«Mi conciencia no me permitía taparlo todo, porque continuo pensando lo mismo que el primer día, a nivel particular he dejado el ojo como vestigio de un maltrato continuo al patrimonio y para que alguien se sienta culpable», comentó Antoni Espinar, quien considera que «el problema no es el mural, sino ese acoso y derribo y el intento de influir en la gente y crear un malestar importante». «Cuando molesta, se quita», subrayó el artista. p. f. Alzira
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