Laura C. Vela, escritora y fotógrafa: "No hay desenlace para el trauma, vives con él toda tu vida"

Laura C. Vela / Maider Jiménez
Cuando Laura C. Vela (Madrid, 1993) tenía 12 años «y mucha curiosidad», un tipo al que había conocido por internet la violó en su coche, a plena luz del día. La amenazó con que, si lo contaba, a sus padres, a sus amigas, difundiría el vídeo del oprobio, su delito, en la web, el barrio, el colegio. La niña que entonces era Laura y que murió, en parte, durante los dos años que estuvo sufriendo abusos, cedió al chantaje de su agresor hasta que, con 14, se sinceró con Lucía, su primera novia. El día en que, estando en clase, la llamaron por megafonía para que acudiera a dirección, donde le preguntaron si era cierto lo que Lucía le había contado a su madre, esta a su tutora, su tutora al psicólogo, el psicólogo a la directora y esta a sus padres, cambió su vida. Dejó de cargar con el peso del trauma sola, pero tuvo que enfrentarse al del juicio público, «mucho peor» que el de haber sido agredida. Casi dos décadas después, tras bosquejar lo sobrevivido en un taller de escritura, publica Seismil, un libro estremecedor que remueve y conmueve, en el que ha dejado algo de la culpa y se ha enfrentado al miedo propio, y al ajeno.
«Me emociona leerte, a veces me deja destruida (pero a mí me gustan los libros y las películas que me sientan mal)», le escribió Sabina Urraca, editora de este libro, al comenzarlo. ¿Su escritura la dejó destruida o la reconstruyó?
Nunca pensé que llegaría a escribir, no tenía la pretensión de escribir. Si hubiera sentido que me estaba destruyendo hubiera parado, pero continué porque me estaba haciendo bien, me estaba reconstruyendo. Eran pensamientos que había estado rumiando durante años y no tenía con quién compartirlos o si los compartía lo hacía de forma edulcorada para no asustar. Al escribirlo me despojé de esa autocensura. Sí tenía miedo de que lo que me destruyera fuera publicarlo.
¿Y ha superado ese miedo?
Está siendo increíble, estoy teniendo conversaciones con mi familia muy interesantes. El libro está produciendo unos seísmos muy fuertes y también está sirviendo para enterarme de cosas.
¿Cosas como cuáles?
Darme cuenta de cómo la memoria es también una ficción. Yo tenía mi propia memoria de las cosas y mi familia otra. Al recordar imaginamos y al imaginar recordamos, y nunca antes lo había tenido tan claro como al publicar el libro.
Es un libro que está atravesado por el dolor, el de la víctima, pero también el de las personas que la rodean, su familia, su pareja, que la entienden, pero no comprenden lo que sucedió, cómo pudo suceder. ¿Escribirlo le ha servido para localizar ese dolor que había escondido sin saberlo, con el que arrastraba?
No lo sé, la verdad, no sé si escribir me ha servido en relación a mi dolor. Me gusta pensar que por un lado está lo terapéutico, ir a terapia con la psicóloga y ahí rastrear el dolor, y, luego, escribir es otra cosa y no tiene que ver tanto con eso.
Esa disociación es buena, ¿no?
Sí, esa disociación sí es buena y, además, hay que tener cuidado de no mezclarlos, trabajar el dolor en terapia y escribir para nombrar las cosas. No es que haya escrito el libro y se haya producido una catarsis y, de repente, ya no tengo insomnio y me siento mejor con mi cuerpo.
En uno de los fragmentos que incluye en el libro, de la escritora Cecilia Pavón, se lee: «odio los textos perfectos. Porque yo no quiero ser perfecta, sino una inventada. Es decir, quiero ser alguien que alardea de lo que no posee». Usted, ¿buscaba inventarse con este libro, que no es un texto perfecto, pero en el que alardea de lo que no posee?
Sí, yo creo que buscaba crear una nueva yo, una yo que no fuera lo que los otros han dicho o las cosas que se creían de mí. Resignificar las palabras, las historias y, sí, inventarme, como dice Cecilla Pavón.
¿Lo consiguió, es otra Laura?
No lo sé. Creo que para las personas que lo han leído sí puede que haya otra Laura. Y, bueno, creo que en parte también yo me siento diferente, porque he transformado esta experiencia, que muchas veces es algo que se oculta o algo que avergüenza. Ahora es algo que no me avergüenza, incluso al contrario, como decir: me ha pasado esto, pero estoy aquí y, además, soy feliz y, además, he hecho un libro con ello. En ese sentido, sí hay un cambio.
Hasta hoy mismo, cuenta cómo su entorno, su familia especialmente, suele decirle qué debe cambiar para sacarse mejor partido o parecer más adulta, a sus 32 años. Todo lo hacen, dice, «por ayudar a encajar mejor en su universo». ¿Qué provocan los moldes, las etiquetas, durante la niñez y después?
Vas creciendo con la sensación de que no lo estás haciendo del todo bien: no eres suficientemente niña, suficientemente estudiosa, suficientemente femenina... Todo eso te va mermando y llegas a la vida adulta con la sensación de no ser suficiente. Yo siempre he sentido que era menos merecedora del cariño, del éxito, y eso es peligroso. ¿Cómo hubiéramos sido si nos hubieran dejado ser todo lo que queríamos ser sin hacernos sentir que era algo malo, desde la sexualidad, crecer sintiendo que no pasa nada porque te gusten las mujeres, a cosas como la ropa? Los moldes y las etiquetas no nos dejan crecer de una forma libre y desarrollar todo nuestro potencial. Yo con eso tengo un poquito de herida todavía. Si todo el mundo se ve en relación a unos moldes, no se puede llevar la mirada hacia otros lugares básicamente porque no hay miradas, vamos como el burrito que lleva orejeras.
¿Y en la escritura? Porque este es un libro sin géneros, inclasificable.
Si hubiera tenido que escribir pensando en adecuarme a un molde, por ejemplo la novela clásica, con un nudo y un desenlace, hubiera sido terrible, porque no hay un desenlace para un trauma, tú con el trauma vas a vivir toda tu vida. Poder hacer obras inclasificables o hechas con retazos de lo que queramos nos permite asemejarnos más a la vida, porque la vida funciona así, la vida son mezclas, la vida es híbrida. Poder abrirnos a ese tipo de escrituras se asemeja más a la vida y también da posibilidad a que escribamos personas como yo, que venimos de otras disciplinas o de otra manera de pensar. Y creo que es enriquecedor y positivo porque también da otra forma de contar.
«Imagino que sientes culpa. Es una pescadilla que se muerde la cola», le dice a la protagonista la profesora con la que se reencuentra. Me gustaría que reflexionara sobre la culpa con la que cargan las víctimas, especialmente las mujeres.
Sí, yo sigo sintiendo culpa. Se va transformando y según el año siento más culpa por una cosa que por otra, pero siempre está ahí. Estos meses sentía mucha culpa por haber publicado esto y reabrir ese tema incómodo que sobrevolaba mi casa, me daba mucha vergüenza y sentía mucha culpa de que incomodase a las personas a las que les afecta. La culpa es algo que habita en las personas que hemos pasado por estos traumas, vamos a convivir con ella siempre. Aunque lo trates, aunque lo hables, aunque sepas con la lógica que no tienes la culpa, es muy difícil no sentirla. Es algo con lo que cargamos y que constantemente nos están revictimizando y volviendo a culpar. No sé qué podríamos hacer para quitárnosla, pero bueno.
Estamos hechas de las decisiones tomadas y también de las cosas que no decidimos pero nos han ocurrido. Vivir en paz y ser feliz pasa también por dejar de preguntarse algunas cosas
¿Escribir un libro, por ejemplo?
Sí, eso ayuda mucho, la verdad.
La profesora también le dice que tiene que «encontrar la manera de llegar a la niña que eras». ¿La infancia robada es un hueco que se puede rellenar con la escritura?
De alguna forma, con la escritura me he sentido más niña de lo que me siento habitualmente, porque ese espacio de la literatura, de la autoficción, abría esa libertad a jugar, a decir lo que quisiera. Todo lo que no me permití decir en ese momento o con lo que no me permití jugar lo he hecho ahora en esta forma.
«Llamar la atención, gustar y hacer daño. Tres tópicos, tres losas sobre las espaldas de tantas mujeres». ¿Es posible liberarse de esas losas o se acarrean siempre?
Un poco sí, aunque podemos resignificarlas y verlas de otra forma. Además, creo que es algo que nos une a las mujeres. Judith Butler dice que es muy difícil definir a una mujer, llegar a un consenso. Y, sin embargo, creo que muchas de nosotras estaríamos de acuerdo en esas tres ideas, ahí nos encontraríamos, ahí podríamos definir lo que es una mujer, lo que sufre una mujer y con lo que crecemos.
Habla también del miedo, de «ese miedo que se repite tanto en las personas que hemos sido violadas y que nadie parece entender». ¿Escribir este libro fue su manera de enfrentarse a ese miedo e intentar que los demás lo entendieran?
El miedo es muy importante y está relacionado con la culpa. El miedo es la base de cómo reacciona una víctima. ¿Por qué no lo conté antes? Por miedo a que me dejaran de querer, a que me regañaran, a que me vieran de forma diferente. Escribirlo y compartirlo ojalá ayude a algunas personas a entender.
Son demoledores los fragmentos en los que habla de su cuerpo disociado de su persona. Me pregunto si lo ha encontrado, por fin, a ese cuerpo perdido, roto.
Lo voy encontrando poco a poco en esas cosas que voy haciendo, con las que me voy identificando y que me van gustando, la escritura, ver obras que me emocionan, ir al campo o pasear al perro, y ya sin esa culpa. Por ejemplo, me costó mucho entablar relaciones sexuales de una forma sana. Voy encontrando mi cuerpo porque lo voy sintiendo. Durante años, era como si nada me llegara a afectar, yo estaba en el mundo, seguía en esa aparente normalidad, pero estaba esa disociación entre mí y entre lo externo y entre las partes de mi cuerpo. Con cada experiencia buena es como si fuera recuperando un fragmento de mi cuerpo. Hay cosas a lo largo de la vida que nos rompen y luego está ese trabajo de volver a reconstruirlo.
«Quién soy, quién era, y cuánto de quién soy es una secuela», se pregunta en el libro, cuestiones que yo le traslado a usted ahora.
Es mi principal tormento, qué parte de la persona que soy es consecuencia de lo que viví. Como si, de alguna forma, si descubriera quién era antes podría comprender por qué me ha pasado todo lo que me ha pasado, que es una pregunta que ya está mal desde el planteamiento. Todas estamos hechas de las decisiones que hemos tomado y también de las cosas que no hemos decidido pero nos han ocurrido. Y supongo que poder vivir en paz y ser feliz pasa también por dejar de preguntarse algunas cosas.
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