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El doble exilio del alcireño Flores

El alcireño nunca fue reconocido por su ímpetu en la lucha por la democracia española a lo largo de Europa y la familia tuvo que padecer la represión franquista durante años

El doble exilio del alcireño Flores

Este país ha tenido dos características que han favorecido la aparición de historias heroicas prácticamente en cada finca de vecinos. Por un parte la desgracia de haber sufrido una guerra por culpa de un golpe de Estado y el posterior exilio de miles de personas que después, en gran cantidad, lucharon contra el fascismo a lo largo de Europa. Por otra, haber tenido (unos dirán disfrutado, otros padecido) unos gobiernos que olvidaron a los luchadores por la democracia y nunca osaron dirigirles homenaje alguno, provocando que las vidas de muchos de ellos y ellas pasaran al olvido de la historia. Abrir cada una de esas hojas del pasado supone descubrir valores perdidos, compromisos políticos hoy secundados e incluso un amor en la actualidad tantas veces trivializado.

La historia de Agustín Flores es una más de esas vidas de derrotas múltiples sufridas por los republicanos españoles. Es una más pero es única. Vecino de Alzira nacido el 12 de abril de 1906, trabajó durante su juventud como carpintero y después ejerció como chófer. Se casó con Trinidad, con la que tuvo una hija del mismo nombre a la que prácticamente no conoció y que se convirtió en el mayor anhelo de su vida. Agustín (que se hizo llamar durante toda su juventud Bernardo y así consta en la ficha del equipo de fútbol de Alzira en el que militó en los años veinte) participó en la contienda por influencias familiares pero no contó nunca con ninguna víctima a la espalda. Su cuñado fue Salvador Ballester, fusilado por los franquistas de Alzira pocos días después del golpe de Estado.

Pese a ello, tuvo que huir al exilio y acabó en el campo de concentración francés de Barcarés, desde donde escribió a su esposa transmitiéndole su voluntad de regresar a Alzira, sin miedo por no contar con ningún asunto del que pudiesen culparle los golpista afines a Franco. Antes de su deportación al campo de Mauthausen como «Rotspanier», pasó por el Stalag XII-D (Trier) señalado con el número 39.910. Sin embargo, representantes del ejército galo lo convencieron para que comenzase a colaborar con ellos y, según la familia, ejerció como chófer de uno de los generales franceses. Lo recuerda Trinidad, su hija, quien supo mucho de la andadura de su padre por los comentarios que, muy de vez en cuando, le hacía su madre. Todavía hoy se le entrecorta la voz y llora con contención cuando relee, una vez más, la carta que su progenitor envió desde Francia y las veinticuatro palabra (ni una más, ni una menos) que después pudo dirigir desde Mauthausen.

Flores fue el único ribereño que murió en Ternberg, enviado allí para trabajar junto en otros compañeros en la construcción de la central hidroeléctrica de esta ciudad de Austria. Entró en Mauthausen el 3 de abril de 1941 (número 3.977) y murió el 29 de mayo de 1943 tras sufrir de tuberculosis, una enfermedad que afectó a miles de cautivos en los campos nazis. Su muerte fue comunicada a Trinidad Álvarez en la calle Sucre de Alzira en 1960.

La historia de Agustín Flores es la historia del doble exilio, el que sufrió primero por tierras europeas y que lo llevó a la muerte en los campos de exterminio nazis y el posterior sufrido como consecuencia del olvido al que muchos (por acción u omisión) quisieron relegarlo. No lo han conseguido.

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