Los arribazones de posidonia oceánica de la cala de la Calalga de Calp son una bendición. Ahuyentan a esos bañistas a los que les molestan las «algas» (la posidonia no lo es; es una planta marina). La Calalga desentona. Es un pequeño paraíso en un litoral, el de Calp, fuertemente urbanizado. De las cinco calas de este reportaje de rincones salvajes y que todavía esquivan medianamente la masificación, solo esta playita es de arena y cuenta con socorristas. El acantilado, en algunos tramos bastante roto, mantiene a salvo la esencia de la Calalga.

Les Arenetes, en les Rotes y en la reserva marina del cabo de Sant Antoni, seduce por la belleza de sus fondos marinos A. P. F.

En la Marina Alta, hay calas para dar y tomar. Su costa es escandalosamente bella. Y lo del escándalo no es gratuito. En un reportaje de calas, no deberían faltar las archiconocidas de la Barraca y la Granadella, en Xàbia, el Moraig, en Benitatxell, o la Fustera, en Benissa. Pero ya han sucumbido al estrépito. El caso de la Barraca es paradigmático. El bar de copas que se abrió hace unos años donde estaba el antiguo Tritón (maravilloso nombre) atruena con la música. Se acabó el sosiego. La seducción de las calas entra por todos los sentidos. No solo por la vista.

La Sardinera de Xàbia se halla en uno de los pocos tramos vírgenes del litoral valenciano, el Portitxol A. P. F.

La Calalga espanta a los turistas que quieren playas «limpias». Mientras, la cala de Llebeig, que comparten el Poble Nou de Benitatxell y Teulada Moraira, no es apta para los perezosos. Hay que darse una fenomenal caminata por una senda colgada de los acantilados (hay otra variante por el Barranc de la Vídua). La huella del contrabando le da a este litoral un aire todavía proscrito. Es una de las calas más bellas del litoral valenciano. Eso sí, al igual que ocurre ya en todo el litoral, de tanto en tanto, una moto de agua rasga la tranquilidad.

La cala de Llebeig, que comparten Benitatxell y Teulada, es una de las más pintorescas y bellas de la costa valenciana A. P. F.

Mientras, las calas de Punta Estrella y el Cap Blanc, en Moraira (pero ya en el límite con Benissa), tampoco son para turistas comodones. A Punta Estrella, uno de los pocos refugios nudistas que quedan en la Marina Alta, se baja por una aparatosa escalera de metal. Al otro lado del acantilado, hay otra escalera. Es de esas de piscina y sirve para entrar y salir del mar. En ese extremo, apenas hay sitio para extender la toalla. La plataforma de hormigón (una herejía llevar el hormigón hasta el mar) es estrechísima. Pero tampoco hace falta tumbarse. Aquí lo mejor es pasar las horas haciendo snorkel y descubriendo los riquísimos fondos marinos.

La cala de Punta Estrella, en Moraira, agreste y para bañistas que practican el nudismo A. P. F.

También el lecho marino es espectacular en la playa de les Arenetes, que está en el final de les Rotes de Dénia y ya en plena reserva marina del cabo de Sant Antoni. Su nombre alude a que suele tener algo de arena. Este verano escasea. Para entrar en el mar se camina por una somera plataforma marina y, de repente, hay un escalón y la profundidad ya es de un par de metros. Esa configuración litoral no gusta a todos los bañistas. Pero resulta muy gozoso zambullirse de golpe y toparse con bancos de peces y con una riqueza submarina nada habitual a tan pocos metros de la orilla.

Los tesoros marinos también están a un paso en la cala de la Sardinera de Xàbia. A nada de la orilla, hay praderas de posidonia. Las hojas de la planta casi emergen del agua. A esta cala se llega tras caminar un buen trecho por una senda que recorre el litoral virgen del Portitxol. Esta costa se ha salvado de la especulación urbanística. Su antiguo propietario, Guillermo Pons, fue un visionario del ecologismo. Se negó a que el Portitxol se urbanizara.

La Sardinera está rodeada de pinos y de retama. Allí arriba, en lo alto de los acantilados, sí hay chaletazos. El horizonte marino tampoco es del todo nítido. En esta bahía fondean muchísimas embarcaciones de recreo. Las fiestas en cubierta también rompen el sosiego de la cala. Pero es lo que hay. Ya no quedan secretos en el litoral. La soledad es una quimera.

Las cinco calas salvajes todavía medio esquivan la masificación. Pero que nadie se deje embaucar con lo de las calas secretas. Hay empresas de turismo náutico que hacen publicidad del secreto (tremenda contradicción) y se inventan calas como la bautizada ahora como «Paradís». Es una estrecha franja de grava que está bajo el acantilado del Cap Negre de Xàbia. Las fotos son espectaculares. Sirven para engatusar a los turistas. A estas alturas, el furor de los deportes náuticos y las redes sociales han arruinado los secretos.

Quedan las calas salvajes. Una maravilla. Mejor no darles mucho bombo.