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ARTE

La compleja y ecológica coreografía del arte de Sehgal

El creador inglés, presente en la Okayama Art Summit, forma parte como Valcárcel de los que entienden el arte como encuentro con la vida

Isidoro Valcárcel Medina, en una de sus ‘situaciones’.

Isidoro Valcárcel Medina, en una de sus ‘situaciones’. / Sandra Jabalera

Nuria Enguita

Nuria Enguita

«La tecnología es un vehículo de última hora. El arte es un lenguaje de siempre».

Isidoro Valcárcel Medina, 2002

Estimado Nacho,

Espero que estés muy bien. Yo llegué a Lisboa de un viaje de trabajo hace tres semanas y quería contarte acerca de una «situación», como la llama su autor, el artista Tino Sehgal, en la Okayama Art Summit, comisariada este año por Phillipe Parreno (el autor de la famosa videoinstalación Zidane, un retrato del siglo XXI firmada junto a Douglas Gordon). La propuesta de Tino Sehgal, This Entry, creada en 2023 y que también tiene que ver con el fútbol, pone en escena un conjunto de participantes en una plataforma circular abierta y techada, en el patio de unas antiguas escuelas de Okayama.

En esa arena, y durante todo el tiempo que dura la exposición, ciclistas/ equilibristas, violinistas, cantantes y expertos y expertas en fútbol freestyle, en grupos de cuatro participantes cada vez, desarrollan una sucesión de escenas en las que cada participante trabaja en su acción, al mismo tiempo que se va creando un tejido de gestos, repeticiones, silencios y conversaciones entre los cuerpos y con el público. A modo de escultura viviente, experimentamos conexiones insospechadas entre arte y deporte: técnica, disciplina, poética; momentos de calma, momentos de actividad, sin pausa, con principios, finales y recomienzos. Pasa el tiempo: hace calor, refresca, está nublado, amenaza lluvia, sale el sol. Cambian los participantes, otras presencias se hacen visibles, y nosotros espectadores también cambiamos, entramos en la escena, en conversación con los actores.

Como afirma Tino Sehgal, una «situación» es un momento compartido, una construcción, un intercambio entre quien la propone y quien la contempla, entre quien la provoca y quien la vive. Si somos capaces de dejar nuestros teléfonos móviles y entrar en el flujo de acciones, gestos, sonidos e imágenes que nos propone el autor, sentiremos cómo el cuerpo se relaja y se activa y cómo el archivo que es todo cuerpo empieza a imaginar a partir de la memoria y la experiencia. Cuerpo como «máquina», con sus mecanismos y técnicas, con sus movimientos, silencios y tensiones, con sus límites, su resistencia y equilibrio. El sonido del violín, la voz humana, la danza, las piruetas sobre la bicicleta estática, la simbiosis del cuerpo con el balón: una coreografía compleja.

Sehgal no permite que su obra sea documentada de ninguna manera, no permite imágenes, vídeos, textos explicativos ni catálogos. La obra solo se puede conocer en directo, en presencia. No hay producción de objetos —como él señala—, solo production y deproduction de gestos. La obra empieza, termina, no tiene montaje ni desmontaje, no deja rastro ni residuos. Una lección de ecología y economía para ser pensada profundamente, y que —como me señala Néstor García, performer valenciano que forma parte del núcleo de Sehgal desde 2012— genera además una economía para sus colaboradores, a la vez transmisores del repertorio del autor.

Sigo el trabajo de Tino Sehgal desde 2002, cuando con una de sus primeras performances hacía ya una crítica al cuerpo hecho imagen y objeto para ser mostrado en el museo, refiriéndose a artistas de la performance como Bruce Nauman o Dan Graham. En las escaleras de un museo, ocho horas al día, una persona escenificaba las posiciones de vídeo de esos artistas hoy tan considerados. Cuenta uno de los colaboradores de Sehgal que, en otra ocasión posterior en la que estaba trabajando en esa obra, a la persona de la recepción del museo se le olvidó avisarle del cierre, y continuó allí una hora más: solo el silencio del museo le hizo pensar que no había nadie. Salir de la «situación» en el museo vacío. Me parece una anécdota bellísima. Volví al patio de las escuelas de Okayama a la mañana siguiente. Era domingo y mucha gente paseaba por el recinto. Conversando con otra persona, pregunté si la obra se representaría todos los días. Me dijeron que sí, incluso sin público: sería una presencia constante durante el tiempo de la exposición. Ahora, mientras escribo, mientras tú lees, también están allí, actuando.

A la vuelta, empecé a pensar en otro artista fundamental que ha provocado otras «situaciones» y que defiende que «la obra de arte ha de ser tan fiel a su momento que sea el momento mismo», o que «el afán por perpetuar lo asimilado nos lleva a que ya no haga falta pensar ante las obras de arte, basta con ir engordando el archivo». Sí, ya imaginas que hablo de Isidoro Valcárcel Medina. Y también pensaba en obras suyas como El cuadro, de 1969 —en la que el artista vendía cuadros a domicilio—, Conversaciones telefónicas, de 1973 —en la que ofrecía su número personal a personas desconocidas localizadas en la guía telefónica— o La visita, de 1976, en la que se ofrecía a hacer una visita a personas que lo solicitaran. Si para Valcárcel Medina no existe identidad entre vida y arte, sino que «ambos van uno al encuentro de otro», la obra de Tino Sehgal es siempre un encuentro del arte con la vida. Una cierta intimidad entre acción y contemplación se crea en esas proximidades. Quizá tanto Sehgal como Valcárcel Medina entienden así la transmisión, el paso entre cuerpos, tanto de actores que preservan su obra como de espectadores que la guardan y la narran.

Por cierto, no sé si estuviste en la inauguración de Xisco Mensua en el Patio Herreriano. Ya me contarás.

Un abrazo.

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