«Jeden Das Seine». Dicha cita, que en alemán significa «a cada uno lo suyo», se podía leer en la puerta de entrada al campo de concentración nazi de Buchenwald, uno de los más grandes que se podían encontrar en territorio teutón, concretamente ubicado en Weimar. El viernes, día 11 de abril, se cumplieron sesenta y nueve años de la liberación de los presos llegados de toda Europa que allí se concentraron durante meses, sobreviviendo a condiciones infrahumanas. Entre ellos, entre aquellas personas que conocieron el infierno, se encontraban cinco ribereños, de los que cuatro pudieron ser liberados por las fuerzas aliadas y uno murió en el campo de exterminio. Fueron Juan Belmonte (de Algemesí), Emilio Corral (de Cullera), Antonio Boluda (de Almussafes) y Fermín Román Hernández (de Alzira), mientras Vicente Vila (de Alberic) falleció en Hradischko el 19 de abril de 1945 tras pasar por Buchenwald con el número de prisionero 41.065. Todos ellos hubieron de salir de España tras ganar Franco la guerra e iniciarse la represión contra los contrarios al dictador. Vagaron por Europa (algunos de ellos luchando contra el fascismo voluntariamente) hasta acabar en el campo alemán.

Cada una de las historias de dichos ribereños, como la de tantos y tantos ciudadanos europeos que pasaron por los campos de aniquilación nazi, suponen un relato de sufrimiento, injusticia y deshumanización. Según comenta Montserrat Llor en su estudio de algunos de los españoles que pasaron por los campos nazis, «desde el año 1937 y hasta la liberación en 1945, por Buchenwald pasaron unos 240.000 deportados procedentes de toda Europa, la Unión Soviética, polacos y judíos, siendo la cifra de muertes de unas 56.000 personas. Fue un importante enclave utilizado para la industria de armamento nazi, donde las enfermedades, las inhumanas condiciones de vida, los trabajos forzados, la tortura, las ejecuciones y terribles experimentos médicos estaban a la orden del día».

El régimen hitleriano fue expandiendo sus campos de exterminio con el paso de los meses y de Buchenwald se bifurcaron varios otros, llegando por ejemplo en marzo de 1944 a veintidós y a más de 42.000 personas, la mitad de ellas explotadas en la industria del armamento para suministrar material al ejército nazi. Según un informe realizado ese mismo año, el 80% de los internos estaban crónicamente desnutridos y un 10% sufría tuberculosis. También a dicho recinto fueron destinados judíos procedentes de Auschwitz con el objetivo de emplearlos en trabajos pesados, provocándoles la muerte a la mayoría.

El devenir de la guerra mundial permitió a las tropas estadounidenses liberar el campo el 11 de abril de 1945, comenzando a evacuar pocas horas después a más de veinte mil personas que aún permanecían allí. El día de la liberación, una organización de resistencia de prisioneros tomó control del centro de reclutamiento para prevenir atrocidades provocadas por los nazis durante su retirada.

Escaso (o nulo) reconocimiento

De la mayoría de las historias de los ribereños se conocen pocos datos y sólo los historiadores y familias buscan sus rastros para rendirles homenaje. Vicente Vila, de Alberic; Juan Belmonte, de Algemesí; y Emilio Corral, de Cullera, entraron en el campo de Buchenwald el mismo día, el 19 de enero de 1944. No todos corrieron, sin embargo, la misma suerte, Vila nació el 7 de noviembre de 1900 y tras huir del régimen franquista fue detenido en tierras francesas y trasladado a la Prisión Compiègne el 17 de enero de 1944. Tras pasar por Flossenbürg murió en abril de 1945 en Hradischko. Por su parte, Belmonte había nacido en 1886 y tuvo en el campo nazi el número de matrícula 40.263. Corral, que llegó al mundo el 10 de agosto de 1892, pasó por Buchenwald con el número 41.004, siendo los dos últimos liberados, la misma suerte que corrieron el almusafense Antonio Boluda y el alcireño Fermín Román Hernández. Boluda, nacido en febrero de 1906, pasó por Compiègne antes de ser trasladado a Buchenwald con el número 42.633. Historias de lucha por la democracia raras veces reconocidas y homenajeadas.