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Radiografía

El 'orgullo periférico' de la contracultura en València

La capital ha logrado mantener una esencia genuina en la expresión artística y musical, convertida en un laboratorio para la experimentación sostenido por alquileres —hasta ahora— asumibles. La falta de apoyo institucional limita su crecimiento y exposición pública, pero la autogestión de espacios culturales le da la libertad que le falta a Madrid o Barcelona, donde todo tiene más repercusión.

Pluto, el espacio creativo de València que es una referencia en España.

Pluto, el espacio creativo de València que es una referencia en España. / Pluto

Amparo Soria

Amparo Soria

Valencia

Decía Guy Trebay, periodista en The New York Times y promotor de lo que hoy conocemos como 'estilo de vida', que solo pueden existir fuerzas creativas y dinaminismo cultural "en una ciudad donde haya alquileres baratos". Fue una declaración al diario El País esta misma semana a propósito de sus memorias, como testigo del Nueva York mitificado de los años 70 y todos los que vinieron después. No eran conscientes, entonces, de que la ciudad estaba en bancarrota; mal para el tejido empresarial, bien para el vivero artístico que se gestaba en la gran manzana. Cincuenta años después, València se encuentra en un abismo frente al liberalismo más salvaje que lo brinda todo al turismo - ese nuevo neocolonialismo- y al dinero rápido, como un herbicida que va matando los brotes verdes que enraizan en los lugares más insospechados de la ciudad.

Allí, en naves, antiguos talleres y fábricas que resisten en la capital -y su extrarradio- ha germinado en los últimos 30 años una escena contracultural en la música y el arte que está en peligro de extinción. Frente a un movimiento 'underground' de Madrid y Barcelona que ha sido domesticado por la exposición pública y las presiones comerciales y digitales, en València sobrevive la espontaneidad genuinamente local en la música y la expresión artística. Al menos, hasta ahora, porque los alquileres razonables han sido el salvavidas del underground valenciano.

Ahora, siguiendo los pasos de sus hermanas mayores, la ciudad escasea de inmuebles que antes sirvieron para la experimentación y que aún hoy, las que quedan, sobreviven gracias a la autogestión y al riesgo que asumen sus promotores de ser multados por no tener licencias para organizar un concierto, una exposición o un encuentro de intercambio cultural que repercute en la ciudad. Porque sí, València ha estado y está muy viva en el subsuelo cultural, el que no forma parte del circuito y agenda oficial pero ¿hasta cuándo?.

En València, sin ese 'postureo cultural' que domina la escena en las dos capitales españolas, se ha mantenido una esencia concreta, la de probar, mostrar, crear algo nuevo y que desaparezca, o se desarrolle, o vuelva a empezar. No hay miedo al error porque no hay tanta exposición: en su castigo lleva su penitencia. Lo explica el periodista cultural y escritor valenciano Rafa Cervera: "Es una pureza, pero maldita sea, porque da pena ver cómo determinadas esencias se quedan estancadas ahí. Hay una escena experimental muy rica, pero es desconocida o solo accesible para los que forman parte de ese circuito musical".

Frente al individualismo creativo de Madrid o el esnobismo de Barcelona, en València sigue habiendo una fidelidad al movimiento que se mantiene estructurado y fuerte. El espacio creativo Pluto es la referencia dentro (y fuera) de la ciudad, así como su reciente prolongación con Espiral, nuevo espacio expositivo, pero hay otros lugares como el Consulado, la Mina o la Residencia que son trincheras para esta escena. Un ecosistema autónomo, para lamento de las personas que se dedican a mover los hilos culturales de la ciudad.

Entre ellas, María Gras, gestora y agitadora cultural además de exdirectora de Spook. Actualmente gestiona una ayuda europea destinada a trazar una red de espacios creativos por toda la ciudad. Es, seguramente, una de las mayores especialistas sobre esta materia en València. "Hay un problema gravísimo con la falta de espacios; además de que ya no hay, y los que quedan tienen alquileres disparados, es que además la propia administración los persigue", explica. "El movimiento contracultural es muy fuerte, pero falta programación; está lleno de propuestas de calidad que se quedan fuera. A nivel artístico, que haya experimentación significa que hay crecimiento y desarrollo, pero no hay sitios donde programarlo", dice Gras.

María Gras, gestora y agitadura cultural además de exdirectora de Spook.

María Gras, gestora y agitadura cultural además de exdirectora de Spook. / MG

Necesidad de espacios públicos

En este sentido, cree que son las administraciones las que deberían estimular estas propuestas, con conciertos en la calle o en espacios municipales sin uso, tal como ha hecho Barcelona con la cesión de inmuebles públicos con Xarxa Prod, que habían sido ocupados por colectivos artísticos y, frente a la expulsión y falta de alternativa, les han sido cedidos. "Aquí no se dan licencias a creativos; hay espacios que se dejan morir, hasta la ruina, y después se construye vivienda en lugar de seguir fomentando su uso por parte de artesanos, músicos o artistas", subraya.

Como especialista, Gras reconoce que el movimiento punk en València es, seguramente, el que más resuena a nivel nacional. En electrónica, donde hay tradición y cultura, se podría ser un referente si no fuera porque no hay donde expresarla: "Mientras que sí hay algunas salas como El Loco o el 16 Toneladas que apuestan por el punk, además de espacios como La Residencia, en la electrónica cuesta mucho más, y eso que el movimiento rave tenía mucho peso, pero se pusieron multas disparadas que disuaden de seguir creciendo en esta disciplina", señala.

"En València siempre ha habido inquietud por hacer cosas nuevas, pero es una pena porque València fagocita enseguida su talento, no hay oportunidades, para eso hay que irse de aquí"

Rafa Cervera

— Periodista y escritor

Hay una tradición innegable de la cultura festiva y popular, colectiva y musical. Se podría decir que los valencianos crecemos con ella. Tenemos normalizado aprender a tocar un instrumento desde pequeños -algo que no existe fuera de esta autonomía - hasta dar por sentadas las verbenas en plena ciudad. Convivimos con la música, la tocamos y disfrutamos, pero de manera encorsetada, siempre siguiendo el guion. Fuera de lo establecido surgió la Ruta del Bacalao, otro fenómeno teorizado que caló en la sociedad, pero fue penalizado por todo en lo que derivó, olvidando que por encima de los estupefacientes, se generó también "una cultura que giraba en torno al diseño y la imagen", como recuerda también Cervera.

Las oportunidades reales, fuera

Sin embargo, en una dimensión histórica y casi sociológica, el periodista explica que pese a la inquietud de València por la experimentación, "siempre se nos ha hecho menos caso que en Madrid y Barcelona". "Somos así, nos da un poco igual todo, si nos conocen nuestros amigos y nuestro barrio, nos sirve, y es una pena, porque València fagocita enseguida su talento, no ofrece oportunidades reales, para eso hay que irse de aquí", lamenta. De hecho, explica que si en Madrid o en Barcelona triunfas, es casi automático que tu repercusión trascienda al resto del país, "pero desde aquí cuesta mucho que te hagan caso".

La historia se repite con matices: las ciudades que se vuelven rentables expulsan su alma creativa. València, con su ritmo pausado y su idiosincrasia resistente, todavía conserva esa grieta por donde se cuela el arte sin permiso. No es una utopía, sino una batalla diaria contra el mercado y la desmemoria. Quizá su orgullo periférico consista en eso: en seguir siendo una anomalía, un laboratorio vivo donde la cultura no se vende al mejor postor, aunque el precio de mantenerla libre sea cada vez más alto.

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