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Tribuna

Transición a la casta

Podemos ha olido el dinero. El neobolchevismo anticasta y asambleario ha columbrado, entre los guarismos de las encuestas, que tiene al populacho en el bolsillo; que puede hacer la cosecha fácil del desengaño y la frustración, y acceder al parné copioso del cargo, la concejalía, la subasesoría, las dietas y el personal de confianza porque la gente, resabiada con la demagogia bizantina de los grandes partidos, devora sin sospecha la grosera demagogia urdida en los telares callejeros. El penetrante olor del euro ha inflamado la pituitaria del revolucionarismo elemental, y sus archititulados dirigentes tratan de metamorfosear sus bases perrofláuticas y okupas en algo lo más parecido posible a un partido político.

En las filas de Podemos ya no se habla de rodear el parlamento ni de hacer escraches; ahora se habla de articulación, de jerarquización y de vertebración, de programas y estrategias. La cúpula de Podemos, con el simple vislumbre del poder, se aburguesa e intenta que se aburguese todo el colectivo, algo que sin duda conseguirá, puesto que nadie codicia más intensamente la sinecura política y el aristocratic way of life que los rastafaris, los okupas y los perroflautas. De modo que no resulta descabellado anticipar que todo el idealismo anarquista, toda la sustancia populistoide y cacerolera del Podemos inicial se diluirá, se disolverá, se desbravará y será sustituida por una lista de consignas, por un «proyecto», por un programa.

El olor del dinero hace que Podemos pierda la espontaneidad y la frescura; que pierda su democratismo radical; que pierda su esencia y se transmute por momentos en un partido castizo donde los haya. La dictadura del proletariado, a la vista de un sondeo que le augura el éxito electoral, ya no quiere imponerse por la fuerza, sino con la fuerza de las urnas; cosa que, sin embargo, no significa que se haya vuelto más democrática, sino más retorcida: si la dictadura del proletariado es elegida por el pueblo al que dice defender, este pueblo no podrá reprocharle nada si se carga de un plumazo la propiedad privada, o si el país queda sumido en el ostracismo internacional que hacen presumir las medidas económicas anunciadas para el caso de alcanzar el mando.

El ultrajacobinismo hace ver que pasa por el aro, que se organiza y estratifica como corresponde a un partido «comme il faut». Es el poder de la pasta; el hechizo del sueldazo y la prebenda. Si los antisistema se vuelven sistema, ¿quién los antisistemizará?

La historia -reciente y antigua- nos enseña que todo mandatario político, al tacto del dinero, al arrimo del pesebre, se vuelve conservador y déspota. Por eso las veleidades de ortodoxia política, la transición a la casta en un partido revolucionario que nació del petardo y la demagogia no inspira ninguna confianza.

Bien mirado, Podemos no es tan distinto de los otros como quiere hacernos creer.

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