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Un desconocido intelectual de Alberic con un final dramático

Un incidente editorial costó al ribereño la cárcel y acabó muriendo en los manicomios que él humanizó

Uno de los libros de Gonzalo. levante-emv

El paso del tiempo sepulta, injustamente, historias vitales que merecen ser conocidas, como paso previo al reconocimiento y admiración. Sin embargo, en ocasiones la distancia geográfica o temporal se unen maquiavélicamente para impedir que un determinado personaje sea conocido incluso en su mismo pueblo de nacimiento. Es lo que le ha sucedido a Fermín Gonzalo Morón, un vecino de Alberic que nació allá por el 29 de septiembre de 1816 y que, una vez pudo establecerse cerca de las estructuras de poder (entiéndase con ello en las grandes ciudades en las que se establecía la cultura) desarrolló una importante carrera como abogado, escritor, crítico literario, político e historiador. Un sinfín de campos de una diversidad amplísima que le permitieron demostrar, según la gente que con él coincidió y los posteriores investigadores que han podido profundizar en su trayectoria, una cultura auténticamente admirable.

Gonzalo Morón, como se ha encargado de repescar para la historia su conciudadano Jesús Huguet (miembro del Consell Valencià de Cultura) nació en Alberic a principios del siglo XIX pero desarrolló buena parte de su carrera en Madrid. Estudió como su padre Humanidades y en tertulias liberales fue conocido con el sobrenombre del «pequeño Voltaire». Siempre vinculado a la política, su ideología zigzagueó con el tiempo, también por culpa de diferentes experiencias traumáticas con un final inesperado. Se trasladaron con el tiempo a València y con la muerte de su progenitor inició un periodo de investigación que le llegó a ocupar hasta dieciséis horas al día. Fue entonces cuando profundizó en el estudio del teatro español. Según Frank Baasner, de la Universität Mannheim, «el periodo de transición entre la época moderada y la primera república parece particularmente interesante desde un punto de vista literario y filosófico, ya que se podría quizás demostrar una continuidad entre el pensamiento liberal de la generación de Larra y las ideas krausistas de los años sesenta. Fermín Gonzalo Morón es uno de aquellos personajes político-literarios intermedios».

Un papel importante

La actividad del alberiquense fue descomunal. Con apenas veinte años ya se convirtió en una celebridad en València al ser uno de los fundadores del Liceo en 1836. Allí intervino de forma activa y pasional como profesor de historia. En las páginas de «El Turia» ya por entonces mostraba su visión política, con posiciones coincidentes con el romanticismo liberal, elogios al nuevo régimen monárquico-liberal y críticas a los carlistas. En una rápida contextualización histórica, el ribereño coincidió en sus primeros años con el gobierno absolutista de Fernando VII, para vivir después experiencias progresistas pero efímeras y el establecimiento del liberalismo en la figura de Isabel II. Con las guerras carlistas en el trasfondo de la conflictividad sucesoria y la adquisición lenta de derechos sociales.Con la entrada de las década de los cuarenta se traslada a Madrid y ocupa allí la cátedra de Historia de la Civilización Española, con tan solo veinticinco años. Poco después publica varios volúmenes en los que recoge sus clases y entra de lleno en el mundo intelectual madrileño. Como editor publica en los siguientes años un número increíble de obras, repartidas en artículos en revistas y libros y como editor principal de la «Revista de España y del estranjero» (sic) trabaja con importantes literatos de la época como Facundo Goñi, Ramón Carbonell, Hartzenbusch o Sanz del Río. En sus estudios sobre aspectos culturales siempre se introducirá su visión política. «Elogia la grandeza del antiguo teatro español y rechaza al mismo tiempo la escuela romántica francesa, no únicamente por inmoral y anárquica, sino también por inadecuada para la mentalidad y el estado cultural de España», arguye Baasner.

Problemas finales

Fue en 1943 cuando dio el salto definitivo a la política y se convirtió en diputado español del partido moderado. De hecho, algunos lo consideran uno de sus grandes oradores históricos. Sin embargo, su posición en el partido y con el partido irá modificándose y acabará en crítica abierta y ruptura sin vuelta atrás.

En el verano de 1851 todo cambió. La intención del alberiquense era dar vida a un periódico titulado «El trono y la Constitución» e incluso llegó a entregar los artículos originales en la imprenta. Al día siguiente, sin embargo, confiscaron el número y Gonzalo Morón culpó al comisario de Seguridad Pública Jacinto Ronda de robarle intencionadamente la propiedad intelectual. El asunto finalizó en los tribunales, ya que el ensayista ribereño fue acusado de «falsa imputación por escrito de un hecho criminal» y en septiembre fue condenado a diecisiete meses de cárcel. Fue entonces cuando empezó una peregrinación por prisiones y manicomios y los estudiosos afirman que en Chamberí (Madrid) escribió su novela «El cura de aldea». La falta de protección por parte del partido moderado hizo que con posterioridad el alberiquense trabajara para vengarse y acusó a los políticos de dicho partido por su falta de intelectualidad y su oportunismo. Según su conciudadano Jesús Huguet, «consiguió, en su etapa de regidor municipal en València, expulsar de los manicomios las cadenas que esclavizaban a los internos. En el parlamento español logró que los sistemas de regadío valenciano consiguieran la condición de elemento jurídico intocable y por eso pueblos como Sollana le dedicaron calles».

Morón, que fue clave en la implantación del romanticismo europeo y junto a Fernández González o Francisco de Paula Canalejas preparó la llegada del krausismo, murió a los 55 años en un manicomio de València.

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