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Los vientos negros

Un viejo ruso citó a una cadena de televisión francesa esta frase: «Los imperios los construyen gigantes y los destruyen pigmeos». Los imperios no sólo son unidades territoriales producto de una expansión agresiva, imperio viene de la palabra impera que significa dominar. En nuestro país, durante 40 años ha dominado en el buen sentido de la palabra un sistema democrático que surgía después de 40 años de dictadura franquista. Este modelo político se ha llamado durante muchos años transición y hoy muchos profesores «rojos» se olvidan de que este nombre era sinónimo de acuerdos y diálogos entre las fuerzas políticas y sindicales en una democracia que estaba sometida a la espada de Damocles de un golpe militar.

La democracia actual no ha sido un regalo de las clases dominantes, fue el resultado de la movilización por las libertades, por el derecho de las nacionalidades a su cultura y autogobierno, por la creación de un estado de bienestar que contemplara la educación y la sanidad gratuita para todos y la lucha por el derecho a la huelga prohibido durante 40 años. Estas conquistas las trajeron a una patria sometida durante la larga noche del franquismo las clases trabajadoras organizadas en sus sindicatos de clase UGT, CC OO y los partidos de izquierdas.

El actual sistema democrático emanado de la Constitución del 78 sufre de agotamiento como consecuencia de la corrupción de una parte importante de la clase política; el desmontaje del estado de bienestar, el poder de los bancos y de los mercados que no tienen ninguna regulación por parte del poder político. En definitiva, el vaciamiento de la democracia.

El último período del zapaterismo y el cuatrienio negro del PP han significado un sometimiento al «Diktat» de Berlín, reformas laborales, recortes en el estado de bienestar y más paro. Las alternativas «nuevas» frente al bipartidismo son: una que se reivindica de la ciudadanía en término abstracto y que ofrece la misma receta que ya hemos sufrido los trabajadores, más mercado y menos derechos laborales; otros ofrecen un deslizamiento hacia no se sabe dónde con el único objetivo de «llegar al poder», cambiar la llamada «casta» y crear otra nueva, eso sí, sin ideología porque estamos en el s. XXI la era del fin de las ideologías y la postmodernidad.

El sindicalismo de clase, el que representa a la gran mayoría de los trabajadores y también a los golpeados por la crisis, debe recuperar la centralidad que siempre tuvo en este nuevo escenario del siglo XXI, participando de las situaciones que operan en la sociedad y siendo valedor de la clase a la que representa. Si esto no se produce, los trabajadores nos veremos azotados por los vientos negros que ya hemos sufrido con crudeza los últimos cuatro años.

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