Los 40 años de ayuntamientos democráticos pueden ser la ocasión de que planteemos una reflexión de más largo alcance; de que, con su permiso, hagamos teoría. Theorein es un verbo griego que significa mirar más allá, mirar más lejos y eso también hace falta. Teoricemos, pues, aunque solo sea un poco, para saber quiénes somos, dónde estamos y cuáles podrían ser nuestros nuevos retos.

En política, como en muchas otras cosas, nuestros padres son los griegos. Ellos desarrollan como forma de organización de la vida en común la estructura de la POLIS que generalmente se traduce de manera deficiente como ciudad-Estado. Le podría convenir más la idea de polis como ciudad-comunidad, como morada, ámbito vital, incluso ciudad-patria o quizá mejor ciudad-matria. En su sentido más etimológico la polis es alma matee, madre nutricia, madre que nos alimenta «€ la mejor ama que os protegió y cuidó cuando muchachos jugabais sobre un suelo mullido, sin ahorrarse ninguna de las molestias de un buen vigilante», dice el gran coro de las Euménides de Esquilo. Por eso, Sócrates, en ese gran canto a la ciudadanía que es el Critón, de su discípulo Platón, rechaza la ayuda que le ofrecen sus amigos para escapar de la pena de muerte y así burlar las leyes de la polis. Él no puede fugarse y hace suya la voz de la polis que le condena a muerte. La Polis le ha dado la vida, lo ha criado, educado, ofrecido sus libertades, él no puede sino aceptar su veredicto. Negarlo sería negarse a sí mismo. Tiene que beber la cicuta, apurar el cáliz de la ley de la ciudad. De esta forma hablan las leyes en el Critón: «Pues entonces, si gracias a nosotras naciste y fuiste criado y educado ¿puede caber ni por un momento la idea de que no eres hijo y aún esclavo nuestro, tú y tus progenitores(€) Pues nosotras además de haberte engendrado, criado, educado, te hemos dado la participación en todos cuantos bienes hemos podido a ti y a todos los demás ciudadanos». Libertad significa aquí «participación en los asuntos públicos». El ser humano se concibe como «animal político». Es la polis la que le da sentido a su vida y a su libertad. La vida política no es una parte o un aspecto de su vida; es su plenitud y esencia. El ser humano es el ciudadano. Era el ciudadano el que había de servir a la polis, no la polis al ciudadano. Es una visión organicista o holista que nosotros ya no podemos comprender del todo, tan solo podemos intuir. Nos podría valer la imagen de nuestro organismo como un todo. Nadie puede comprender la existencia aislada de sus piernas, brazos, ojos o manos. Esos órganos tienen sentido porque están en función de un cuerpo, de un organismo completo. Lo contrario es demencial. Igual de demencial, pensaría un griego, que concebir los órganos, los ciudadanos, independientes y sueltos de la polis que les da vida y sentido. El que así piensa es un pobre IDIOTES, un individualista.

Para nosotros no es así y no lo es porque somos modernos. No mantenemos que los individuos están al servicio del Estado, sino que es el Estado el que está al servicio de los individuos. Defendemos que el individuo persona es un valor en sí mismo, independiente de la sociedad y de su Polis. Abogamos por la libertad como independencia y protección. La libertad entendida como «libre de coacciones externas». Para bien o para mal, no somos griegos y no lo somos porque entre ellos y nosotros está el cristianismo, el Renacimiento, el iusnaturalismo, la Ilustración, Kant, etc, etc. Al ser modernos entendemos que nuestros intereses pueden ser distintos e incluso contrapuestos a los de nuestra comunidad. Hay que establecer límites, asegurarse de que como individuos tenemos un espacio en el que movernos sin interferencias externas. Nacen las libertades. Es libre el que puede realizar ciertas actividades sin que los demás tengan derecho a interferir. Hay que asegurar la independencia, la privacidad: vida familiar, amigos, bienes, propiedades. Esa concepción liberal de la modernidad es fundamental para nuestro hilo argumental y está profundamente arraigada en nuestras sociedades, pero no es menos cierto que vivimos, juntos, vivimos en sociedad y hacen falta fuentes de solidaridad. Ante nuestras sociedades se abre un dilema que explica muchos de los conflictos en que vivimos: ¿Cómo ser ciudadanos sin dejar de ser individuos autónomos modernos? ¿Cómo compatibilizar la individualidad y los derechos subjetivos con la ciudadanía y la solidaridad social? ¿Cómo ser modernos sin dejar de ser griegos? ¿Quién aporta la argamasa, el cemento necesario para la vida en común? ¿En qué instancia se basa la homogeneidad mínima necesaria para proseguir la vida en sociedad?

Hasta el siglo XVIII, en el Antiguo Régimen la instancia que proporcionaba la solidaridad necesaria para la cohesión social era el TRONO Y EL ALTAR, o lo que es lo mismo, Dios y el Rey, estaban muy claros los criterios estamentales de rango y privilegio y éramos súbditos. Con las revoluciones liberal burguesas, esa forma política se rompe y aparece una nueva, el ESTADO-NACIÓN, el principio de integración social es la identidad nacional y sus características, la soberanía y la territorialidad, no somos súbditos y pasamos a ser ciudadanos.

Nuestra tesis es que, ante los grandes retos de esta pos-modernidad o trans-modernidad en la que vivimos: globalización, sociedad 5.0, cuarta revolución industrial, grandes migraciones, interculturalidad, derechos humanos generalizados, cambio climático etc, etc, el Estado-Nación no da más de sí, ya no sirve, ya ha prestado todos los servicios que podía dar. Las naciones ya no fundan Estados. Hay que caminar hacia organizaciones supranacionales en disposición de dar respuesta a los grandes retos de nuestro tiempo. En nuestro caso, Europa ha de ser esa nueva organización política. El sentimiento nacional no puede ser el principio de integración social. La nación , como anteriormente la religión, ha de ser prepolítica y cada cual que tenga la lealtad nacional que mejor le parezca. Vivimos un tiempo de lealtades múltiples o compartidas.

Y si hay una gran organización supranacional por arriba, por abajo necesitamos lealtades más inmediatas y próximas y ahí puede entrar lo local, lo municipal con gran fuerza y vigor. En ese sentido hablamos de polis municipalista y lo local podría afrontar el gran reto de ser una complementariedad ideal a las grandes estructuras políticas supranacionales absolutamente necesarias para solventar los grandes problemas de nuestro tiempo. Una lealtad al pueblo o la ciudad en la que hemos nacido o habitamos como espacio más propicio a la participación ciudadana, lugar más próximo entre gobernantes y gobernados, primer espacio de descentralización y materialización del principio de subsidiaridad consistente en que la administración titular de una competencia sea la más próxima a la ciudadanía.

Esa polis municipalista no será, ni lo queremos, la polis griega, pero sí que puede abrir lazos comunitarios más inmediatos y directos entre administradores y administrados que nos abran fuentes de solidaridad y hábitos del corazón.