen desnuda, haciendo el amor con otra mujer. Preciosa.

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