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El último «bouer» resiste en Alzira

En apenas cincuenta años las sesenta parejas de astados que convivían con los vecinos del barrio del Pont de Xàtiva prácticamente se han desvanecido ?Saborín se aferra a un oficio que antes que él desempeñaron sus antepasados

El último «bouer» resiste en Alzira

Cada vez que la madre de Salvador Bernia, a quien todos llamaban «Saborín», trataba de mandar a su hijo menor a la escuela en compañía de sus hermanas, él se las ingeniaba para esconderse debajo del carro de su padre, Salvador «Faena» . Un antiguo carromato arrastrado por imponentes bueyes de carga con el que se encaminaba -cual polizón- hacia las montañas alzireñas en busca de troncos de pino.

Salvador sabía que su sitio estaba entre aquellos enormes bovinos. Desde pequeño aprendió a manejarlos sin apenas tocarlos, a domarlos sin ejercer ningún tipo de violencia sobre ellos, con la única ayuda de una vara y algunos premios en la mano. «Son animales muy dóciles, muy nobles», relata.

Se crió en el barrio donde residían todos los pastores de bueyes de Alzira, en el Pont de Xàtiva, una zona en la que decenas de familias todavía practicaban en los albores de la década de los 60 el oficio de pastor de bueyes o «bouers». Antiguamente cada año estos pastores honraban a su patrón San Judas Tadeo, participando en la procesión con sus animales.

Él conserva a los animales por pura pasión, tiene nueve vacas y toros del tipo «Retinto castellano» a los que se debe cada día, «es una trabajo muy esclavo», admite. Estos animales pueden llegar a pesar más de 1.000 kilos y requieren entre 18 y 20 kilos de alimento, cada uno, al día entre avena, paja, alfalfa o trigo.

Cuando Salvador era pequeño la madera que estos animales arrastraban se destinaba a la construcción de barcos o de cajas de naranja. «Llevábamos la carga a la serrería», recuerda, «hoy la cosa ha cambiado mucho, ahora vamos a las fiestas y llevamos a los santos en los carros, se usan para temas festivos», asevera.

Con la llegada de los tractores y los avances tecnológicos al campo fueron desapareciendo de escena estos enormes y pacíficos astados. Dejaron de ser útiles y el oficio empezó a desvanecerse con ellos. De las 60 parejas de astados que llegaron a convivir en el barrio en el que Salvador se crió tan sólo quedan los que él cuida en su granja situada a las afueras de la capital de la Ribera.

La cuadra

Fallero, Gitano, Arrogante, Cenizo y Sevillano se percatan de nuestra presencia, aunque de momento no dan señales de que les importe lo más mínimo. No, hasta que Salvador decide mover el carro de su posición. Es entonces cuando Arrogante lanza un estruendoso mugido. «Ya sabe que va a salir» cuenta Mar, la pareja de Salvador y otra apasionada amante de los animales.

Ella relata que estos toros necesitan trabajar, son felices cuando se les engancha al carro y por los sonidos que emiten realmente parece que estén pidiendo que se les ponga en marcha.

La semana que viene participarán en la celebración de las Fiestas de Sant Antoni en Alzira, saldrán en la procesión que llevará a la imagen. Una tarea que acometen en muchos pueblos y ciudades de la C. Valenciana entre los que están Alcoi, La Pobla Llarga, Carcaixent o l'Alcúdia.

En Alzira todavía existen referencias físicas a un oficio que se ha desvanecido del imaginario colectivo, en parte debido a la mecanización de las tareas agrícolas, en parte al cambio radical que la sociedad ha experimentado en los últimos cincuenta años.

En la avenida dels Bouers, situada en el polígono industrial del Pla, se reconoce uno de los oficios más antiguos de la comarca. Cuentan el cronista oficial de Alzira Aurelià J. Lairón y Rubén Pastor, autores ambos del libro «Alzira, avingudes, places i carrers» que referencias sobre el oficio de «bouer» existen en la capital de la Ribera del Xúquer desde el siglo XIV.

En el barrio de San Judas, situado en la entrada de Alzira, las casas todas tenían establo, el corral y «la pallissa» ya que su función como animales de carga pesada, arrastre de troncos, sillares de piedra y tareas agrícolas era fundamental.

Familias enteras como los Ferrer, Calafat, Bernia o Clari que en aquella época recibían apodos tales como «el Tragante», «el Bord», «el Faena» o «els Dentuts» pertenecían a este particular gremio en peligro de extinción.

«Sólo quedamos mi sobrino, un cuñado y yo, somos los últimos «bouers» en activo porque el resto son demasiado mayores para guiar ya a los animales», admite.

Mira a sus tres hijos y espera -admite- haber trasvasado su afición a los jóvenes. Ellos ríen y asienten asegurando que continuarán con una tradición que se pierde en la historia de esta familia alcireña de «bouers».

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