Las elecciones de 1979 supusieron la llegada de la democracia a todos los rincones de la Comunitat Valenciana, pero también una prueba de fuego para los partidos y para los cientos de candidatos (el grueso eran hombres) que arrancaron en el ámbito municipal su carrera política. Algunos se estrenaron en los ayuntamientos y allí quedó circunscrita su experiencia, mientras que otros acabaron dando el salto a la política autonómica u ocupando cargos de relieve. Son los rostros de aquellos años, protagonistas de la gran transformación que vivieron los pueblos y, hoy, analistas privilegiados. Cuarenta años después, Levante-EMV ha reunido a varios de ellos para reflexionar sobre una etapa clave. En torno a una misma mesa, tres referentes socialistas reflexionaran sobre unas elecciones que puso a la izquierda a gobernar cientos de ayuntamientos. Son Ciprià Císcar, primer alcalde democrático de Picanya y posterior conseller de Educación; Ricard Pérez Casado, alcalde de València (1979-1989), y Manuel Girona, presidente de la Diputación de Valencia (1979-1973) y concejal de Sagunt. Los tres políticos coinciden en que fueron las elecciones «de la gran ilusión». Girona califica de «maravillosa» aquella campaña. «Recuerdo ir por las calles, pidiendo a la gente que no tuviera miedo, que saliera a votar». Pérez Casado rememora que «la lucha venía de lejos para muchos de nosotros» y aquellas elecciones abrieron la puerta a «la modernización de las ciudades, la gran transformación del siglo XX».

Císcar habla «del inicio de la transformación democrática, años claves para el desarrollo de la organización territorial que culminó con el Estatuto de Autonomía». De hecho, apunta Girona, la falta de autonomía en estos primeros años generó uno de los grandes problemas en la gestión municipal: «La gente de Madrid no sabía lo que pasaba en las comunidades y muchos problemas se resolvieron cuando llegó la autonomía». «Los alcaldes tuvimos que autoorganizarnos y crear una suerte de orden mendigante exigente que tenía una interlocución directa con el entonces ministro de Economía, Fernando Abril Martorell». Y es que, como remarca el exalcalde de València y asienten su colegas, aquella fue una etapa de penuria. «La situación de la caja era de telarañas, en octubre de 1979 ni siquiera tenía la seguridad de que pudiera pagar la nómina de los funcionarios». Eran los años del paro, del cierre de industrias, la Unión Naval, los Altos Hornos de Sagunt... Y todo ello «sin subsidios, ni paro, la gente se iba a casa con lo puesto, con el mono», incide Pérez Casado. La falta de recursos era máxima en los pueblos pequeños: «Eramos gente nueva con ganas de hacer cosas sin saber cómo hacerlas y financiarlas», recuerda Girona, a quien le viene a la memoria los alcaldes peregrinando por la diputación en busca de ayuda. Y es que, como remarca Císcar, todo estaba por hacer: «Los ayuntamientos fueron el motor de cambio para mejorar las condiciones de vida de las ciudades, para avanzar en la igualdad». Porque, entonces, faltaba de todo. «Llegué a inaugurar la luz en varias aldeas», dice Girona.

Esos años fueron también los de la alianza de la izquierda, una coalición entre el PSPV y el PCE que en tiempos modernos resulta problemática. Otro de los protagonistas, Pedro Zamora, teniente de alcalde de València en 1979, secretario general del PCE y líder de EU, cree que el bipartidismo es producto de un franquismo sociológico que aún perdura. En aquel momento, «no hubo dos gobiernos, sino uno único». «Sin idealizar la Transición, es cierto que había más participación ciudadana, un movimiento vecinal que influía; el bipartidismo acabó con eso», afirma Zamora. Para este dirigente, aquellas elecciones supusieron «la fiesta de la democracia» porque la democracia llegó a la institución más cercana y hubo libertad para cambiar las condiciones de vida».