BOMBA DEMOGRÁFICA

Los 'baby boomers', la vejez que viene

La sociedad afronta una nueva realidad: ancianos mejor preparados, más longevos y con más inquietudes

Los «baby boomers», la vejez que viene

La generación más numerosa de la historia está a punto de desembarcar en la edad de jubilación. Algunos ya lo han hecho. Los baby boomers, los españoles nacidos entre 1960 y 1975 -del 46 al 73 en el centro y norte de Europa- hijos del desarrollismo y de las revoluciones sociales a ritmo de los Beatles, son los próximos «viejos», y los expertos coinciden en que la sociedad no está preparada para recibirlos. Además de ser muchos, son diferentes; tienen más inquietudes, más voluntad de participación, mejor preparación académica, más esperanza de vida y una capacidad de influencia y poder de decisión nunca conocidas hasta el momento. También son menos religiosos y están curtidos en la lucha por reivindicar sus derechos. Los baby boomers llegan a una tercera vida, que no tercera edad, impregnada de todo lo que han aprendido y han conquistado en una generación que ha crecido empujando la cultura de la emancipación. Así que los poderes públicos tendrán que pensar cómo aprovechar todo este capital humano.

Los boomers, la generación de la longevidad, son los que dinamitarán las barreras y la concepción de la edad. Un perfil, el del anciano que viene, que rompe con el esterotipo del «abuelo» actual. «Asistimos al mayor triunfo de la humanidad desde sus inicios, y no debemos recibirlo con miedo. Es un reto», asegura Sacramento Pinazo-Hernandis, presidenta de la Sociedad Valenciana de Geriatría y Gerontología. Un reto que ha de pasar, señala la doctora en psicología, por un cambio «en la mirada sobre la edad» y la llegada de unos modos de vida diferentes: aparición de nuevos sectores económicos, reformas estructurales y un cambio también del lenguaje y de la imagen del «mayor». Aprovechar el cambio cualitativo y cuantitativo en la fecha de caducidad de la gente, esa es la cuestión.

El número de personas que superan los 80 años se triplicará en 30 años y se multiplicará por 7 en 2100: de 137 millones en 2017 pasarán a 425 millones en 2050 y a 3100 millones en 2100, según estimaciones de Naciones Unidas. En España, los mayores de 65 años representan ya un 25% de la población. Hoy, cuando una persona cumple 60 años de edad aún se espera que viva de media otros 25.

Tres patas, asegura Pinazo-Hernandis, articulan la exigencia de cambiar la perspectiva que la sociedad tiene de las personas mayores. «La primera es el carácter más participativo, así que hay que crear entornos nuevos, que es también un predictor de buena salud mental. La segunda es la necesidad de cambiar la imagen social de este segmento poblacional. Hay que dejar de mirarlos como seres pasivos y como un grupo homogéneo. Y la tercera pata es cómo y dónde queremos vivir. Las residencias no tienen futuro. Hoy uno quiere vivir en su casa, en un entorno agradable, y con cada vez más servicios asistenciales a domicilio», resume Sacramento. «Ya no van a servir las residencias con el concepto actual, de personas mayores viendo la televisión y con una rampita para hacer ejercicios muy concretos. El futuro anciano necesitará un gimnasio, porque llega con más capacidades físicas. Querrá pelotas de pilates, cintas, yoga y mancuernas. Y ya somos usuarios de móvil para todo. No puede ser que vayas a una residencia y haya un ordenador en un rincón para todos».

¿Estamos preparados para la vejez que viene? «No», sentencia Sacramento. «Todavía no estamos contando con la experiencia acumulada que tienen, ni con el tiempo disponible que nos ofrecen como contribución social. Tampoco estamos preparados para asumir que siguen teniendo un papel vital en la sociedad, no solo porque pueden hacer cosas, sino porque pueden enseñarlas», afirma. «Los baby boomers venimos con un nivel educativo más alto. El porcentajes de personas que hemos estudiado bachiller es enorme y hay muchos más universitarios. Algunos llegaron a vivir la revolución cultural de finales de los 60 y todos somos hijos de la ciencia y el progreso», añade Sacramento. Resulta inevitable poner en el centro, otra vez, el debate de la edad de jubilación, ahora que llegan en masa personas con plena capacidad para cotizar.

Para Joan Romero, catedrático de Geografía Humana de la Universitat de València, el cambio del eje salud-cuidados-derechos es transcendental. «En algún lugar he leído que los 50 son los nuevos 70, con todo lo que ello implica. En 2030, un 25% de la población valenciana tendrá más de 65 años. Es un colectivo muy amplio, que responde al perfil de una generación que tiene unas referencias concretas, y unas vivencias específicas y un proceso de incorporaciones al trabajo que es distinto al de generaciones anteriores. Como tiene una mayor preparación y mayor renta que otros núcleos de población, su forma de encarar el futuro difiere», asevera. «Es necesario crear nuevas políticas públicas para esta generación. Hay que revisar a fondo el modelo de cuidados en materia de salud, que ha quedado obsoleto y que la pandemia lo ha evidenciado con toda su crudeza, y revisar la cartera de derechos, que requiere una revisión a fondo». Hay que ponerse las pilas para ajustarse a una realidad totalmente distinta, en la que el anciano tiene mucho que decir y que hacer, viene a decir Romero.

El nuevo perfil de «mayor» exige otros cambios. Volvemos al debate de la edad de jubilación, obligado cuando hablamos de una nueva realidad. «Es obligatorio revisar la relación entre jubilación y actividad yendo a fórmulas más híbridas. Ahora, las personas de 70 años tienen unas capacidades físicas y una preparación que les permite seguir siendo muy útiles a la sociedad. Tal vez sea con una jubilación parcial, con espacios de trabajo en el tercer sector. Esto la propia inercia lo irá cambiando», explica Romero, que fue conseller d’Educació y Ciència entre 1993 y 1995, en la etapa de Joan Lerma.

Romero vislumbra una sociedad más intergeneracional: «Aunque seamos generaciones muy distintas, y lo he visto con mis alumnos, hay muchas aficiones que compartimos. Aunque el punto de partida sea distinto, tenemos los mismos retos para el futuro, como el tema medioambiental o las aspiraciones colectivas en materia social», asegura. Coincide en que los mayores no irán solo a manifestarse por unas pensiones dignas, sino en que coincidirán con los jóvenes en reivindicaciones contra el cambio climático, la igualdad, la diversidad sexual o los derechos civiles», asevera. Bienvenidos a una época más intergeneracional.

Aprender hasta el último aliento

Hablar de espiritualidad en la etapa final de la vida, por mucho que sea más longeva, es obligatorio. Los baby boomers reaccionaron a una sociedad de valores tradicionales impuestos. Entramos en una nueva dimensión espiritual en la tercera vida, asegura Agustín Domingo, catedrático de Filosofía de la Universitat de València. «La forma de vivir la fe será más auténtica y menos epidérmica. Aunque haya menor número de mayores practicantes, los mayores creyentes serán más auténticos, serán conscientes de que el legado o transmisión activa de las confesiones religiosas dependerá más de ellos que de sus hijos. Enseñarán a afrontar la vida y la muerte desde la libertad, la responsabilidad y la esperanza, no desde el fatalismo, el laicismo positivista o la frivolidad mercantil».

Además de estos cambios en las formas de relacionarse con la religión, habrá formas nuevas de relacionarse con la cultura, la economía o las propias tradiciones. «Es la primera generación con mentalidad cosmopolita donde ha pesado más el horizonte deconstructor y esperanzador de los 60 -descolonización, desarrollismo, sesentayochismo, individualismo- que el horizonte reparador e ideologizador de los cuarenta», añade.

La forma de participar en todos los ámbitos sociales está, explica Domingo, en plena transformación. «No se trata simplemente de participar sino de hacerlo significativamente con actividades muy especializadas para las que no valen los ‘animadores culturales’ de los centros de día o de mayores. Se valorará mucho más la poca familia que vaya quedando, la autonomía individual para que los vínculos sean más fuertes, la sinceridad en las amistades y los nuevos hábitos culturales. Estos serán mucho más generativos, destinados a satisfacer nuevas curiosidades y seguir aprendiendo hasta el último aliento de vida», argumenta.

Pensamiento crítico

Los boomers serán unos ancianos generosos, solidarios, dispuestos a lo que haga falta porque sus hijos y nietos hereden, o recuperen, la sociedad del bienestar que ellos crearon. «Son conscientes de que han nacido en una época próspera y que esta prosperidad les ha ayudado a llegar hasta donde han llegado, es decir, a unos niveles de bienestar a los que no quieren renunciar. Y lucharán por mantenerlos», explica Jesús Alcolea, Decano de la Facultat de Filosofia y Ciències de l’Educació. «Pero también son generosos y saben que su lucha tiene que beneficiar a los que vienen por detrás, que no son otros que sus herederos. Y están dispuestos a ayudarles de forma activa, contando y facilitando su propia experiencia. Saben que envejecen y saben cómo enfrentarse al envejecimiento y al punto final de la vida como una opción personal que han defendido desde siempre. Viven informados de los retos del mundo y de las personas: el multiculturalismo, los movimientos migratorios y las crisis de refugiados, la crisis de la política, el cambio climático, etc», añade. «En resumen, la historia personal ha marcado a los baby boomers, en general, como personas que piensan críticamente, que viven activas en lo personal y en lo social. Y este espíritu abierto influirá, sin duda, en lo larga que pueda ser su vida. En este sentido, no creo que vayan a vivir o estén viviendo de forma diferente a como han vivido, sino que vivirán más intensamente», apostilla Alcolea.

No es esta una generación que se rinda al desaliento y al absentismo. Todo lo contrario. Lo argumenta con detalle el filósofo. «Han vivido muchos cambios y son verdaderos europeístas. Eso les ha forjado un talante liberal, abierto, progresista, pues se creen la participación como un bien necesario para la salud democrática del país, para la sanidad y la educación, capaces de tender la mano, de dialogar, de respetar las diferencias y los derechos de las demás personas. Y a quienes no han pasado por el alma mater se les nota el deseo de saber», explica Alcolea en relación a la necesidad de aprovechar todo el capital humano que se adentra en la edad más adulta.

Una nueva revolución no ha hecho más que empezar. Con un promedio de vida de 30 años a partir de los 65, es obligatorio replantearse todas las bases de la sociedad.

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