Q uién les iba a decir a aquellos primogénitos y ardorosos concejales de Cultura que al final la clave era organizar multitudinarios festivales de música. Pero no de bandas, ni mucho menos de aquel folk reivindicativo en valenciano de los ochenta, sino de música pop, rock e incluso de discoteca. Entonces cada población organizaba sus conciertos (con figuras del momento y algunas viejas glorias), y las verbenas junto con la correspondiente comisión de fiestas. Hay que recordar que los primeros años de la recuperada democracia se dedicaron esfuerzos y dineros para dotar a las poblaciones de los mínimos equipamientos culturales. Fue la etapa de las Casas de la Cultura, donde con la biblioteca como eje vertebrador, el edificio acogía además una sala multiusos, en la que se organizaban exposiciones, presentaciones de libros, cine-fórums, e incluso funciones de teatro. Incluso hubo una cierta especialización. La sala municipal Edgar Neville de Alfafar fue una referencia, así como los teatros de Alzira, Xàtiva, Gandia, Torrent o Aldaia.

Las administraciones seleccionaron los primeros gestores especializados que programaron, con mejor o peor fortuna, actividades mayoritarias para todos los públicos. Al alimón se crearon los premios literarios. Hubo un auténtico «boom». Poesía, narrativa y teatro, la mayoría en valenciano, dinamizaron el panorama creativo y literario. Además de los grandes (València, Alzira, Gandia, Elx), todavía se conservan muchos, algunos con cierto prestigio como los de Picanya, Benicarló, Beniarjó, Vila-real o Sagunt. Una actividad que sufrió una determinada parada con el cambio de color político de 1995. Tanta actividad cultural derivó en escuelas o universidades de verano, como la de Gandia o Guardamar.

Nuevo modelo

El éxito de la primera edición del Festival Internacional de Benicàssim (FIB) en agosto de 1995 abrió las puertas a las nuevas formas de política cultural. Es la fusión perfecta, donde se conjuga la promoción turística y la afluencia masiva de asistentes, con el retorno de la inversión económica del evento. La música pop, rock, indie y electrónica saltó de Benicàssim a Borriana (Arenal Sound), Cullera (Medusa) y Benidorm (Low Festival) e incluso al Cap i casal con el Festival de Les Arts, el primero con carácter urbano. A la sombra de este repóquer de festivales han crecido muchos otros más especializados, como el Rototom dedicado al reggae o el Feslloch de grupos en valenciano. Pero aún hay más: Emdiv (Elda), Marenostrum Xperience (València), Pirata Rock (Gandia), Iboga (Tavernes de la Valldigna), Rabolagartija (Villena) o SanSan (Benicàssim). En plena discusión sobre si son demasiados o hay que empezar a poner el freno, la Generalitat ha impulsado una marca propia, «Mediterràneo Fest», para dar aún mayor relevancia a los festivales. El impacto económico en las arcas valencianas se cuenta por millones, y el último dato oficial sobre el año pasado asciende a 950 según un estudio independiente de la Universitat de Barcelona.