Regreso al corazón de las tinieblas
Los grandes asuntos de la literatura del mar están en ‘Monrovia’: el destino siempre a salto de mata, un mundo en bancarrota, la amistad y una mirada nostálgica

Regreso al corazón de las tinieblas / Aew
«En estas páginas hago una confesión completa, no de mis pecados, sino de mis emociones. Es el mejor tributo que mi piedad puede rendir a los configuradores últimos de mi carácter, de mis convicciones, y en cierto sentido de mi destino: al mar imperecedero, a los barcos que ya no existen y a los hombres sencillos cuyo tiempo ya ha pasado». Es el último párrafo del prólogo que escribe Joseph Conrad a El espejo del mar, el libro en que explica su apasionada relación con el mundo de la navegación. Ahí la fuente que señaló y sigue señalando caminos luminosos a las vidas que transcurren en el mar y a la vocación por sus narrativas más o menos crepusculares. Porque al final, cuando el barco llega a puerto, lo que quedará atrás es una difuminada huella del pasado, lo que desapareció en los remolinos del agua cuando el viento llegó torcido una noche de violencia inesperada, esa línea de sombra que el propio Conrad dibujó a bordo del Oriente y que aparecería en realidad en todas las novelas del autor. Sin embargo, no deberíamos olvidar que, aparte los simbolismos de las grandes escrituras del mar, existe otra cualidad que demasiadas veces nos pasa desapercibida: subirte a un barco como el Nostromo, el Oriente, el Pequod o tantos otros es el punto de partida hacia la mejor revelación literaria desde el tiempo de los clásicos: el relato de aventuras. Y es ahí donde siempre me encuentro con posiblemente el mejor artesano de la literatura española que es José Luis Muñoz.
Lo digo en serio. Ya lo he dicho otras veces. Y ahora lo repito cuando acabo de leer casi de una sentada su última novela: Monrovia. Y cuando digo «última novela» estoy convencido de que es la penúltima porque igual ha publicado ya la siguiente. Una novela de aventuras. Qué gozo poder meterte en vena acciones a mil por hora, personajes que parecen sacados de la mejor literatura, de las mejores películas, de las vidas con las que Agustín Serch piensa escribir la mejor de sus historias. Aunque tenga que dejar esa escritura y enrolarse en el Nostromo para olvidar, como en las mejores historias de aventuras, un amor que lo dejó tirado en las turbias orillas de una madrugada en Barcelona: «No iba a escribir más. Iba a limitarme a vivir». Y se enrola en el Nostromo, nada menos. Donde Joseph Conrad puso a navegar la escritura oceánica más imprescindible.
No se esconde José Luis Muñoz a la hora de dejar bien claro lo que ama. Y en Monrovia no se esconde de El corazón de las tinieblas. Para nada se esconde. Lo afirma sin enredos en esta novela que no te deja en stand bay ni un segundo de su lectura. Los días y las noches en el viaje misterioso a Liberia, el país africano donde, como en tantos otros, la vida vale menos que una botella de matarratas en un antro perdido en el culo del mundo. Saber que cuando llegas a puerto estás empezando otro viaje y casi nunca será el del regreso. El horizonte se ha quedado a la espalda y delante sólo hay el dibujo apresurado de un mapa que tampoco será nunca el de la isla del tesoro. Intentar llegar, como decía Jean-Claude Izzo, a ese «lugar en que se podía vivir sin recuerdos». Personajes de novela de aventuras y también de ese mundo descatalogado que cuentan las novelas que escriben Dashiell Hammett, Raymond Chandler, Juan Madrid, el mismo Izzo con su Marsella de fondo en todas sus historias. Y también él mismo, autor admirable que no se acobarda sea cual sea el género literario al que se enfrenta en cada una de sus novelas. De ahí lo de artesano. Saber que dominar las reglas del oficio es lo que nunca ha de olvidar quien escribe. El oficio de escribir. Nada menos.
Los grandes asuntos (odio la palabra «tema») de la literatura del mar están en Monrovia. Yo diría que de la gran literatura de aventuras. El destino siempre a salto de mata, un mundo en bancarrota del que huyes o al que buscas como un delirio para seguir hundiéndote en la mierda, la mirada nostálgica aunque conozcas de sobra las barrabasadas del pasado, esa amistad que será siempre el refugio tranquilo y sosegado cuando todo lo damos por perdido.
De ahí que leer una novela como ésta te deja ese sabor agridulce de las grandes historias y el color anaranjado del crepúsculo. Y a veces el horror entre tantas revueltas del camino. El viaje sin regreso porque de la locura provocada por el horror nunca se regresa. Aquí el homenaje principal a cara descubierta de esa escritura de la dignidad y la decencia que es la de José Luis Muñoz: la locura de Kurtz en El corazón de las tinieblas. Lo que le dice Agustín Serch a su amigo Hugo, el trotskista argentino, cuando está metido en la revolución: «Disfruta de lo que tienes, no te metas a redentor del género humano que a lo mejor ni quiere que lo redimas». ¿Se regresa de una revolución? Y Hugo piensa en el Che antes de meterse en la oscuridad de la selva…
En estas páginas hace José Luis Muñoz una confesión completa, no de sus pecados, sino de sus emociones. Es el mejor tributo que su piedad puede rendir a los configuradores últimos de su carácter, de sus convicciones, y en cierto sentido de su destino: al mar imperecedero, a los barcos que ya no existen y a los hombres sencillos cuyo tiempo ya ha pasado. Esto no lo dice Joseph Conrad. Lo digo yo después de leer Monrovia y de recomendarles a ustedes su lectura si quieren pasar una tarde genial navegando el mar océano a bordo del Nostromo. Es una invitación, claro. Sólo eso. Una invitación…
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