La nueva agonía de Francia
El gran libro de Manuel Chaves Nogales retoma su vigencia con la angustiosa situación que vive el país vecino

La nueva agonía de Francia / L-EMV
Manuel Peris
Ante la sorpresa del mundo, la tarde del lunes 15 de abril de 2019 la catedral de Notre-Dame de París ardía en llamas. Esas llamas eran el símbolo de que todo lo que parecía sólido se desvanece en el aire, como con extraña poesía Marx y Engels dijeron de la Europa de su tiempo en El Manifiesto Comunista. Más allá de las chispas de un soldador que operaba en la catedral, la impresionante pira de Notre-Dame parecía una irradiación metafórica del incendio que, seis meses antes, se había desatado en la sociedad francesa con la crisis de los chalecos amarillos.
De entonces acá, le malaise social –el malestar social que atenaza al país vecino– no ha hecho más que extenderse y multiplicarse en diversos frentes. Del incremento galopante del déficit público y las depreciaciones que las agencias de rating van aplicando a la calificación de su deuda soberana, a las continuas amenazas de aumentar la edad para la jubilación. De las permanentes crisis de gobierno, a la paralización de las inversiones y contrataciones por el sector privado. Tan sólo los juegos olímpicos de 2024 significaron una tregua. Un espejismo que se ha ido rompiendo durante los meses siguientes y que ha estallado en añicos con la entrada en la prisión de La Santé del expresidente de la República Nicolas Sarkozy y el robo a plena luz del día de las joyas del Imperio francés en el museo del Louvre.
Cuando en la mañana del pasado 21 de octubre Nicolas Sarkozy salió de su domicilio cogido de la mano de Carla Bruni para ser conducido a la prisión se llevaba en la maleta El conde de Montecristo, para dar a entender que como Edmond Dantès, el personaje de Alexandre Dumas, era víctima de una conspiración. Pero no había ninguna dignidad en su patética figura. El suyo no era el semblante de un líder político atrapado por sus adversarios, si no la cara de un tramposo que había financiado sus campañas electorales con el dinero de un sanguinario dictador extranjero, el rostro del primer presidente en la historia de la República que entraba en prisión.
Dos días antes, cuando cuatro tipos entraron por efracción en el Museo del Louvre y se llevaron las joyas de la dinastía napoleónica, no hubo ninguna sofisticación en su modus operandi. No había nada que nos recordara la elegancia de Arsène Lupin, el ladrón de guante blanco creado por Maurice Leblanc, o la astucia de los personajes encarnados por Peter O’Toole y Audrey Hepburn en Cómo robar un millón y…, la comedia de William Willer. Simplemente, una escalera mecánica, unas sierras radiales y a la saca.
No, en ambos casos todo era mucho más vulgar y menos literario. Hasta las metáforas de la nueva decadencia de Francia carecen de la grandeur que el país encarnó en otros tiempos. Por ejemplo, la época en que las joyas robadas lucían en los cuerpos de los imperiales propietarios. La achacosa república no puede siquiera garantizar la mínima seguridad museística de su otrora ‘glorioso’ legado imperial.
En el íncipit de El dieciocho brumario de Luis Bonaparte (1852), escribe Karl Marx: «Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa». Marx pone varios ejemplos y establece un parangón entre el golpe de Estado del 18 brumario (9 de noviembre de 1799) que coronó el proceso de la contrarrevolución burguesa y la instauración de la dictadura de Napoleón Bonaparte, por un lado; y por otro, el golpe de Estado de 1851 que posibilitó a su sobrino, Luis Napoleón Bonaparte, la instauración del Segundo Imperio. Tragedia con Napoleón Bonaparte y farsa con Luis Bonaparte.
Avancemos unas décadas. Nueva tragedia. En 1941, tras salir huyendo de la Francia invadida por los nazis entre la «indiferencia inhumana de las masas», Manuel Chaves Nogales publica La agonía de Francia (Libros del Asteroide), una crónica a la que merece la pena volver estos días, cuando en medio de la congoja que atraviesa el país, el Rassemblement national (RN) de Marine Le Pen extiende su siniestra sombra por cada vez más sectores del electorado. Y es que, como decía Marx en el mismo texto, «la tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos». ¿Están dispuestos los francés a revivir la pesadilla de un régimen como el de Vichy? ¿Vamos camino de una nueva repetición de la historia como farsa, de un nuevo estertor de la Francia de las libertades, la igualdad y la solidaridad?
Con menos despliegue mediático, se ha sabido también estos días que el autorretrato de Gustave Courbet, autor del famoso cuadro El origen del mundo, que puede contemplarse en el Museo d’Orsay, en realidad es propiedad de una princesa catarí que pretende incluirlo en 2030 en un futuro museo de Doha, a la espera de que pasen los años legalmente prescritos para que el Estado francés ejerza su derecho de retracto. El autorretrato lleva por título Le Désésperé y bien podría ilustrar el horror, la angustia y la desesperación con la que muchos ciudadanos contemplan la nueva agonía de Francia.
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