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Las tribulaciones de la traducción

Jennifer Croft construye un hermoso artefacto literario sobre la mutación de la escritura y de la vida

La extinción de Irena Rey (Anagrama, 2025)

La extinción de Irena Rey (Anagrama, 2025) / Levante-EMV

Manuel Peris

Manuel Peris

València

Es una primera novela extrañamente atractiva. Se llama La extinción de Irena Rey (Anagrama, 2025) y a través de sus páginas, su autora, Jennifer Croft, teje un ingenioso y complejo artefacto literario sobre la mutación de la escritura y de la vida.

Jennifer Croft (Tulsa, Oklahoma, 1981), que dicho sea de paso tiene nombre de heroína de videojuego, sabe mucho sobre la vida y sobre la muerte. Intentó suicidarse a los dieciséis años, víctima del acoso de las ‘fraternidades’ estudiantiles. Se sobrepuso para bien de sus lectores. Croft, que publicó un relato autobiográfico en español, es traductora profesional y entre otros libros ha dado a conocer en inglés a unos cuantos escritores argentinos. Obtuvo el Premio International Booker —cuya bolsa comparten el traductor y el autor— por la traducción al inglés de la novela Los errantes, de la escritora polaca Olga Tokarczu, premio Nobel de 2018.

A Jennifer Croft no le gusta nada el viejo adagio italiano «Traduttore, traditore». No, para Croft los traductores son unos cómplices necesarios. En 2021, lanzó una campaña para que los nombres de los traductores aparezcan en la portadas de los libros, defendiendo el carácter colaborativo de la literatura traducida. Un planteamiento que coincide con el de uno de los más ilustres traductores de la historia de la literatura, Jorge Luis Borges. El autor de La Biblioteca de Babel entendía la traducción no como un simple traslado de oraciones, sino como una mutación y adaptación del texto original, en el que el traductor es también un creador que desentraña y recrea la obra en otra lengua, añadiendo ecos de su cultura. Un Borges a quien la novela rinde homenaje en un par de ocasiones. Primero, a propósito de los laberintos, de los que en cierta medida esta novela es una muestra. Y luego, recordando que nunca obtuvo el Premio Nóbel que concede la «corrupta» Academia Sueca, a la que también tacha de machista y racista.

La novela de Croft está narrada por la argentina Emi que cuenta la historia de la escritora polaca Irena Rey y de un grupo internacional de traductores reunidos en su casa para trabajar en su nueva obra. El supuesto texto de Emi, que es la traductora al español de la escritora, está traducido al inglés por Alexis, que también es protagonista de la historia y que a su vez es la traductora a esta lengua de los libros de Irena Rey. El juego de espejos se prolonga en numerosas y divertidas notas a pie de página en las que Alexis no se priva de confrontar con Emi. Los demás personajes principales de la novela son seis traductores de la obra de Rey que en principio, como en el caso de Emi (Español) y de Alexis (Inglés) sólo se llaman por el nombre de la lengua a la que traducen: Francés, Alemán, Serbio, Esloveno, Ucraniano y Sueco. Por último, en una posición más discreta, está la traductora de la traductora, es decir la traductora real de la novela al español, Regina López Muñoz (cuyo nombre aparece en la portada) y que con razón califica de «ectoplasmática» la presencia de los traductores en los textos. Con este cañamazo, la autora va tejiendo una historia que al lector le traerá aires del Pirandello de Seis personajes en busca de autor, o del Unamuno de Niebla. Una historia en la que no faltan los chistes y los chismes sobre traductores, alguno de ellos impagables. Como el de los despiadados editores que, para impedir la filtración de un gran superventas, encierran a los traductores en un búnker sin internet ni teléfono, hasta que terminan su trabajo.

Aquí, en esta novela, los traductores están recluidos en la casa de Irena Rey, ubicada a seis kilómetros de la frontera bielorrusa, en plena reserva de Białowieża, uno de los últimos bosques vírgenes de Europa. La desaparición de la aclamada escritora, por ellos venerada como una Diosa, y la amenaza de una tala rompen las estrictas reglas de juego de la secta de traductores, que en realidad son siete como los enanitos del bosque, pues Sueco no deja de ser un advenedizo, tal vez, piensan los otros, incorporado al grupo por Irena para hacer más factible la concesión del Nóbel.

El bosque de Białowieża es también un controvertido espacio político, pues además de las confrontaciones libradas en las dos guerras mundiales, es el lugar en el que Putin, a través del gobierno títere de Lukashenko, ha abandonado a centenares de migrantes y refugiados para que lleguen a la Unión Europea o perezcan. Algo que en la novela aparece de forma eludida, porque la autora pone el foco en los hongos que lo habitan y que actúan como un gran símil de la vida. Una metáfora compleja, a veces un tanto pillada por los pelos o, mejor dicho, por las esporas.

La novela termina en otro espacio muy significativo de la historia de Europa, el viejo edificio del aeropuerto Tempelhof, que en 2017 inspiró a Jennifer Croft un valiente artículo en Los Angeles Review of Books en el que, entre otras cuestiones, arremetía contra la política migratoria del primer gobierno de Donald Trump. Un asunto que sólo está en el palimpsesto de la novela.

La extinción de Irena Rey es una novela extraña, intrigante y divertida. A partir de ella, Alfred Hitchcock hubiera rodado una excelente película.

PS. He olvidado decir que no comparto en absoluto las tesis de Borges sobre la traducción, sobre todo cuando el traductor no es Jorge Luis Borges.

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