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El «ojó de Moscú»

Compartió su vida con una secretaria personal de Pablo Neruda Tuvieron el único encuentro amoroso de Mauthausen

El «ojó de Moscú»

Hay personajes con una atracción especial, más aún cuando sus figuras esconden mil y un secretos y cada una de las nuevas investigaciones sólo hace que aportan mínimas ideas sobre sus vidas, abriendo otras cientos de incógnitas. En la vida de un miembro de la NKVD, el Comisariado del Pueblo de Asuntos Interiores de la Unión Soviética, es normal que hayan más secretos que certezas. Su papel en el partido (o más bien en el movimiento comunista), su colaboración con el Kremlin hasta ser considerado el «Ojo de Moscú» o su misteriosa muerte en París tras sobrevivir a los campos de exterminio nazis son hoy aún un secreto.

Aun así, mucha fue la vida anterior a la entrada del comunista de Carcaixent Joaquín Olaso Piera en la principal organización de la policía secreta soviética (responsable de la represión política durante el estalinismo), por lo que con el paso del tiempo se ha podido ir configurando un tipo de biografía que reconstruye una de las vidas más apasionantes de todos los ribereños que pasaron por los centros de aniquilación del Tercer Reich. Olaso nació el 8 de enero de 1900 en Carcaixent. A principios de los años veinte ya compartía vida sentimental con la que fue su mujer siempre, Dolores García, un personaje apasionante que acompañó al carcagentino en todas sus estancias y que llegó a ser secretaria personal del escritor Pablo Neruda, tantos en tierras catalanas como después durante el exilio en París.

Olaso fue uno de los fundadores de la Federación de Levante del Partido Comunista y durante la dictadura de Primo de Rivera empezó sus estancias en el extranjero, en Francia y Rusia, donde conoció la Revolución de 1917 y la expansión del sistema socialista a lo largo del país más grande del mundo. La pista de Olaso se puede seguir después en los acontecimientos que tuvieron lugar en Catalunya a partir de la Segunda República, cuando el país se introdujo en una importante efervescencia política.

Según los datos oficiales de los diferentes archivos que han rememorado el camino de los republicanos españoles después de su exilio por la victoria franquista, Joaquín Olaso estuvo en el Stalag de París-Gare del Este, al que llegó el 23 de agosto de 1943. Un día después fue enviado a Neue Bremm, un campamento de la Gestapo que se situaba cerca de la frontera francesa. Allí sufrió una detención preventiva. Más tarde acabó como prisionero de Bachmanning y Ebensee (al que llegó el 23 de septiembre de 1944), ya en Austria, antes de ser internado en Mauthausen el 17 de octubre de ese mismo año. Dolores García ocupó el campo de Ravensbrück desde su detención, reuniéndose en Mauthausen con Olaso un mes antes de la liberación y fin de la guerra mundial. Fue el único encuentro amoroso permitido en los campos.

Extraña muerte

La familia de Carcaixent le perdió la pista con el exilio y no supo de Olaso (así como de García) hasta su salida de Mauthausen, cuando les envió una carta desde París. Mantuvo entonces un importante contacto epistolar con sus parientes, que lo visitaron en la capital gala. Allí lo conoció su sobrina, Milagros, que sigue viva y ha sido la fuente principal de esta redacción.

La agrupación socialista de Carcaixent organizó recientemente una exposición de fotos y un serial de charlas en homenaje a los carcagentinos que pasaron por los centros de exterminio nazis. Olaso y García salieron vivos de allí pero murieron en París en extrañas circunstancias. Después de estar inmersos en las pugnas del partido comunista, el carcagentino se vio involucrado en mil y una suspicacias que lo situaron en el ojo del huracán. Se lamieron algunas heridas abiertas en Mauthausen. Sin embargo, muchas elucubraciones se han hecho sobre su muerte. Murieron en casa, asfixiados por un escape de gas. Según los informes policiales y las notificaciones que recibió la familia, estaban preparando la comida y por lo visto tenían varias cazos calentándose.

Mientras se cocían, al parecer, se acostaron, ella en la cama y él en un sillón. Parece que se durmieron y el frío de París provocó que se apagase la llama, dejando que siguiese saliendo el gas. El pequeño tamaño del piso hizo el resto, asfixiándolos a ambos, que no volvieron a despertar.

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