Es un hecho incontrovertible que la Administración valenciana ningunea, cuando no ataca directamente, a la tradición cinegética de las aves acuáticas en la Albufera. La última ocurrencia consiste en alargar hasta finales de noviembre la quema de la paja del arroz, de manera que la inundación de los «vedats» se producirá cuando se haya comenzado ya la temporada cinegética, imposibilitando o dificultando por ello su práctica en parte de dicha temporada.

Este hecho sería sorprendente sino fuera como se ha dicho porque desde hace tiempo, con un repunte en los dos últimos años, la Administración viene adoptando medidas sobredimensionadas y totalmente desproporcionadas en perjuicio de la caza de acuáticas, como lo son por ejemplo la eliminación de días hábiles, de luna, supresión de uso de cimbeles vivos cuando no ocurre en otras partes del Estado, retrasos sistemáticos en la inundación del parque, etc.

Medidas todas ellas que, sumadas a esta última, evidencian un claro menosprecio a una de las tradiciones más ancestrales del pueblo valenciano, con mayor raigambre popular y cultural, beneficiosa para las arcas municipales, además de necesaria para la agricultura, pues regula los excesos poblacionales que hacen daño al cultivo del arroz.

Ello sin contar, además, que el colectivo de clubes deportivos de caza de la Albufera realiza cuantiosas inversiones en mejora del entorno, de las infraestructuras, y de la creación de hábitat para la fauna, circunstancia que no realizan como es obvio otras asociaciones eternamente subvencionadas, de signo opuesto a esta práctica ancestral, que se remonta a la noche de los tiempos cuando el horizonte valenciano estaba dominado por la huerta, el marjal y la alquería.

Este último caso de obligar a los agricultores a quemar la paja el arroz de forma escalonada extendiéndola hasta finales del mes de noviembre es un hecho disparatado y carente de todo sentido. Porque si lo que se pretende es evitar las molestias que causa el humo, lo cierto es que con esta medida lo único que se consigue es que las mismas permanezcan durante dos meses en todo el entorno, cuando de realizarse como es tradicional, sería cuestión de unos pocos días.

Ello, además de suponer una traba a una práctica que es también ancestral en la cultura del arroz, pues la quema garantiza la limpieza y profilaxis de la tierra respecto de plagas e insectos dañinos, garantizando la reducción del uso de productos fitosanitarios que puedan contaminar la tierra, los cultivos y los acuíferos. Mientras, llama la atención que los que se oponen a ello argumenten que existen métodos alternativos, cuando la realidad es que a día de hoy son utópicos para gestionar la ingente cantidad de paja que genera el cultivo, y por lo demás tampoco se les ve muy conscientes de la enorme inversión que ello supondría y que tampoco la Administración se la ve decida a asumir.

Por último, conviene también señalar que todos estos ataques en su mayor parte gratuitos a la cultura más genuina de la Albufera, y que la ha preservado durante años en perfecta comunión con el humano y sus aprovechamientos, no son inocuos ni neutrales. Lo único que se consigue con ello es provocar que la gente tome conciencia de la importancia de estar unidos para reivindicar la defensa de una cultura del pueblo valenciano y en su caso dar la confianza a aquellos que verdaderamente se comprometan a velar por su permanencia y cuidado.