"¿Sabrá mi mamá de quién se embarazó?"

Los nombres de mi padre.
“¿Sabrá mi mamá de quien se embarazó?” Esa es la pregunta que se hace en un determinado momento Camilo, el narrador y protagonista de Los nombres de mi padre, la última y estupenda novela de Daniel Saldaña París (Ciudad de México, 1984), que acaba de publicar Anagrama.
La pregunta podría relacionarse con lo que, en una conferencia de 1908, Sigmund Freud denominó La novela familiar de los neuróticos. El padre del psicoanálisis recuerda en esa conferencia el viejo adagio latino “Mater certissima est, pater semper incertus”. Freud se refiere a un punto clave en la edificación del psiquismo en el que el niño, en una situación de crisis hacia la edad de los cinco años, puede inventar una parentela de sustitución de un familiar que supuestamente no lo es y soñar con un tercero ausente poniendo en escena otra familia siguiendo el modelo del bastardo y del niño perdido, por lo demás dos figuras tradicionales de los cuentos de hadas. Marthe Robert utilizó este pasaje de Freud en sus estudios de teoría de la novela publicados con el título de Novela de los orígenes y orígenes de la novela. Según Marthe Robert, los novelistas no hacen sino prolongar de mayores este proceso de ficcionalización de la realidad, reprimida en el periodo de latencia y utilizada inconscientemente en la creación literaria. De manera que, para ella, la novela es una empresa esencialmente quijotesca que, aunque no cuenta más que con la realidad de sus quimeras, pretende describir y favorecer el aprendizaje de la vida.
La historia que cuenta Saldaña es una búsqueda de los orígenes del narrador que se encuadra pues de manera precisa en este marco teórico. Un narrador cuya edad coincide con la del escritor y que viaja desde la ciudad de México a Nueva York para tratar de encontrar a quien podría ser su hermana y tal vez pudiera desvelarle el misterio de su concepción. Ha sido empujado a emprender esa búsqueda por su madre, que padece una enfermedad terminal y que, como “un testamento en jirones”, le va dejando en su móvil mensajes de voz. En ellos, de manera cronológicamente desordenada, le da pistas sobre su relación con Víctor, oficialmente su padre, y con Miguel Carnero, un amigo de la pareja que podría ser el padre real.
La novela parte de un presente, ubicado al final de la pandemia, para retroceder, a través de las investigaciones de Camilo, a diferentes momentos de la historia reciente de México y de sus padres. La narración está estructurada mediante la técnica de las cajas chinas, o de las muñecas rusas, esas piezas que se encajan unas con otras, conteniendo las distintas historias. Una de ellas es la época en la que sus padres estudiantes se conocen y conocen a Miguel Carnero. Es un período convulso en la historia de México que sucede a la matanza de la plaza de las Tres culturas, en la que centenares de estudiantes fueron asesinados por el ejército y elementos parapoliciales y paramilitares. De ese crimen de Estado, que apenas se insinúa como telón de fondo de la vida de los padres del narrador, ha quedado para la historia de la literatura La noche de Tlatelolco, con la que Elena Poniatowska renovó en 1971 el género de la crónica.
En esos primeros años setenta, Miguel Carnero está profundamente interesado en la Ciudad Satélite, una vanguardista ciudad dentro del DF concebida por el arquitecto Mario Pani dos décadas antes. Siguiendo la obra de Pani, conocerá a Karl Emil Franz Fiebinger, un ingeniero austriaco al que Miguel Carnero proyecta secuestrar, tratando de involucrar a los padres de Camilo en sus planes. El narrador descubre que, antes de llegar a México, Fiebinger fue uno de los científicos nazis que, tras la guerra, los servicios militares norteamericanos reclutaron, a través de la “Operación Paperclip”, para acceder a los proyectos armamentísticos secretos del III Reich. En este episodio, rigurosamente histórico, incrustra el autor una serie de reflexiones sobre el urbanismo y la vida que el narrador va haciéndose en sus largas deambulaciones por el DF, cuyo transporte público es, por efecto de la pandemia, un lugar peligroso. Esas caminatas se prolongan en un Nueva York, que sorprende al narrador como una ciudad indomable y absurda, “una ciudad latinoamericana”.
El relato tiene un magnífico y sorprendente final. Funciona como el broche de oro de una historia perfectamente narrada. Una delicia de novela que destaca por la comprensión con la que, a través de una mirada limpia, el autor se acerca sin rencores a la generación anterior. “Eran todos un puñado de raros, [dice la hija de Carnero] sin la disciplina necesaria para hacer la revolución, pero con ocurrencias más lindas que la mañana”. Soñadores en una novela sobre los orígenes que nos deja patente los orígenes de cualquier novela. Habla el narrador: “en cuanto visito un pueblo, me imagino quien sería de haber nacido ahí, de haber pasado ahí toda mi infancia. Esa versión de mí mismo que surge de repente en la ensoñación me resulta tan atractiva que me dan ganas de encarnarla, de vivir como si fuera aquel otro”. Ya tarda Daniel Saldaña en pasar sus nuevas ensoñaciones al papel.
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