Contracorriente

José Coronado: "Vivo con la ropa que me dan mis personajes"

«Con los años he descubierto que las posesiones te hacen esclavo. Así que me ido desligando de ellas»

«Vivo con la ropa que me dan mis personajes»

«Vivo con la ropa que me dan mis personajes» / texto de núria navarro f foto Autorretrato

Núria Navarro

Siempre, siempre da la talla: haga de policía amoral, patriarca gallego o padre coraje, anuncie chocolate a la taza, preste la voz a un audiolibro –el último, Drácula (Audible)– o le pesquen in fraganti con señoras habituales del cuché.

Ha elegido salir en la foto con prenda Zoom. ¿Qué explica de usted?

Que tengo un gran desapego indumentario. Vivo con la ropa que me dan mis personajes. Solo me compro calcetines, calzoncillos y poco más.

No es lo único que le parece accesorio, tengo entendido.

Con los años he aprendido que las posesiones te hacen esclavo. Así que me he ido desligando de las cosas materiales que me impedían viajar tranquilo.

¿Qué es lo esencial?

¡La salud! Y el amor.

Empieza la miga...

A la felicidad no solo se accede a través del amor de pareja. Compartir con seres humanos la vida es lo más maravilloso que existe. Creo sinceramente que la felicidad es la que recibes cuando das, no cuando recibes. Y no tienes por qué dárselo todo a una pareja.

Es un pájaro solitario, usted.

Sí. En mi vida, que es muy ajetreada, hay ciento y pico de personas a mi alrededor todos los días. Necesito meterme en mi burbuja y recargarme.

¿Qué hace en esa burbuja?

Soy feliz con una serie o una película, porque disfruto y porque siempre se aprende. Y estar con mis hijos, aunque esta maldita pandemia nos impide abrazarnos. Esperemos que pase esta avalancha, aunque está claro que van a venir otras cosas y habrá que adaptarse.

¿Le conforta haber vivido el grueso de su carrera sin esta losa?

Sí. Yo ya me sentía más que pagado por lo vivido en los primeros 30 o 40 años. Pero se me parte el alma al ver la falta de libertad e ilusión de los jóvenes, de mis propios hijos.

¿A los 63 años le sigue la ilusión?

El oficio mío me da una ilusión como para    vivir 300 años más. Por fortuna no he parado. La proliferación de plataformas están dando de comer a gran parte del oficio. Y he entrado en el mundo del audiolibro, un medio absolutamente íntimo, en el que tu voz llega al cerebro del oyente. Me gustaría que en el 2050, más que una película mía, alguien se pusiera a escuchar un cuento contado por mí.

¿Seduce más con la mirada o con la voz?

Con el corazón.

Claro. ¿Y con usted qué funciona?

La bondad. El físico o los millones me interesan cero.

Mire que se ha metido en pantanos rosas, y siempre ha salido sin una mancha.

[Ríe] Soy celoso de mi intimidad, como cualquier bicho viviente.

Han desfilado Pantoja, Esther Cañadas, Eugenia Martínez de Irujo....

Nunca he cobrado ni me he tirado el rollo. Suelo cortar con educación y simpatía, y eso que la edad ya me está dando ese punto en el que podía llegar a un Fernando Fernán Gómez y su «¡a la mierda!». No he tenido que llegar a eso, gracias a Dios. Amar a los seres humanos no es nada malo, sino todo lo contrario. Y no voy a dejar de vivir por lo que digan.

Una cosita, ¿sigue el culebrón Pantoja?

Entiendo que lo sigan, porque es otra droga, como el fútbol, pero a mí no me aporta nada, y de todo lo que se habla hay medias verdades y medias mentiras.

¿Cuál es su droga?

Necesito sonreír cada día.

Malos tiempos.

Cualquier pequeño gesto de solidaridad lo consigue, y compensa la rabia que me da la cerrazón de los políticos a la hora de ponerse de acuerdo y que se anteponga la economía a la salud en la distribución justa de la vacuna. Pero he aprendido a no pringarme emocionalmente en lo que no puedo solucionar, porque ya me dio un infarto.

No lo tendrá por la crítica. Cosecha un infrecuente favor general.

Creo que eso se logra con honestidad.

¿Qué entiende por honestidad?

Lo que más me importa en un rodaje no es el resultado de una secuencia, sino irme a la cama sabiendo que he ayudado al eléctrico, al foquista, a la maquilladora, que he bailado con mis compañeros de baile. Cuando mi hijo Nicolás empezó a meterse en el oficio, me preguntó: «¿Por dónde empiezo?». Y le dije: «Por aprender    el nombre de todos tus compañeros, porque antes que actores somos personas».

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