Tribuna
Las mayorías absolutas son perniciosas

Las mayorías absolutas son perniciosas
Agustín Pérez
Alas pruebas me remito. Les sugiero que analicen las propuestas y los acuerdos adoptados por la Corporación Municipal alcireña —con mayoría del PP— a lo largo del prolongado período de mayoría absoluta que ha disfrutado en la última década. Los acuerdos del pleno tienen un patrón repetitivo que comienza generando aburrimiento y termina hasta provocando indignación.
Aparentemente, toda la oposición está, prácticamente siempre, equivocada y el equipo de gobierno está, también casi siempre, en posesión de toda la verdad y absolutamente convencido de que sus decisiones son las más convenientes para todos los ciudadanos. Se confunde la capacidad para alcanzar el apoyo mayoritario con la potestad de imponer a toda la ciudadanía los postulados de los que un día consiguieron más votos.
La forma monolítica en la que tales ediles han ejercido en todo este tiempo su derecho al voto en el pleno, la falta de cualquier intervención por su parte que haya quedado al margen de la «doctrina oficial» y la permanente descalificación y falta de sensibilidad hacia los representantes de los partidos de la oposición —y por extensión hacia los votantes que representan— nos hacen pensar que son perfectamente prescindibles porque, a los efectos prácticos, no tienen realmente ni voz ni voto.
Esta manera de proceder en la que «todo da igual» sólo contribuye a engrosar las filas del partido en la sombra: la abstención. En las pasadas elecciones municipales se abstuvo el 30,5 % del censo frente al 35,5 % de ese mismo censo que votó al PP y le dio —a poco más de un tercio de los votantes— la mayoría absoluta.
Esa abstención refleja el desapego de la ciudadanía de aquellos que pretenden representarles. No se trata de un voto marginal o carente de compromiso. Con mucha frecuencia refleja posturas muy definidas y, sobre todo, desencanto porque no escuchan mensajes que compartir ni voces con credibilidad. Seguramente tendremos oportunidad de comprobarlo en las próximas elecciones.
Desde mi punto de vista, los cargos electos que tienen el encargo de gobernar deben hacerlo para todos los ciudadanos, incluso para aquellos que no les votaron, y saber entender y poner en valor los aspectos positivos de las propuestas de los grupos de la oposición. Esa actitud enriquece los resultados de la acción política, mejora la convivencia y acredita la talla política de los genuinos representantes de la ciudadanía. Cuando ningún partido tiene la mayoría absoluta realmente se debate, se transige y se gobierna respetando a todos los ciudadanos.
Sin embargo, la miopía política y la prepotencia de aquellos que detentan esas mayorías les inducen a justificarlas mentando el fantasma de la ingobernabilidad.
Quieren hacernos pensar que, para gobernar con sensatez y buen tino, es necesario contar con la mayoría absoluta y pasar el rodillo por encima de todo lo que sea diferente a ellos mismos. Su soberbia les induce a pensar que, sin sus acertadas decisiones, la vida ciudadana sería un caos.
Les falta humildad para admitir que no es posible estar siempre en posesión de la verdad y de la razón.
Sinceramente, creer que el otro está siempre equivocado es el mayor error que puede cometer una persona honesta.
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