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Las malas tierras de Bruce Springsteen

Una película protagonizada por Jeremy Allen White describe la grabación de "Nebraska", el disco con el que el rockero de New Jersey cantó el lado oscuro del sueño americano

Bruce Springsteen en 1980.

Bruce Springsteen en 1980. / Joel Bernstein.

Voro Contreras

Voro Contreras

València

El 29 de julio de 1959 Charles Starkweather fue ejecutado en la silla eléctrica tras haber cometido 11 asesinatos. Tan solo tenía 20 años. Antes de morir, le escribió una carta a su padre en la que aseguraba no sentir nada de lo que había hecho porque por primera vez Caril y él se habían “divertido de verdad”. Caril Fugate, que tenía 13 años cuando conoció a Starkweather y 15 cuando su novio acabó con la vida de sus padres y de su hermana pequeña, fue puesta en libertad en 1976. Actualmente tiene 82 años y vive en Michigan.

En 1973 Terrence Malick rodó Malas tierras (Badlands), una película basada en la historia de Charles y Caril con Martin Sheen y Sissy Spaceck como protagonistas. En su primer trabajo como director y guionista, Malick sobrepasó la “road movie” criminal para radiogafíar un país en el que la belleza de la naturaleza contrasta con la crueldad de los hombres.

En un momento de la película, Kit, su protagonista, baila lentamente al son de una melodía de Nat King Cole. “Si pudiera cantar una canción sobre la forma en la que me siento hoy… Sería un éxito”, le dice a su chica. Quizá Bruce Springsteen pensó en esta frase aquella noche que vio Malas tierras en televisión y quedó epatado por el tono existencial, oscuro, de gente al margen, de culpa, de desesperación, de violencia latente que transpira la película. Esa experiencia, dijo Springsteen años después, encajaba con su estado emocional en ese momento: un sentimiento de introspección y de alienación que le llevaba a pensar en una música “más pequeña, más cruda” que lo que había hecho antes.

Lo que había hecho antes era nada más y nada menos que Darkness in the edge of town y The river, los dos discos que le situaron en el umbral de esa década de los 80 en la que se consolidaría como el gran rockero de su generación. Por alguna razón, la proximidad del éxito le había abocado a una depresión. Por fuera, bonito; por dentro, un infierno, el sentimiento que transmitía la película de Malick y encarnaban sus protagonistas.

El 30 de septiembre de 1982, Bruce Springsteen publicó Nebraska, 14 canciones que había grabado en la soledad de su casa familiar en New Jersey, con una Tascam de cuatro pistas. Canciones tristes que retrataban una América rota, habitada por asesinos, desempleados y soñadores en ruinas. “Diez personas inocentes mueren”, canta Bruce con voz cansada y sin redención en la primera estrofa de la canción que da título al disco, dedicada a Caril y Charles. “Supongo que hay una maldad en este mundo”, expresa con un tono confesional, seco y bíblico al final.

Durante meses, Springsteen había llevado en el bolsillo de su chaqueta vaquera una cassette sin funda con esas canciones desnudas, casi susurradas, cargadas de ecos, reverb y silencio. El plan inicial era desarrollarlas con la E Street Band como continuación de The River e incluso llegó a grabarlas con toda la banda en los Power Station Studios de Nueva York. Pero algo no encajaba. “Solo conseguí dañar lo que había creado. Lo hicimos sonar más limpio, pero perdió su atmósfera, su autenticidad”, reconocería Springsteen años después.

Así, en busca de la atmósfera y la autenticidad, el músico volvió a la cassette de su bolsillo y lo publicó tal cual, sin cambiar ni una sola toma. Un trabajo austero, escalofriante, profundamente humano. Ahí está la primera película de Terence Malick. Ahí está la música de Hank Williams y Woody Guthrie e incluso el rockabilly electrónico de los Suicide de Alan Vega. Ahí están también los relatos crudos de Flannery O’Connor. Ahí está el propio Bruce hablando de la imposibilidad de reconciliarse con su padre en una sencilla balada en 3/4 llamada My father’s house.

En Atlantic City, un hombre sin trabajo acepta dinero sucio para sobrevivir. En Johnny 99, un despedido de la industria del automóvil comete un crimen tras ser abandonado por el sistema. En Used Cars o Mansion on the Hill, la desigualdad y la humillación de clase están narradas desde la infancia. Los jóvenes de Born to run -la canción que lanzó la carrera musical de Springsteen en 1975- han corrido demasiado y han descubierto que no hay escapatoria. Aun así, Springsteen escribió años más tarde que Nebraska no seguía una agenda política, solo “buscaba un tono, una sensación que reflejara el mundo que yo conocía”.

Lo cierto es que cuando el músico se encerró con su cuatro pistas a grabar esta colección de canciones, Ronald Reagan ya había llegado al poder con un discurso de optimismo liberal, conservadurismo moral y “orgullo americano”. Igual que en Malas tierras la belleza del paisaje choca con el infierno de las personas. Ante el Morning in America de Reagan, Springsteen -hijo de un obrero de New Jersey- presenta en Nebraska un país vacío y moralmente erosionado en el que la desesperación lleva a la violencia, el delito o la resignación. Los asesinos, desempleados, marginados y perdedores que pueblan este disco ya encarnan ese fracaso del sueño americano que un año después llenaría los estadios de todo el mundo con Born in the USA.

Han pasado 43 años de la publicación de Nebraska y ahora está a punto de estrenarse Springsteen: Deliver Me From Nowhere, una película que describe los meses de creación del disco con Jeremy Allen White (The bear) interpretando al rockero de New Jersey. Cuatro décadas después, el eco de esas canciones resuena en los Estados Unidos de Donald Trump, donde las frustraciones sobre las que cantaba Springsteen han mutado en rabia populista y resentimiento identitario y donde Johnny 99 probablemente ha votado a los republicanos. “Hey ho, rock’n’roll, sálvame de la nada”, canta Springsteen en Open all night. No perdamos la esperanza.

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