Agazapados y discretos. El día de la marcha cívica del pasado día 19 que atravesó la València del kilómetro cero, viendo a ancianos furtivos, generé la necesidad de invocar. Imaginé un encuentro organizado entre Luis, Josep, Max y Vicente. Sin querer que nadie les identifique, por el qué dirán, aunque Luis tendría la tentación de romper el pacto e ir a saludar al Piojo López.

Max y Vicente se explican que esto forma parte de la conectividad colectiva, de la necesidad humana de compartir una representatividad común. A esa fuerza este año se le ha añadido la variable que faltaba: el tiempo.

Luis Bonora, la figura proto-fundacional, cuya muerte jugando con el Club Deportivo Español, tras una luxación en Elche, fue como un sacrificio que llevó a Milego y a su cuadrilla a abandonar el primer propósito e intentantarlo más tarde, en 1919. Josep Rodríguez Tortajada, el presidente número 13, el número fatal que lo fulminó, por rojo, del cuadro de honor hasta que esforzados memoriosos hicieron por revertir la afrenta. Max Aub, el valencianismo en el exilio, el intelectual con la piel de gallina viendo al Valencia visitar el Azteca en una pirueta del destino. Y allí, también, Vicente Peris, el hacedor de prodigios, la seriedad dirigente, caído en acto de servicio.

Son centenares de nombres. Por razones distintas -sobre todo, por sus existencias interrumpidas- ellos cuatro ocupan mi altar. Porque invocando sus vidas se determina el rugido del Valencia como antídoto contra los lugares comunes, el reduccionismo y la simpleza. La militancia compleja y diversa.

Luis, Josep, Max y Vicente disuelven la concentración. Se despiden hasta la próxima.