C uarenta años dan para mucho, pero no han sido suficientes para que València culmine las grandes transformaciones iniciadas en los años 80 del siglo pasado, cuando el nuevo Plan General de Ordenación Urbana (PGOU) fijó la hoja de ruta para hacer de la capital una ciudad moderna y dinámica sin el cinturón de hierro de las vías del ferrocarril, con un río verde único (aún incompleto), un centro histórico rehabilitado y un urbanismo de altura y bulevares que propició nuevos barrios, como el de Corts Valencianas y la avenida de Francia, e iconos arquitectónicos como el Palau de la Música, construido sobre terrenos industriales degradados y en desuso. Un planeamiento urbano que ha transfomado el skyline de València, donde sobresale la futurista Ciudad de las Artes y las Ciencias de Calatrava, la postal que ha puesto a València en el mapa y ha contribuido a desatar un boom turístico que, sin llegar a los excesos de ciudades como Barcelona, supone ya todo un desafío para los actuales gobernantes.

El PGOU, que ahora se revisa siguiendo las directrices de un urbanismo sostenible, respetuoso con la huerta, que va de la mano de la pacificación del tráfico y la movilidad sostenible, ha tenido aciertos, pero dejó sin resolver la conexión con el mar de la avenida de Blasco Ibáñez, que ha abocado al Cabanyal a una situación de degradación social y urbanística difícil de remontar y a expensas hoy de un nuevo plan sin derribos.

Si algo da personalidad propia a València, más allá de la icónica Ciudad de las Artes, es la existencia de un río verde que vertebra la urbe de este a oeste. Las bases se sentaron a finales de los años 70 cuando la presión ciudadana paró el proyecto que pretendía, tras la ejecución del mastodóntico plan sur, transformar el cauce seco del Turia en una gran autopista urbana. El cauce se cedió a la ciudad y el plan especial diseñado en 1981 por Ricardo Bofill lo convirtió en un espacio verde, celebrado y disfrutado por todos.

Con los primeros gobiernos democráticos de la ciudad vieron la luz el soterramiento de las vías del Cabanyal y la construcción del túnel de Serrería, hoy pendiente de prolongación. También se impulsó la operación ferroviaria y urbanística del Parc Central, que ya se ha ejecutado en parte pero que sigue pendiente de las obras del túnel pasante y la nueva estación intermodal, reclamada con especial insistencia desde la llegada del AVE a la capital. El Parc Central es una de las grandes asignaturas pendientes de la ciudad, que tampoco ha logrado completar el encuentro del Jardín del Turia con la fachada marítima. El último tramo de este espacio verde está condicionado por la solución hidráulica de la desembocadura del viejo cauce, hoy en día una alcantarilla a cielo abierto.

El tramo final del Jardín del Turia, con Natzaret y los nuevos barrios del Grao y Moreras a ambos lados, está ligado a la gran operación de transformación urbana de la fachada marítima. La celebración de las regatas de la Copa del América en 2007 y, posteriormente, el Gran Premio de Fórmula 1 marcaron la etapa de los grandes eventos, que dejaron una elevada factura en la ciudad pero que también hicieron volver la vista al mar. Una inversión de más de 400 millones de euros sentó las bases para modernizar la dársena histórica donde hoy conviven edificios históricos con modernos espacios para la innovación y la cultura.