C uarenta años separan la primera vez en las urnas de Juan Antonio Caballero y Raquel Sanahuja. Él se estrenó en las elecciones de 1979. Ella, en 2019. Los dos son lo opuesto al prototipo de votante apático, desinformado y poco participativo que algunos se empeñan en estandarizar. Los dos recuerdan la ilusión que experimentaron cuando por fin pudieron ejercer su derecho al voto. Caballero, que desde muy joven se involucró en el asociacionismo vecinal y ahora preside la Confederación de Asociaciones de Vecinos de la C. Valenciana, recuerda que, por aquella época, los ayuntamientos eran las únicas instituciones que quedaban por normalizarse en un periodo de «interinaje» de los alcaldes franquistas que generaba una sensación de atasco. «Esperábamos que el agua retenida en una presa saliera y que las propuestas y batallas de la última época del franquismo tuvieran por fin respuesta en las instituciones democráticas», ahonda.

Raquel también considera «muy emociante» su experiencia porque, pese a su juventud -18 años- siempre ha estado muy familiarizada con la participación (es secretaria del Consell Valencià de la Joventut y vocal en la Federación de Estudiantes) y sintió que por fin se «hacía mayor».

Ninguno de los dos comprende a quienes banalizan la importancia del voto. «Para nuestra generación, la participación es sagrada porque peleamos mucho y, cuando por fin pudimos, fue un sentimiento de liberación: ya no nos veían como el enemigo, sino como colaboradores», desgrana Caballero, que votó por primera vez en la junta de su asociación de vecinos. «El movimiento vecinal fue pionero en la participación y una punta de lanza. Con las elecciones se pensó que dejaría de ser útil con la llegada de los ayuntamientos democráticos, pero se ha demostrado que no ha sido así: las asociaciones tienen que seguir estando como contrapeso para situar los problemas importantes y controlar los compromisos de las instituciones», subraya el dirigente vecinal.

El nivel de politización y de información que existía en 1979 era muy elevado: había muchas ganas de votar. Raquel echa en falta ahora un mayor grado de pedagogía sobre los procesos electorales por parte de la administración y en los centros educativos. «No se pone el foco en la importancia de los ayuntamientos, que son los que realmente van a cambiar el día a día». Con Juan Carlos, coincide en cuestionar la «limitación» que implica votar solo cada 4 años y luego desentenderse. En tiempos de bloqueo e incertidumbre, a la estudiante de Filosofía le parece «infantil» la incapacidad de los partidos de superar ideologías y de llegar acuerdos a nivel estatal. También echa en falta más atención de los políticos a los problemas juveniles.

Juan Carlos Caballero reivindica a los ayuntamientos como «baluarte de estabilidad, gobierne quien gobierne», aunque considera que la gran reforma pendiente es la de adaptar sus competencias, «muy recortadas» pese a que son las administraciones más cercanas al ciudadano. Si bien el mapa político es similar al de hace 40 años, Caballero subraya lo mucho que han cambiado las prioridades de los ayuntamientos, poseídos por la obsesión y la ansiedad de «hacer cosas» en los primeros años de democracia. «Entonces se demandaban cuestiones como la luz o alcantarillado en las calles. Ahora nos preocupa la actitud hacia la gente mayor, las escuelas de 0 a 3 años o el desarrollo sostenible», zanja.