La foto de alcaldesas y exalcaldesas que ilustra esta página hubiera sido un imposible hace cuarenta años. La democracia llegó a los ayuntamientos en 1978, pero fue una democracia imperfecta porque olvidó a las mujeres. Según los registros de la Federación Española de Municipios y Provincias, apenas un centenar de mujeres se hicieron con la vara de mando en toda España en aquellas elecciones. Solo tres fueron alcaldesas electas en la Comunitat Valenciana: Rosa Mazón (Torrevieja), Carmen Gimeno (Benifairó de les Valls) y Maria Cabanes (Otos). Han tenido que transcurrir décadas para que la presencia de mujeres encabezando listas municipales no sea una anomalía, si bien, todavía hoy, en cuanto a democracia paritaria se refiere, el poder municipal sigue siendo cosa de hombres. Las últimas municipales de 2019 elevaron el número de alcaldesas a 151, es decir, el 27 %, el mayor porcentaje de la historia, pero lejos del equilibrio entre géneros. Un vistazo a las cifras recogidas por el Instituto de la Mujer evidencia una evolución lenta. El primer registro, el de los comicios municipales de 1983, sitúa en el 0,6 % el porcentaje de mujeres alcaldesas. Veinte años después, en 2003, solo se había avanzado hasta el 12 %.

¿Dónde estaban las mujeres en las elecciones de 1978? Estar, estaban, y no todas en sus casas. La catedrática emérita de Derecho Constitucional y experta en democracia paritaria, Julia Sevilla, defiende que ya incluso antes de la Transición había mujeres que acumulaban poder y eran influyentes, y destaca el papel de muchas mujeres de izquierda dentro de la política en aquellos primeros años de la democracia. «Había mujeres en los partidos de izquierda, pero el problema es que son los partidos quienes hacen las listas y en los ayuntamientos, como ocurrió en el Congreso o en las Corts, las candidaturas fueron copadas por hombres. Sevilla apunta que esta situación continuó hasta que dentro de los propios partidos se empezó a potenciar la existencia de cuotas de carácter interno, si bien apunta que «ha habido muchas mártires de la cuota» en el sentido de que muchas mujeres acabaron siendo marginadas precisamente por librar esta batalla interna. La profesora y referente del movimiento feminista en la Comunitat Valenciana afirma también que en política «las mujeres son intercambiables y los hombres permanecen», lo que explica que muchos alcaldes repitieran en sus cargos y acabaran siendo referentes políticos de toda una época mientras ellas iban pasando. Y pone como ejemplo disonante el de la popular Rita Barberá. «Ella tuvo un valor propio, no dependía del partido, tenía influencia y un padre que dirigió un periódico», reflexiona.

Sevilla defiende que son las propias mujeres las que pelearon su presencia en la política: «Hubo dos motores, las propias mujeres dentro de los partidos y el movimiento feminista que interpelaron a sus colegas y presionaron para que aumentara el número de mujeres», indica. Y este aumento de féminas, continúa, hizo posible gobiernos paritarios y leyes como la de la violencia de género o la ley para la igualdad efectiva de mujeres y hombres de 2007 que introdujo el concepto de presencia equilibrada en las listas electorales. Sevilla apunta que, además, la política municipal es «más próxima a las mujeres». «Practicar esa política requiere diálogo, cercanía, convivencia y proximidad, hay más dedicación a las relaciones personales», asegura. «La política municipal es una oportunidad para las mujeres, quizás no tenga tanto lusgre, pero es la primera comunidad de la ciudadanía», reflexiona.