El sentimiento de pertenencia a la Safor-Valldigna entre los habitantes de sus 31 municipios estaba tan arraigado y definido ya desde la Transición, que aquellos concejales surgidos de los primeros ayuntamientos democráticos en 1979 supieron hacer un diagnóstico de muchos problemas en clave comarcal, procurando una solución conjunta o al menos reivindicándolos con una sola voz. Una prueba es que la Mancomunitat de Municipis de la Safor se constituyó en 1982, tres años después de aquellas primeras corporaciones locales. El ente comarcal, con las limitaciones que la ley impone a estos organismos supramunicipales, no ha llegado a gestionar tantos servicios como algunos querrían, pero sí ha desempeñado un papel relevante, sobre todo en servicios sociales, y siempre con consensos. En el seno de la Mancomunitat han convivido políticos de ideologías distintas, unidos por un proyecto común.

Ese espíritu de concordia que sigue existiendo en «la Manco» es el principal legado tras 40 años de democracia municipal, aunque, si se amplía el foco más allá de las administraciones, cuatro décadas dan para mucho. En términos de obras e infraestructuras, el cambio en la Safor es evidente. Hace 40 años la comarca no la atravesaba una autopista -el Supercaminal que criticaba Pluja Teatre, por el impacto que tuvo sobre el territorio-, y hoy, tras años de protestas, al menos está a punto de lograrse una reivindicación histórica por estas tierras; que el Estado levante las barreras en los peajes de la AP-7. La otra cara de la moneda es el tren Gandia-Dénia, una conexión que el Estado desmanteló en 1979 alegando su falta de rentabilidad y que sigue sin restablecerse, pese a las promesas y las tímidas inversiones para estudios en los presupuestos generales y autonómicos.

Hace 40 años el monasterio de Santa Maria, en Simat de la Valldigna, languidecía en la más absoluta ruina ­y el claustrillo gótico del Palau de l'Abat decoraba un chalé privado de Torrelodones. Hoy, aunque la inversión para seguir restaurando el recinto no es la mejor, los visitantes pueden admirar el simbólico claustro y otras estancias parcialmente rehabilitadas. También el Palau Ducal de Gandia y el monasterio de Sant Jeroni estaban cerrados a cal y canto sin posibilidad de visitarlos. Hoy forman parte de la ruta cultural de cualquier turista que se precie.

Hace 40 años Gandia, que fue sede de la primera universidad jesuítica del mundo, no estaba en el mapa universitario. Hoy por el Campus de la Universitat Politècnica de València pasan una media de 1.400 alumnos al año, genera un impacto de 25 millones de euros anuales y es el principal motor que da vida al Grau en invierno. Además, están presentes la Universitat de València y la UNED.

Hace 40 años los madrileños seguían disfrutando de la playa de Gandia y los alemanes, de los cámpings de Oliva. Hoy, con algunos desmanes urbanísticos de por medio, el «sol y playa» sigue triunfando, pero ahora la oferta se ha segmentado y los viajeros conocen el destino por internet.

El progreso es evidente y a todo ello también han contribuido los ayuntamientos de la Safor.