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Gavarda cumple 25 años desde que se separó del Xúquer

Los vecinos que se mudaron se muestran satisfechos con su decisión Los que se quedaron lamentan la situación de abandono que padecen

Gavarda cumple 25 años desde que se separó del Xúquer vicent m. pastor

Muchos habitantes de la Ribera tienen todavía grabadas en la retina las imágenes de la pantanada de 1982 o el desbordamiento del Xúquer cinco años después. Estos hechos marcaron un antes y un después en la vida de miles de personas. Si hay una población que resultó especialmente afectada por lo ocurrido por aquel entonces, esa fue Gavarda. No por la gran cantidad de destrozos, aunque también, sino porque eso provocó la partición de un pueblo en dos. Hace ahora un cuarto de siglo, una parte considerable de sus residentes decidió dejar el antiguo núcleo urbano y reubicarse a un par de kilómetros de allí, en una zona más elevada y alejada de la posibilidad de un nuevo desastre hídrico. El resto decidió conservar sus viviendas en la ahora conocida como Gavarda «la vella». Aquella mudanza supuso, no sólo la fractura física y social de un municipio sino también la ruptura de algunas familias que, a día de hoy, siguen sin hablarse.

Tras los incidentes de hace casi tres décadas, el río no ha vuelto a suponer un problema para niguno de los vecinos de Gavarda. A pesar de ello, los que decidieron trasladarse se muestran satisfechos por su marcha: «Al principio nos dio un poco de tristeza, pero ahora estamos muy contentos», explica José Luis. «Pasamos mucho miedo, fue una experiencia desagradable». Su casa, en el núcleo antiguo, quedó totalmente anegada: «El agua llegó hasta la planta de arriba, al menos a una altura tres metros; por eso nos fuimos, porque aquí eso no volvería a pasar».

Con el traslado, un pequeño reducto se quedó donde estaba. Ni querían abandonar su hogar, ni pensaban que aquella desgracia se repetiría. Lo cierto es que su situación no ha mejorado con los años. Algunas viviendas lucen ahora reformadas, pero el aspecto que transmite, a día de hoy, es el de un pueblo fantasma: «La vida aquí se mató y a ver ahora quién la resucita», explica Vicent, presidente de la asociación de vecinos del pueblo antiguo. «La gente vive feliz en sus casas de toda la vida y en un pueblo que quiere, pero se ha perdido la ilusión, ya no nos quedan fuerzas para luchar por todo aquello que nos prometieron y que nunca llegó». Entre sus vecinos pesa la sensación de que se han olvidado de ellos y la relación con el ayuntamiento es casi nula.

Una relación cordial

La imagen del nuevo núcelo de Gavarda es la de un pueblo mucho más activo: «Toda la vida está arriba», comenta Francisco, «aquí hay tiendas, está la escuela, el médico, la farmacia...». Son muchos los vecinos que hablan tanto de cuestiones políticas como económicas en la decisión (o no) de marcharse. Aquello ocasionó muchas tiranteces entre sus habitantes. Unas duran y otras no: «Aquí arriba consideramos a las personas que se quedaron como unos vecinos más», explica Francisco. «Muchas veces nos 'dejamos caer', charlamos y mantenemos una relación cordial, simplemente unos están en un sitio y el resto en otro; aunque es cierto que todavía hoy hay familias que ni se hablan después de lo que pasó». La sensación que tienen algunos de los residentes de la «nueva» Gavarda es que las viviendas del poblado antiguo se perderán o pasarán a ser segundas residencias de los hijos (muchos ya fuera del pueblo) de las familias que allí quedan.

Los jóvenes, como Javi, apenas eran unos niños cuando el agua golpeó con fuerza a los vecinos de Gavarda: «Yo tenía cuatro años, mis padres tenían unos treinta, seguramente al ser jóvenes no tenían ese sentimiento de pertenencia al pueblo que sí tenían otros, así que nos mudamos, aunque yo todavía recuerdo la calle donde vivíamos». La gente como Javi ha reconstruido la historia a través de lo que contaban unos y otros: «Al final muchos de los que se quedaron lo hicieron porque tenían casas mejores y más grandes y preferían mantenerlas».

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